CAROLA

El inicio de la terciaria me encontró sin pareja y ávido de conseguir rápidamente a alguien que satisfaciera mis necesidades sexuales. Yo tenía una gran facilidad para hacer buenas migas con las chicas y una vez obtenida su confianza pasaba a desarrollar mi estrategia de seducción. Tenia amigas de todo tipo, altas, bajas, rubias, morochas, feas y lindas, pero demas está decir que las que más me interesaban eran las que mayor atractivo físico poseían.

Seguramente debido a mi carácter parco y tranquilo aprendí que escuchando a una mujer uno se la mete en el bolsillo, si atiendes o simulas atender a los relatos de sus cuestiones personales ya entras de ganador y en poco tiempo te convertirás en la persona de confianza y en quien vela por sus secretos mas íntimos. Una vez que llegan a contarte sus intimidades podrás hacerlas hacer lo que te plazca, pues se entregan enteramente y hacen caso ciego a tus «sugerencias». Esta extraña relación había sido cultivada por mí mismo en muchas oportunidades y de una manera u otra siempre sacaba provecho de ellas. Bien por mi marcado perfil de voyeur o consiguiendo los favores sexuales de mis más bellas confesoras.

Fue en mi ingreso a la facultad, cuando advertí que tendría muy buen material para divertirme en los próximos años, pues había unas bellezas tales que solo con verlas me excitaba. La primera chica en que me fijé fue quien se sentó a mi lado el primer día de clases. No sabía su nombre, pero me dediqué la clase entera a observarla meticulosamente. Era una morocha super sexi, de esas que aunque se vistan con un mameluco hacen que se te rompa el cierre de la bragueta. Era flaca y poseía un magnífico culo que coronaba sus largas piernas, por lo que podía imaginar sus pechos eran pequeños, pero advertí que sus pezones se transparentaban tras su camisa blanca. Los días fueron pasando y el armado de los grupos de estudio me puso en una mejor posición para mi acercamiento. El grupo era de seis personas, pero poco a poco fui desplegando mi estrategia para que quedáramos solos, y en pocas semanas todos habían resuelto irse. A pasos agigantados iba ganando su confianza y me interiorizaba de su vida, Carola (ese era su nombre) tenia 19 años y un apetito sexual enorme que satisfacía con su novio y con varios amantes más. Carola seguramente sería una excelente profesora para mí, ya que su habilidad sexual era mucho mayor que la mía.

Mi plan iba de maravillas ya había logrado ser el consejero de Carola además de ser el privilegiado asistente a sus detallados relatos eróticos sobre sus diarias aventuras. Me excitaba de sobremanera imaginar a Carola desatando su sexualidad desenfrenada y tomando parte de las más atrevidas prácticas. A diario me contaba como le gustaba que le acabaran en la boca o como le satisfacía cuando una pija enorme se le introducía dentro de su ano. Carola respiraba sexo las veinticuatro horas del día y seguramente se excitaba mucho contándome y haciéndome participe de sus experiencias. Ella sabia como me calentaba cada vez que nos hacíamos un alto en las horas de lectura y me relataba sus cosas. Cuando nos reuníamos para estudiar en la casa de ella, siempre me pedía que le hiciera masajes, yo la hacía recostar y con la camisa puesta desprendía su soutien y hacía que se mojara por completa. Yo dominaba bien el arte del masaje y sabía que puntos tocar para lograr resultados positivos. Otra técnica era masajearle la espalda cuando ella estaba sentada, yo me ubicaba atrás de ella parado desprendía unos botones de su camisa con la excusa de que molestaba y miraba por su escote como, ante cada movimiento mío, sus pezones oscuros y grandes iban irguiéndose poco a poco. Tras cada sesión de majases, ella disimuladamente se dirigía al sanitario, cosa que me parecía extraña, hasta que un día me dispuse a averiguar el misterio. Estando en mi casa, hicimos un alto como de costumbre y le di un masaje como era habitual, tras esto espere unos minutos hasta que ella me dijo que iría al baño. Una vez seguro de que había entrado me dirigí sigilosamente hasta el sanitario y con mi cámara de video enfocada por el agujero de la cerradura me dispuse a ver que era lo que pasaba todos los días. Cuando vi el espectáculo casi me muero, ella estaba sentada en el retrete masturbándose con las dos manos, con una se masajeaba el hinchado clítoris y con tres dedos de la otra penetraba en su lubricada vagina. Mi pantalón explotaba, la pija se me había puesto dura como nunca antes. Entonces abrí la puerta y sin cruzar palabra me dirigí a ella y me agaché hasta tener su agujero frente a mi cara, tomé sus labios vaginales entre mis dedos y mi lengua comenzó a acariciar su enorme clítoris. Sus jugos invadían mi boca y eso me gustaba y mis asestadas le hacían brotar gemidos de placer.

Mientras me dedicaba a lamerle el agujero del culo ella se desvestía por completo dejando sus pequeños pechos al descubierto. Los pezones estaban duros y parados como cuando la espiaba en mis masajes y su culito se fruncía cada vez que introducía mis dedos en él. Carola se paró e hizo que cambiáramos de posición, bajo lentamente el cierre de mi pantalón y mi enorme pene le saltó en la cara, cosa que la excitó aun más. Tomó mi aparato con ambas manos y su lengua comenzó a descubrirlo, primero se dedicó a recorrer toda la extensión del grueso tronco y a chuparme bien los huevos y más tarde empezó a dar latigazos a mi colorado y enorme glande. Parecía que la punta de mi pija explotaría, su lengua la acariciaba suavemente y la lubricaba por completo, mientras tanto yo me sentía en otro mundo. Casi se me para el corazón cuando comenzó a engullir mi largo pene, de un movimiento lo hacía desaparecer en su boca. Sentía su garganta acariciando la cabeza muy profundo adentro suyo. Entonces la tomé del brazo, la di vuelta mientras apretaba con fuerza sus tetas hermosas, le introduje la pija en su caliente y mojada conchita. El espejo de lavabo no me dejaba perder detalle de la expresión de placer y relajo de mi amante, poco apoco introducía mi aparato en su jugoso orificio haciendo que sus jadeos se transformaran en gritos.

Amasaba con fuerza sus tetitas y pellizcaba sus negros pezones y ella disfrutaba viendo en el espejo como se desarrollaba la acción. Sus suplicas hicieron que retirara mi pene de su concha y me dispusiera a meterla en su culo. Carola me pedía que le desfondara el ano y ante tal invitación no me pude negar, tomé la verga con las dos manos y la puse en la puerta de su culito negro y cerrado. Le pedí que se abriera para mi y arremetí en su orificio hasta hacerla gritar. A esta altura nos habíamos puesto de costado para que ella pudiera mirar al espejo y apreciar como entraba y salía de su culo mi enorme aparato. Su culo era caliente y apretado como nunca lo hubiera imaginado, tenía una humedad diferente y tomándome de sus caderas clavaba mi pija con fuerza y velocidad. Creo que ella se regocijaba más de ver el espectáculo que del placer que yo le estaba dando, pero a mi no me importaba demasiado. Sentí, entonces que estaba por acabar, salí de su culo y la hice agachar delante mío, ella tomó mi pija con las dos manos y comenzó a pajearme con furia. Bastaron dos o tres movimientos para que mi calentura de meses se hiciera presente en el interminable chorro de leche que golpeó en su cara. Al contacto con mi semen ella comenzó a jadear y a gritar como no la había hecho antes. Lamía mi leche y mi pija y disfrutaba como loca, mientras con sus dedos desparramaba los jugos por todo su cuerpo. Su orgasmo había llegado con mi eyaculación.

Días más tarde Carola me confesaría que la experiencia que había vivido conmigo le había servido para descubrirse como una voyeur, y me confesó que sus orgasmos no habían sido nunca tan intensos. Verse penetrada en el espejo y el ver como mi leche le saltaba en la cara le había provocado tal excitación que esto cambiaría para siempre sus hábitos sexuales. Me sentí halagado, pues por casualidad me había convertido en el maestro de quien yo creía que sería mi profesora.

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