El bultito de mi hija

Me llamo Rafael. Tengo 39 años, una esposa, Teresa(de 38),
que es un primor, y dos hijas, Rosa, la mayor, y Julia, que se llevan cuatro
años entre ellas. Siempre creí tenerlo todo en la vida, y no le pedía más, pero
un suceso inesperado me abrió las puertas de un nuevo mundo, y fue Rosa la
causante.

En aquel momento Rosa contaba 13 añitos y ya comenzaba a
desarrollar un cuerpecito de mujer. Tenía unos preciosos ojos verdes esmeralda,
un pelo castaño claro, largo en melena, un bonito lunar al lado de su nariz, y
una expresión de infantil felicidad que daba gusto verla. Éste era el único
rasgo que hacía igual a su hermana, ya que Julia era rubia de rizos y de ojos
azules. En casa jamás hemos sido pudorosos, y si yo me paseaba en calzoncillos ó
shorts, nadie se escandalizaba. El mismo caso se atribuía a las niñas ó a mi
esposa si iban en ropas menores. En fin, que un buen día, allá por Junio, salí
de la cocina rumbo a la sala de estar para ver algo la TV cuando escuché unas
largas maldiciones y gritos que salían del cuarto de Rosa. Dando un portazo,
ella salió de la habitación, y al verme se frenó un poco de su mal humor.

-Oh, Papá, disculpa….¿Has visto mi falda de cuadros, la
plisada?.

-No, ¿por qué?.

-Por qué Patricia-su mejor amiga-, vendrá dentro de poco y
quiero ponerme esa falda….¡¡y no la encuentro!!.

Se fue al cuarto de baño a buscar en el cestón de la ropa
sucia, pero antes de desaparecer de mi vista, por un segundo, miré a las
apretaditas braguitas de dibujo de fresa que mi hija llevaba. Me dio la
impresión de que iban a reventarle. Y en ese momento, lo vi: un bultito en
ellas, prominente, que indicaba su incipiente crecer sexual y su conchita en
desarrollo. Ver ese bultito, sobresaliendo de sus braguitas, me dejó anonadado.
Un brusco azoramiento recorrió mi cuerpo y antes de darme cuenta, estaba
totalmente erecto bajo mis pantalones. No podía creerme que ese bultito pudiera
provocarme semejante reacción. Me fui a mi despacho en vez de a la sala de estar
para intentar bajar la hinchazón, pero al no poder, decidí llamar a mi esposa, y
al llegar ella grité a las niñas que no se nos molestase en una hora. A media
tarde, y pillándola por sorpresa, le pegué a mi señora un señor polvo que la
hubiera hecho gritar, de no ser que pude evitar sus gritos con mis labios. Me
sonrió y me dijo con picardía que le había encantado, que hacía años no teníamos
esos escarceos, prácticamente desde nuestra época de novios. Estuvimos tonteando
un buen rato, y finalmente pude quitarme de la cabeza esa imagen tan obscena de
aquel bultito. No era normal que un padre tuviera esos pensamientos sobre su
propia hija.

Creyéndome a salvo de tentaciones, proseguí mi vida sin
problemas, pero a los pocos días, rosa volvió a salir en braguitas de su cuarto,
preguntando a su madre por cierta prenda que no estaba segura de tener. Yo me
encontraba leyendo el periódico en la sala de estar y no presté mucha atención a
la charla, hasta que de refilón escuché a Teresa decir «en la sala de estar,
junto a la TV». Escuché unos pasos y Rosa se presentó ante mí como la otra vez,
solo con sus braguitas de dibujos de fresa.

-Perdona Papá, es que ayer dejé aquí por accidente este top.

-No pasa nada-dije, sin levantar la vista del periódico-.

-Mmmmm…¿tan interesante es lo que lees?.

Movida por la curiosidad, se acercó y echó una ojeada,
mirando por encima de él. Sin darse cuenta, quedó enfrente de mí y de nuevo, ese
bultito asomó desafiante por sus braguitas. Mientras ella miraba las noticias yo
la miraba y un instinto animal se despertó en mi interior. Aquel bultito me
estaba desafiando a que me lo comiera con glotonería, a que lo excitara y lo
hiciera mío. Luego miré su cuerpo y me quedé embobado: su cintura estrecha, sus
caderas, sus nalgas firmes y tersas, sus piernas, y la línea perfecta que
dibujada su espalda me maravillaron por completo. En cuanto Rosa se fue me quedé
clavado en el asiento, y como la otra vez, en un estado de excitación que no me
producía ni mi mujer. Hasta pasada una hora no pude bajar la erección que tenía.
La situación se hizo insoportable, y además, parecía que ella me provocaba, ya
que a partir de entonces la veía a menudo solo con esas braguitas por la casa,
siempre buscando una prenda que ó bien había olvidado donde estaba ó bien había
perdido. Finalmente, llegué a mi límite, y me dije que, sin importar quien
cayese, ese bultito sería mío. Pasaron tranquilamente dos semanas, tal vez más,
hasta tener la ocasión adecuada. Teresa trabajaba a tiempo parcial en una
empresa, y más de una vez tenía que irse por la noche. Así que, una calurosa
noche, tras despedirme de ella, fingí acostarme y esperé oír la puerta cerrarse.
Sabía que Julia dormía como un tronco, de modo que no me esperé visitas.
Furtivamente entré en el cuarto de mi hija.

Allí estaba, preciosa entre las blancas sábanas, con su
carita de ángel perdida entre sueños preciosos, a juzgar por la sonrisa que
esbozaba. Debía ir con mucho cuidado con la maniobra que tenía pensada. Cogí las
esquinas de la colcha y las sábanas y poco a poco, con cuidado, comencé a tirar
de ellas. Estuve un buen rato con ello hasta que finalmente quedó desnuda sobre
la cama. Y, de nuevo, ese bultito, esa maravillosa vulva en desarrollo que me
volvía loco. Lentamente me acerqué y olí su fragancia. Embriagador, afrodisíaco,
excitante, dulzón…pura lujuria. El cuerpo de mi hija exudaba un olor de
sexualidad natural que me atraía poderosamente. Desplacé mi mano sobre sus
braguitas y comencé a tocarla, pasando los dedos de arriba abajo, recorriendo
sus braguitas a lo largo. Me empalmé con rapidez, mientras por fin tenía entre
los dedos ese bultito extraordinario, maravilloso, sensual. Podía sentir como se
endurecía. Rosa no tardó en comenzar a gemir y removerse en la cama, presa de la
excitación que yo le daba. Movido por el morbo, desplacé un poco sus braguitas y
pude ver, en todo su esplendor, su virginal cuca, con sus primeros vellos, un
poco húmeda de mis caricias. Que belleza de niña, como me encantaba. Sus pechos,
aplastados contra su cuerpecito de diosa, eran bellísimos, coronados por unos
pezones rosaditos, duros del placer que tenía. Me quedé embelesado mirándolos.
Su cara se contraía de placer y sus gemidos me decían que casi iba a gozar. Por
temor a provocar que se despertase y armar un escándalo, me fui a la cama
dejándola así. De momento me conformé, pero luego, ya iría a más.

Aquello se convirtió en un vicio. Cada vez que podía entraba
a escondidas en su cuarto y la tocaba un poco, deleitándome con sus gemidos y
jadeos. Estaba preso de un deseo todopoderoso de hacerle el amor a mi hija,
pero, ¿cómo hacerlo?, ¿cómo podía hacerlo sin que mi mujer se enterase, o que mi
hija consintiera?. Aterrado por la idea de ser descubierto, no podía ir a más
como deseaba, y un sentimiento de tristeza y frustración se apoderó de mí. Por
lo menos podía deleitarme con la visión de su cara de placer y su cuerpo
tembloroso cuando iba a su habitación a acariciarla y amarla, pero no veía
salida a mi mal. Sin embargo, lejos de imaginarlo, pasó algo que lo cambió todo.
Fue una noche, como tantas otras, en que Teresa se había ido, pero Rosa estaba
despierta. Ella siempre ha tenido un miedo irracional a las tormentas, y
coincidió que una muy fuerte estalló esa noche. Asustada vino a mi cuarto.

-¿Puedo dormir contigo Papá?.

-Sí claro. Ven conmigo.

Se metió muerta de miedo. Cuando sonó un trueno se abrazó a
mí y le aferré fuerte para consolarla. Entonces sentí un arrepentimiento de
todas las veces que entré para tocarla, cuando de repente dijo:

-¿Te gustó tocarme por las noches Papi?.

Me quedé helado. Mi hija lo sabía. ¡¡Lo sabía todo!!.

-¿Desde cuando lo sabes-pregunté-?.

-Desde hace pocos días. Al principio creí que serían sueños
nocturnos, pero siempre despertaba con la colcha y la sabana en el suelo y
comencé a sospechar.

-Lo siento mucho, cariño. Yo…es que…no sé que decir-espeté,
avergonzado-…

-No hace falta…si a mí me gusta…

Su respuesta me dejó atónito. Aquello sí que no me lo
esperaba. Además lo dijo con una alegría tan infantil, sin malicia, que me dejó
perplejo.

-¿Qué te gusta-pregunté incrédulo-?.

-Sí…me hace sentir tan bien…Sabes tocarme y me encanta…vuelve
a hacerlo Papá…tócame como lo hacías antes…Además, llevo tus braguitas
preferidas…

Me las enseñó, y efectivamente, eran las famosas braguitas de
dibujos de fresa. Su cuerpo junto al mío, desnudo, precioso, azoró mi alma. No
iba a dejar la pasar la ocasión. Por fin, tras semanas de escarceos, podía darle
todo lo que quería. Descorrí la sábana para quedar libres de pudores y sin más
metí mano entre sus piernas por encima de sus braguitas y apresé entre mis dedos
ese bultito objeto de mi deseo. Con mi dedo corazón lo recorría de arriba abajo,
notando como su clítoris se endurecía. Rosa cerró los ojos y se dejaba tocar.
¡¡Ni en mis más locos sueños hubiera imaginado esto!!. Yo, tocando a mi hija, y
ella dejándose hacer. Su carita se relajaba, gemía dulcemente y sus labios
entreabiertos se me antojaba probarlos. Acerqué mi cara a la suya y, con la mano
que me quedaba libre en su mejilla, nos dimos el primer beso. Húmedo, tierno,
cálido, sensual…una amalgama de sentimientos cruzaron nuestros cuerpos. Su
lengua jugaba con la mía, su cuerpo pedía a gritos que lo amasen, y allí estaba
yo para hacerlo. La atraje hacia mí y continué con el masaje en su conchita
preciosa. Sus jadeos ya eran grandes y la sentí derretirse en mis manos. Mi
preciosa niña estaba rendida al amor de su padre y la iba a hacer sentir en el
cielo. Ya no pude reprimir las ganas y dejé de tocarla y besarla.

-¿Es que ya no me quieres Papi?.

-Claro que sí, pero quiero hacer algo que siempre he querido
y hasta ahora no podía. Te va a encantar.

-¿Seguro?.

-Seguro-contesté con firmeza-.

Hice a mi niña abrir bien las piernas. Me puse a la altura de
sus braguitas, las desplacé a un lado y comencé a pasar mi lengua por su
conchita preciosa. A la primera lametada ella quedó impresionada. Su sabor no me
decepcionó: dulzón como caramelo, ó quizá almizcle. Comencé a saborear el coñito
de Rosa con fluidez y devoción, y ella, mimosa, disfrutaba de mi lengua mientras
ponía sus manos en mi cabeza para decirme que siguiera mientras su pequeño
cuerpo se retorcía de placer.

-Aaaayyyy…sí Papi…sigue….uuummmm que rico, que rico…….vamos
Papá…que bien…ay que gustito tengo…que gustitooooooooooooooo…

Cada palabra me alentaba a continuar. No tardó en comenzar a
humedecerse como vainilla, chorreando abundantemente sobre mi cara. Me bebí
todos sus jugos como un poseso, enloquecido con el sabor del coñito de mi
pequeña. Ni de niño, con los tarros de chocolate, era tan goloso. Mis manos,
cansadas de sentir la tersura de las piernas de Rosa, subieron hasta sus tiernos
pechos y los amasé, acogiendo sus pezones entre mis dedos. Luego los moví a
todos lados y di pequeños tirones que provocaron pequeños gemidos que renovaban
mis esfuerzos. Mi lengua buscaba penetrarla un poco, sin forzar su virginidad,
para gozar más de ella.

-AAAAAAH AAAAAAAAHHH…PAPA QUE RICO…QUE BUENO ES PAPUCHI…ME
GUSTA…ME ENCANTA…SIGUE PAPUCHI SIGUEEE….

-¿Ves como ibas a disfrutarlo-pregunté con malicia-?.

-SÍ PAPI…DAME MÁS…DAME GUSTITO…

-Mmmmmm…que bien sabes…me encanta…voy a gozar bebiéndome tus
jugos…eres preciosa Rosita…te adoro…

-PAPÁ…¡¡PAPÁ!!…SIENTO QUE ME ORINO…AAAAH AAAHHH…

-Orínate…no te preocupes…me lo beberé todo…esto es gloria…

-SÍIII PAPÁAAAAAAAA…VOY A GOZAR…VOY A GOZAR…AAAAH
AAAAH…OOOOOOHHH OOOHHH….¡¡¡¡¡¡OOOOOOOOOHHHHHHHHH!!!…

Con un sonoro gritó, Rosa tuvo su primer orgasmo. Su cuerpo
se relajó por completo en la cama, sin fuerzas, y su carita era la viva
expresión del goce. Mi cara quedó anegada por sus jugos, que me bebí cuanto
pude. Luego probé sus pezones, que resultaron ser néctar de dioses, y después me
estuve besando con ella largo rato, abrazados tiernamente, intercambiando
miradas de amor. Sus preciosos ojos verdes parecían devorarme. De nuevo miré el
bultito y vi como sus braguitas tenían un enorme borrón de humedad que me hizo
reír de satisfacción. En ese instante me sentí en el cielo, con mi amantísima
niña en mis brazos.

-Papá te quiero-me dijo, casi adormecida-…eres el mejor Papi
del mundo…

-Yo también te quiero mi niña…

-Quiero devolverte el favor. Seguro que te gustará.

Me hizo sentarme a los pies de la cama y ella se puso de
rodillas enfrente de mí. De repente comprendí lo que iba a hacer.

-¿Segura que quieres hacerlo?.

-Sí, segura. Además, sé que lo disfrutarás de mí tanto como
yo de ti.

Con sus manitas tocó mi miembro y comenzó a darle besitos.
Aaaaahhh que maravilla. Cuanta devoción en ella, con que mimo trataba mi pene.
Me pajeaba ligeramente mientras me lo besaba por todas partes. Me recliné un
poco hacia atrás, sin echarme en la cama, y dejé que ella tomara el control. Sus
ojitos tiernos me miraban extasiada, viendo como sus labios y sus manos me
hacían disfrutar. Aparté un poco su pelo para que no la molestara y prosiguió
con sus caricias en mi manubrio. Lancé un gemido de dolor entre dientes, debido
a la erección tan fuerte que tenía por sus caricias. En una maniobra que me
pilló por sorpresa, comenzó a pasar la lengua por mi verga como una profesional.
Cuando la pasaba por el glande notaba que yo gemía más y comenzó a darle más
lametadas en él. Tuve deseos de apresarla entre mis piernas, pero debía
contenerme y dejar que ella hiciera lo que quisiese. Sus besos se hicieron más
fuertes y sus manitas ya me estaban haciendo una señora paja que me provocaba
roncos jadeos y perversas fantasías. Vi a la niña con el pene en su boca y me
sentí como el peor padre sobre la faz de la tierra, pero aún así no podía dejar
de gozarlo.

-Aaaaah aaaaaaahh…vas a hacer que me corra cariño…no puedo
más…

-Vamos Papito…yo también me beberé tus jugos…córrete…córrete
sin miedo…

-¿De verdad…quieres tragártelo?…aaaaaahhh…

-Si tú disfrutaste con mis jugos, yo lo haré con los tuyos.

De nuevo mostró a esa niña que aún latía en ella, con esa
inocencia que me excitaba. Ayudado por sus palabras, me dejé llevar, Rosa
aceleró y abriendo su boca esperó que yo gozara. Con un ronco gemido, comencé a
eyacular y con mucho esfuerzo abrí los ojos y la vi tragándose toda mi leche. Un
poco le quedó en la comisura de los labios, pero el resto se lo tragó como una
glotona.

-Mmmmmmmm…saladito-comentó-…pero muy rico Papi…¿podré beberme
más leche tuya?.

-Claro que sí. Cuando tú quieras.

Se limpió la boquita de la leche que tenía en sus labios y
nos fuimos a dormir como dos amantes enamorados. Nunca pensé que mi hija me
haría tan feliz. El olor de su cuerpo, tan pegado al mío, me llevó a un mundo de
pasión y deseo que a mis años, jamás había conocido, y perdido entre mis
fantasías me dormí plácidamente.

A la mañana siguiente llegó Teresa y nos pilló en la cama. Se
fue hacia mí y me despertó dándome toques de hombro. Al verla salí de la cama y
fui con ella a la cocina. Me mostré natural, sin miedos, ya que si no, ella
podría descubrirnos.

-No me digas más….¿la tormenta?.

-Sí-contesté-. Se metió en la cama muerta de miedo.

-Ay que chiquilla-dijo riendo-. Me encantaría que no
crecieran más.

Me reí y la abracé, dándole el beso de bienvenida y
preguntando que qué tal le había ido. El resto del día fue de lo más normal y
nadie supo de mi aventura con mi hija. Ni siquiera Julia, de quien temía que nos
pudiera pillar cuando Teresa se iba, llegó a enterarse. A partir de entonces, si
bien cumplía mis deberes maritales para no llamar la atención, cada vez que
podía, iba al cuarto de mi hija para que ella se bebiera mi leche y para beberme
sus deliciosos jugos. No recuerdo cuanto tiempo duró aquello, pero sí sé que fue
una buena temporada, hasta que sentí que ya era el momento de dar el último
paso. Nos fuimos a su cuarto en vez de al mío, y se lo dije con mi cabeza entre
sus piernas, preparándola para su desvirgación.

-Rosita…voy a hacerte el amor…

-¿De veras, Papá?.

-Sí. Ya estás preparada y bien mojadita, y yo también estoy a
punto.

-¿Dolerá-preguntó con dulzura-?.

-Solo un poco tesoro, solo un poco…

Me puse encima de ella y apunté mi verga a su conchita. Rosa
abrió sus ojos de par en par y luego me miró a mí.

-¿Me vas a meter toda esa cosa dentro?.

-Sí cielito. Ya verás como te gustará, pero deberás aguantar,
¿de acuerdo?.

-Sí Papito rico-contestó alegremente-…

-Intenta resistir, ¿de acuerdo?.

-¿A Mamá esto le gusta-preguntó-?.

-A Mamá le encanta-respondí sarcástico-….

Hice los primeros intentos, pero a pesar de lo mojada que
estaba costó un poco conseguir que entrase. Los tejidos de su vulva comenzaron a
enrojecer al paso de mi tranca y noté su himen, intacto, que aún la hacía niña,
pero por poco tiempo.

-Ahora notarás un dolor fuerte pero cesará pronto. Si quieres
gritar bésame ¿ok?.

Ella asintió con la cabeza, con cierto miedo en su cara. De
un golpe, rompí su himen y la penetré. Me besó enloquecida y forcejeó por
librarse de mí, pero no la dejé. Me quedé quieto dejando que su conchita se
amoldase a mi miembro y a los pocos minutos se relajó. Noté como un hilillo de
sangre brotaba de ella y manchaba las sábanas. Por lo menos, si alguien veía
eso, podríamos decir que era sangre menstrual.

-Aaaaaaayyyy Papiiiiiiiii…me duele…me has partido en dos…me
duele muchooooooooo…sácalo por favor, sácalo yaaaaaaaaaaa…porfiiiiiiii…

-Tranquila cariño, mi amor, mi vida-dije besándola por toda
su carita-…solo ha sido ahora…ya no te dolerá más…

-¿De verdad?, ¿no me mientes?.

-No tesoro, claro que no.

-Vale…si lo dices te creo Papito lindo…

Comencé a moverme dentro de ella, a hacerle el amor, y ella
cruzó sus brazos por mi nuca y ponía mi carita entre sus pechos. No tardó en
pasar del dolor al placer y sus gemidos me decían que ya estaba disfrutándolo
como nunca. Era el cenit del goce. Nunca había encontrado una vulva tan
apretada. Cada centímetro, cada milímetro de mi tranca era estrujada y retorcida
por su maravillosa estrechez. Yo disfrutaba sintiendo su opresión alrededor de
mi tranca y de la calidez que emanaba de ella. Seguí haciéndola el amor y
levantándola, la hice sentarse sobre mi regazo, con sus finas piernas alrededor
de mi cintura y sus brazos en mi nuca. Sentí que tocaba el fondo de su conchita
preciosa y no pude reprimir las ansias de poner mi mano y sentir como su coñito
se tragaba toda mi polla. Que delicia de hija, que pasión.

-Aaaahh…te quiero Papá….te amooooooooo…que rica
verga…Uuuuuummm-se relamió-…ámame Papuchi…hazme sentir más rico…más,
máaaaaaaaaaaaaas…

-Te quiero Rosita. Eres una niña preciosa y bellísima. Te
amo.

-Dame más…aaaaaaaaaahhh aaaaaaaahh aaaaaaahhh
aaaaaaaaaaaahhh…

-Oooooooohhh que bien me estrujas mi verga…que caliente eres
princesa…

-Papá…voy a correrme…voy a correrme…aaaaaaaaah aahhh
aaaaaaahhh…

-Espera un poco…estoy casi a punto…espera…uuuuuuummm…uuuuumm
uuummm…aaaaaah aaaah aaaaaahh aaahhhh….

Seguí bombeando dentro de ella un poco más hasta sentir que
ya estaba a punto. Rosa pudo aguantar sus ganas y así pudimos gozar al unísono,
tal como yo deseaba.

-Ya…ahora cariño…córrete conmigo…goza conmigo tesoro…

-Síiiiiiiiiii…me corro Papi me corro……..aaahhh aaaaaaaahh
aaaaaaaahh AAAAAAAAAAAHH AAAAAAAAAAARRR RRRRRRRRRRRGHHHHHH…

-TE QUIERO HIJA…TE QUIERO MUCHO…TE QUIEROOOOOOOOOO
AAAAAAAAAAAAARRRRRRRRGGGHH…

Rosa gozó con estertor de jovencita violada. En un paroxismo
sin precedentes eyaculé e inundé la cuca de mi hija, mientras que mi polla fue
bañada por sus jugos, que salían a chorros. Nunca imaginé que me duraría tanto
la sensación de un orgasmo como al gozar con ella. La atraía hacía mí, la
besaba, la amaba, acariciaba sus pezones y los mordisqueaba con mis dientes.
Quedamos inmóviles un poco, hasta que nos echamos en la cama, agotados, bañados
en sudor.

-Papá…ha sido precioso…te amo-y me besó profundamente-…

-Yo también…pero será nuestro secreto, ¿verdad?…

-Sí Papá, nuestro secreto.

Me sonrió y le dije que se durmiera, a pesar del hilillo de
sangre. Le dije que por la mañana le dijera a su madre que había sangre en sus
sábanas y que fuera por su primera regla, lo cual, a la postre, fue creído sin
problema alguno. Mientras cambiaban las sábanas, yo las miraba en el pasillo y
Rosa me guiñó un ojo con picardía mientras veía sus nalgas, a las que poco
después daba algunos cachetes y caricias para encularla.

Aquello sucedió hace siete años, y desde entonces hemos sido
amantes furtivos y felices, con mucho cuidado de no ser descubiertos. Hoy día
Rosa tiene 20 años y es una mujer preciosa que ama muchísimo a su padre, aún
teniendo un novio que es para mí como el hijo que nunca tuve. Quizá en otra
ocasión les cuente como también pude gozar de mi hija pequeña, que resultó ser
una alumna mucho más aventajada que su hermana. Saludos y hasta luego…

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