EN BUSCA DE SEXO

Soy un hombre mayor, casado pero no feliz por cuanto mi mujer decidió un buen día ingresar en una secta religiosa donde sus adeptos consideran una desviación sexual las manifestaciones normales de la pareja como el sexo oral y el anal, y desde entonces muchas cosas han cambiado entre nosotros. Una de ellas es que ya casi no tenemos sexo, pues su propuesta de hacerlo únicamente de frente, sin ninguna variedad ni fantasía adicionales ha llegado a aburrirme.

Es debido a ello que voy con cierta frecuencia a las tiendas para adultos donde presentan videos en cabinas individuales y allí miro películas donde se practica el sexo en todas sus variantes. Varias veces, después de salir del lugar con el lívido ansioso y excitado, he recogido en la calle chicas de aquellas que por unos cuantos pesos te dan una mamada dentro del carro, mientras se dejan acariciar las tetas o meter los dedos en la raja. Recuerdo especialmente a una chica rubia, muy joven y bonita, a quien encontré en una tienda de licores cercana al vídeo y ofrecí comprarle un trago y un paquete de Marlboro. Total, que subió a mi auto y la llevé hasta un estacionamiento donde tras tomarse la lata de Whisky Sour y fumarse un cigarrillo, me dio una mamada exquisita (con lamida de verga y besos en los huevos), que me produjo tremenda eyaculación y aunque la busqué después otras noches, nunca más volví a encontrarla, por lo que imagino que no es una habitual de las calles y mas bien lo hace ocasionalmente para conseguir algún dinero extra.

Otra noche al salir del vídeo, estaba tan excitado cuando me subí al auto que empecé a masturbarme con la mano derecha mientras conducía con la izquierda y me puse sobre la verga una camiseta que llevo siempre para hacer deportes, en caso de que alguien pudiera asomarse al hacer un stop. Las personas que iban en otros carros me veían sonreír, pero no podían imaginar que por debajo, yo me la estaba jalando con deleite, y así me fui por un buen rato hasta cuando no pude contenerme y me vine con un gran chorro de semen que cubrí con la prenda para aminorar las salpicaduras sobre la consola y los tapetes del auto. Otras veces sin embargo visito los cines donde también presentan películas porno, pero en pantalla grande y una característica particular de estos teatros es que no acude tanta gente como a los cines que presentan películas «serias» y la sala permanece casi siempre a media luz, además, pasan avisos previniendo continuamente sobre la vigilancia encubierta, para desalentar a quienes quieran masturbarse (como le pasó al pobre Pee Wee Herman) o hacérselo a otros.

Por lo general, en estos teatros pasa un empleado iluminando con una linterna a las personas y con ello mantienen a raya a los posibles infractores. Pensé que estas reglas regían en toda la ciudad, por lo que me sorprendió entrar una tarde a un cine en Santa Mónica donde la sala permanece a oscuras y en ningún momento aparecen los tales vigilantes con linternas iluminando a los espectadores. Esperé como es habitual hasta distinguir mejor en la oscuridad y luego me dirigí adelante, a la primera hilera de sillas, junto al pasillo, donde se ubican muy pocas personas. Me senté cómodamente estirando los pies al máximo, cosa que mi cabeza no se notaba desde atrás por sobre las filas de asientos. Al poco rato entraron dos hombres, uno joven robusto de baja estatura, ropa oscura y aspecto latino y otro mayor, delgado y con aspecto oriental (posiblemente chino, filipino o algo así), con camisa amarilla y pantalón blanco, los cuales fueron a sentarse también en la primera fila, pero en la hilera que da junto a la pared, quedando a mi vista claro, en línea sesgada. El hecho de que dos hombres se sentaran juntos no me llamó demasiado la atención, pues son muchos los amigos que al no tener nada que hacer, se van al cine en grupo o en pareja, sin que medie ningún tipo de situación morbosa. Mi presencia pareció no importarle mucho a la pareja, como tampoco el hecho de quedar dentro de mi campo visual, teniendo en cuenta que la luz que emanaba de la película me permitía ver claramente sus movimientos. Al poco rato vi de reojo cuando el oriental empezó a maniobrar en la bragueta del joven, al mismo tiempo que miraba por encima del hombro hacia atrás y hacia los lados. Cuando ya le hubo sacado completamente la verga, empezó a masturbarlo lentamente y viendo que no podía maniobrar con toda comodidad, le susurró algo al oído, tras lo cual, el muchacho se zafó el botón del pantalón y lo abrió hacia los lados para permitir un mejor accionar. Después se estiró sobre la silla echando el cuerpo hacia adelante poniendo sus manos bajo las caderas, lo cual le dio dos ventajas: Primera, que quien mirara desde atrás solo vería la cabeza del otro allí sentado y segunda, que su pelvis quedaba levantada dejando al descubierto su abultado racimo, con dos grandes huevos sobre los que emergía un grueso pene que aumentaba de tamaño y rigidez a medida que el hombre lo acariciaba. El muchacho se dejaba hacer mientras miraba la película y el otro entretanto seguía acariciándolo, subiendo y bajando el capuchón sobre el glande de la enorme verga, que brillaba en la oscuridad, hinchada y cabezona. La respiración del hombre empezó a hacerse más fuerte mientras apretaba con una mano su entrepierna acariciando su propia verga y fue cuando decidió jugarse el albur. Miró rápidamente hacia atrás y a los lados y rápidamente se puso de rodillas entre las piernas del muchacho, que exclamó un «Ohhhhhh…..» prolongado, al sentir el calor de los labios del hombre rodeando su glande y besando toda su verga. Indudablemente el hombre sabía su trabajo, porque empezó a mamarle de una manera suave y acompasada, que comenzaba en la cabeza de la verga y luego descendía por uno de los lados hasta llegar a los huevos, luego giraba un poco la cabeza y subía por el otro lado hasta llegar a la cabeza, donde se detenía un instante para luego engullirse el inmenso aparato hasta lo profundo de su garganta. Mientras con una mano sostenía la verga del muchacho, con la otra sacó la suya y empezó a masturbarse suavemente, gozando evidentemente con la sensación de estar chupando semejante tranca, en un sitio público donde existía la posibilidad de que alguien pudiera descubrirlos en cualquier momento.

En lo que a mí respecta, la vista de la inusitada escena me paralizó al comienzo, pues en mucho tiempo no había visto algo igual y ahora lo tenía ahí, en vivo frente a mí, fuera de la pantalla y hasta con sonido, pues mientas el chico jadeaba, el hombre succionaba y besaba con ganas, indiferente del mundo y alejado de toda noción de riesgo y lugar. Lo cierto es que me importó muy poco que fueran dos hombres pues parece que la lívido no hace distingo en estos casos y al poco rato ya me había desentendido de la película para empezar a masturbarme con gran excitación, acariciándome los huevos que había sacado también afuera. Con los ojos entrecerrados de la emoción y mirando hacia el lado donde tenía lugar la escena, no me percaté del joven de lentes y cabellos rizado que acababa de sentarse dos sillas más allá. Le había bastado acercarse allí (por casualidad o lo que fuera) y se había encontrado con un cuadro que seguramente no esperaba: Un hombre de rodillas mamando engolosinado tremenda verga a otro que estaba en pleno éxtasis y allí, muy cerca, yo con la verga fuera masturbándome al ver a los vecinos en acción. Ni tardo ni perezoso, el recién llegado se sentó a mi lado, lo que hizo que me detuviera un instante para mirarlo, y al verlo un individuo joven sin malas intenciones y evidentemente muy interesado en mi instrumento, seguí con mi operación que ya me estaba haciendo con las dos manos. El muchacho comprendió de inmediato que no pondría ninguna objeción a su presencia por lo que aventuró a posar su mano sobre mi pierna y al no sentirse rechazado, la movió para agarrarme los huevos, empezando a hacerles pequeños masajes con suave presión, lo cual me alivió un poco la tensión y de paso me transmitió una nueva sensación, la de la mano de un extraño (por más señas, un hombre) acariciando mis genitales, así que, sin mucho preámbulo, tomé su mano y la dirigí directamente a que me agarrara la polla, dejándolo a partir de allí a cargo de la situación. Si eso era lo que quería, pues no había razón para que no se diera su gusto. Muy poco tiempo pasó antes de que el muchacho se agachara y empezara a besarme la cabeza de la polla, con tal cuidado y ternura, como si estuviera chupando un nardo, a lo cual respondí agarrando su cabello y presionándole la cabeza para que recibiera en su boca toda mi tranca, la que, a pesar de no tener las proporciones de la de mi vecino, está igualmente de buen tamaño y luce más gruesa en la cabeza que en la base. Ya con ella entre su boca, el muchacho decidió imitar al oriental y se acomodó de rodillas para quedar de frente y poder mamar mejor, logrando ahora introducirse mi verga hasta el fondo de su garganta, subiendo y bajando la cabeza, besándome ocasionalmente los huevos y su delicado forro y apretándome la polla con su mano, para subir y bajar la piel sobre el glande, que tenía hinchado y brillante como un durazno. Poco a poco empecé a sentir que me venía, por lo que agarré su cabeza por las orejas y empecé a dirigir sus movimientos con fuerza, él por su parte, a hacer presión con la boca y la lengua hasta que no pude más y con un Ahhhh&hellip desgarrador, le dejé venir en su interior todo el semen que se me había acumulado durante la sesión preliminar de paja y que ahora, al contacto de su boca, húmeda y caliente, había explotado produciéndome arcadas de placer. El muchacho recibió como venían las emisiones de gruesa leche y se las tragó gustoso, succionando incluso el glande para extraer hasta la última gota, mientras por la comisura de sus labios escapaban restos de leche blanquecina y espesa. Yo quedé exhausto, con los ojos cerrados y las piernas temblorosas por varios minutos, mientras que mi ternero mamón se ocupaba de limpiarme gentilmente con un pañuelo suyo, al tiempo que se acomodaba de nuevo sobre la silla, como si nada hubiera ocurrido. Nos miramos con una sonrisa cómplice, yo agradecido porque me había aliviado de un polvo que de todas maneras se iba a desperdiciar y él, encantado de haber practicado algo que le causaba un gran gozo.

Todavía intentó acomodármela dentro del pantalón, en lo cual yo le ayudé, pues empezaban ya a encender las luces del teatro, al haber finalizado la tanda y dar paso al intermedio para la siguiente. Miré hacia el lado y la pareja que había iniciado todo el desorden con su cachondeo, había terminado quien sabe a qué horas y había desaparecido, de lo cual ni cuenta me di por estar dedicado ahora a mi propia satisfacción. Salimos al frente donde él compró algunos dulces y me ofreció uno, empezando a conversar nerviosamente por primera vez, haciendo como si nos conociéramos de otro lado. Lo miré mejor y pude comprobar que era en realidad un muchacho agradable, más joven que yo, con un rostro que lucía limpio y sin trazas de maldad, y lo más importante, se comportaba sin amaneramientos. Vestía con ropa casual y llevaba un sweter de color oscuro que le daban un aspecto de estudiante por su cuerpo delgado. Le pregunté su nombre y de donde era, respondiéndome que se llamaba Leo, que era del Distrito Federal y trabajaba como ayudante de enfermería en una clínica. Bajamos después al baño, que queda en una especie de sótano y allí, al ver que estábamos solos, estiró de nuevo su mano para sostenerme la verga mientras orinaba, y a pesar de habérmela vaciado hacía pocos minutos, sentí que volvía a hinchárseme otra vez, lo que me demostraba que al igual que él, también había quedado sin saciarme. Fue al salir cuando me dijo: «Oye ¿y porqué no nos vamos para otro lugar?». «Bueno -le dije- yo no tengo un lugar o al menos, no un lugar donde pueda invitarte». A lo que respondió riéndose: «Pero yo si tengo el mío, en donde serás muy bienvenido, sí quieres venir». Pensé inmediatamente que ya había llevado mi aventura demasiado lejos, que no era mi costumbre hacer este tipo de cosas y que lo mejor era despedirme y citarnos para otro día. Pero simultáneamente consideré que no todos los días se presenta la posibilidad de una nueva experiencia y que cualquier cosa que sucediera, sería por mutuo consentimiento y no por vicio o por algo más bajo aún, como pago de dinero o cosa parecida. Así que accedí a su invitación y nos marchamos juntos caminando en la noche que empezaba a caer.

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