Cristina

Lo que os voy a contar es una historia real.

Por ello no vais a oír hablar de bellezas despampanantes, de preciosos cuerpos y grandes curvas.

Se trata de chicas normales (que no significa feas) como pueda ser cualquiera de las chicas que conocemos todos.

De hecho, puede ser que TÚ las conozcas, y no sepas nada de su vida sexual…

¿o sí?.

Con esto quiero decirte que no te imagines a tías de esas que salen en el Playboy o en las pelis porno.

Prefiero que te imagines a ese grupo de amigas que tienes y que nunca sospecharías que fueran así. Desde que llegue al grupo me gustó Cristina.

Tenía el pelo castaño tirando a rubio y una cara muy dulce.

De cuerpo no estaba mal, aunque tenía las tetas algo pequeñas para mi gusto (con 16 años, eso es muy importante).

Pero lo que más me gustaba de ella era su culo.

Solía vestir pantalones vaqueros, los típicos Levi’s 501 que tan bien sientan a las tías, pero a veces se ponía alguna cosa ajustada que me volvía loco.

Podía ver su forma perfectamente dibujada a través de la ropa.

No paré hasta conseguir que saliera conmigo, lo cual me costó un par de meses (creo que empezó para que no le diese más la paliza).

Los primeros meses de relacción se limitaron a unos inocentes besos (a escondidas y con la luz apagada), pero no pasó de ahí, ya que cada vez que intentaba sobarle las tetas o el culo, me quitaba delicadamente la mano.

Yo, a todo esto, cada vez que salíamos, tenía que hacerme antes un par de pajas, para evitar empalmarme cuando nos abrazábamos, ya que me daba mucha vergüenza que ella lo notase.

Aun así, había un montón de veces que no lo podía evitar. Pero una noche, en la fiesta de cumpleaños de un amigo, aprovechando un cuarto libre en la casa de éste, nos metimos y nos tumbamos en la cama.

Era la primera vez que estábamos juntos de ese modo y ella se puso encima mío para besarme más cómodamente.

Y de pronto comencé a notar que se me ponía dura.

¡Dios!.

Cuando estábamos de pié o sentados, con retirarme un poco lo arreglaba, pero ahora estaba encima y no me podía apartar.

Traté de pensar en otra cosa, pero sus apasionados besos no me dejaban.

Debía estar rojo como un tomate, ya que ella tenía que notar aquella dureza justo en su coñito.

De repente, ante mi asombro, comenzó a deslizarse de arriba abajo, muy suavemente.

Estaba a punto de explotar y no pude evitar levantarle la falda y agarrar aquel maravilloso trasero que tanto deseaba.

Aquello, lejos de enfadarla, hizo que se excitara aun más y que comenzase a moverse frenéticamente. No habían pasado ni dos minutos cuando, entre el roce de su cuerpo, mis inexpertas manos explorando su culo, y sus suaves gemidos, me corrí salvajemente mojando mi pantalón…

y sus braguitas. -Eres un chico muy malo – me dijo cuando, tras encender una pequeña lámpara que había en la mesilla, vio nuestra ropa empapada. -Vas a tener que compensarme -siguió. Acto seguido, se levanto y se quitó la camiseta, la falda y las bragas, quedando ante mí con un excitante sujetador de encaje.

La vista se me perdió en su coño, un perfecto triángulo en el que se podían ver unas gotitas de flujo vaginal. -Ponte de rodillas y cómeme el coño -me ordenó Me arrodillé y comencé a besar su monte de Venus, mientras con la mano exploraba su agujero.

Aquello era nuevo para mí y trate de meter un dedo.

-Ahí no -dijo, conduciendo mi boca al clítoris. Separé sus labios con suavidad y comencé a lamer como había visto en las pelis del «Plus». Al cabo de unos minutos ella comenzó a retorcerse y a gritar, mientras inundaba mi boca de deliciosos jugos vaginales. Con todo esto, mi polla estaba preparada de nuevo, pero antes de que yo dijera nada, noté como sus manos acariciaban mi aun húmeda bragueta.

Pronto, me desabrochó los botones del pantalón y poco a poco me fue quitando todo hasta dejarme completamente desnudo.

Me besó en la boca y me dijo: -Ahora verás. Sacó de su mochila cuatro lazos de terciopelo negro.

Después de pasármelos por la polla varias veces, me agarró los brazos y me los ató al cabecero de la cama.

Lo mismo hizo con mis piernas y me inquirió: -Si quieres volver a disfrutar de mi coño, tendrás que ser mi esclavo…

para siempre. Lo había preparado todo la muy puta.

Así atado y con el calentón que tenía encima, no dudé en asentir con la cabeza.

Noté un gesto de satisfacción en su cara antes de que me vendara los ojos con una especie de pañuelo.

Después me amordazó con una bola de esas que venden en los sex-shops, dejándome totalmente a su merced.

Pude escuchar con claridad como buscaba algo en la mochila mientras canturreaba algo.

De pronto me sobresaltó el ruido de una especie de máquina de afeitar eléctrica mientras me decía que me iba a rapar los cojones al «uno» para luego poder afeitarme más fácilmente. Intenté moverme, pero era inútil.

Me tenía bien atado.

Tampoco pude decir nada a causa de la mordaza.

Pronto sentí como aquel aparato avanzaba por mis genitales dando buena cuenta de mi vello púbico.

No lo podía creer.

Estaba siendo humillado por la mujer de mis sueños, pero aquella situación lejos de disgustarme, me ponía aun más cachondo. -Ahora vamos a afeitar – comentó. Pronto noté lo fría que estaba la cuchilla de la máquina y un extraño picor por toda la zona.

Al cabo de un rato, me descapulló, me besó la polla y dijo: -Vamos con el culito. Me soltó las manos y los pies de la cama y me hizo darme la vuelta. -Dobla las rodillas y pon el culo en pompa. En esa postura, tumbado boca abajo y con el culo hacia arriba, volvió a atarme, esta vez las muñecas con los tobillos.

Repitió la operación: primero recortó los pelos más largos y posteriormente, afeitó todo el contorno de mi ojete.

Recorrió la zona con sus dedos y exclamó: -Así me gusta, como si fueras un bebé. Y así de pronto, sin avisar, me metió el mango de la maquinilla de afeitar por mi recién rasurado culo, lo que me produjo un sobresalto y un ahogado grito de dolor. -¿Te gusta? -me pregunto -Más te vale, porque a partir de ahora soy tu ama, y puedo hacer contigo lo que me dé la gana. No contesté, no sólo por la mordaza, sino porque mi orgullo de macho me impedía reconocer que la nueva experiencia anal me había gustado. Con la maquinilla aun en el culo, me soltó, me quitó la mordaza y el trapo de los ojos, me dio la vuelta y me hizo una mamada que inundo toda su boca de leche, de la que no desperdició ni una sola gota. Me besó tiernamente y me dijo que esta era la última concesión que me permitía, y que, desde ese momento, ella decidiría cuando me tenía que correr. Dejé a Cris en su casa con la moto y volví a la mía sin dejar de pensar lo que me había pasado.

Mirando en el espejo mis huevos afeitados y acariciando mi desvirgado agujero, no dejaban de resonar en mis oídos las palabras que me dijo al despedirnos: «-mañana la segunda lección» Continuará

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