Me gusta que miren a mi mujer

Cuando las vueltas de la vida comenzaron a mostrar su lado opaco, una idea mía, que hasta hacía unos días resultaba anormal, ridícula y sucia para mi mujer, trajo un aire de erotismo que, sin lugar a dudas, tiró por la borda años de rutina.

Desde siempre tuve la fantasía de que mi mujer sea vista por otros hombres. En realidad por mujeres también aunque no sé a ciencia cierta si a las mujeres les gusta ver a otras mujeres. De todas formas la idea me agrada y mucho. Concretamente no es que pretenda que la vean a mi mujer en acción, me conformo con que puedan ver el lado “perra” que ella tiene adentro. Es algo que me calienta mucho. Ella es muy formal, tiene un trabajo muy serio que requiere el título de abogada y siempre tiene que atender asuntos graves, serios y urgentes. Sin embargo, siguiendo mis peticiones usa solo tangas del tipo hilo dental.

La petición mía se debe a que me encanta que, de vez en cuando, al agacharse pueda escapársele por detrás, esas tiritas que forman una “T” en sus uniones y tal vez, ese momento, pueda ser visto por otras personas.

Si bien ella cumplía a rajatablas el usar solo ese tipo de tangas, lo cierto es que terminaba haciendo trampa toda vez que usaba calzas con remeras largas que llegaban hasta la mitad de su cola y por ende, al agacharse o inclinarse, la tanga jamás se escapaba y si se le escapaba, quedaba tapada con la remera.

Todas esas peticiones mías, como se imaginarán, demandaron años de peleas ya que yo le vivía reclamando que muestre más y ella decía que se ponía lo que yo le pedía, y cuando yo le contestaba que si bien ella se lo ponía no era la forma en que yo quería que la usara, a lo que ella me decía que yo cada vez quería más cosas y que eso que quería era imposible. En fin. Pero mis pedidos eran para que ella se vista así en los momentos en que no pudiese ser vista por personas conocidas, por ejemplo en un bar, por la calle, en un supermercado, en un consultorio médico, etc… Mi intención era ver cómo ella, disimuladamente, calentaba a otros. Pero ella, a todos mis pedidos, interponía su profesión diciéndome que yo estaba loco al pretender eso ya que seguramente iba a dañar su imagen.

Así fuimos aminorando nuestras relaciones día a día hasta llegar a un promedio de 1 o 2 veces mensuales.

Todo fue así hasta que el viernes pasado, al levantarme para ir a trabajar, (demás no está mencionar que trabajamos juntos y que tenemos la misma profesión) la observé y vi que se puso, una vez más, esa pollera de cuero que le llega hasta media pierna, con medias oscuras. Digo “una vez más” porque ya parecía su uniforme, lo usaba casi todos los días.

Hasta ahí todo normal. Desayunamos, y nos fuimos al trabajo. Nuestras oficinas se encuentran separadas por un pasillo, pero con la salvedad que las paredes son vidriadas, tapadas solo por unas cortinas que dejan ver lo que pasa dentro. Al llegar, cada uno fue a su oficina y ella le pidió a uno de los empleados que fuera a buscar una carpeta y que se la llevara. Cuando el empleado volvió con la carpeta golpeó su puerta pero ella se encontraba hablando por teléfono por lo que no lo atendía. Entonces me paré y fui hasta su puerta, la abrí y de dije al empleado que pase y se la deje sobre su escritorio. Ella no veía porque estaba de pie, hablando por teléfono y mirando por una ventana hacia afuera. Mientras el empleado entraba miré atentamente su espalda y noté con sorpresa que por debajo de la camisa blanca que llevaba puesta no tenia nada. Es decir, se veía claramente que no llevaba corpiño. Guauu. Jamás había logrado convencerla de algo así, a tal punto que ya hacía años que había desistido de pedirle que no lo use. La imagen era angelical pero infernal al mismo tiempo. Se veía una mujer de espaldas, con un rayo de sol de entraba por la ventana y que al atravesar la fina tela de la camisa, dejaba ver la piel absolutamente desnuda. Ante tal situación lo primero que hice fue mirar al empleado. Él, obviamente también había visto lo mismo pero no dijo ni hizo nada. Simplemente dejó la carpeta, se dio media vuelta y salió. Yo cerré la puerta y me fui a mi oficina. Pasados unos minutos, veo que el mismo empleado vuelve pero esta vez con una taza de café en sus manos y nuevamente golpeó la puerta pero esta vez pasó de inmediato. Al ver eso miré desde mi escritorio a través de las cortinas que nos separaban por las paredes vidriadas y pude ver que mi mujer estaba sentada en su escritorio y al recibir al empleado se paró, tomó la taza y le agradeció. Luego, al igual que antes, el empleado salió. Yo me moría por saber qué había logrado ver el empleado por lo que con la excusa de preguntarle si quería que fuéramos a almorzar a un restaurante, fui a su oficina y entré. Intenté seguir el mismo camino que el empleado y pararme en la misma ubicación. Al hacerlo casi muero por lo que vi. Se distinguían muy claramente sus pezones. Si bien no tiene las tetas muy grandes, tienen el tamaño justo como para que no cuelguen. No le dije nada. Ella me miró como intentado ver si ya me había dado cuenta a la vez que me dijo que le gustaría ir a comer asado a un lugar cercano. Luego de eso salí y moría por ver la cara de todos los que entraban y salían de su oficina. No lo podía creer. Llegadas las 11 de la mañana fuimos a una reunión en donde había dos abogados más. Sin embargo, para ir a la reunión, se puso su chaleco, que si bien se lo dejó abierto, impedía que los demás adviertan que no llevaba corpiño. De todas formas lo entendí y hasta me hubiese dado vergüenza por ella que no se lo ponga. En la reunión nos sentamos en sillones separados por una mesa ratona. Estábamos sentados enfrentados y ambos compartíamos los sillones con otra persona. O sea que ella tenía un abogado a su lado y yo a otro a mi lado. En un determinado momento ella se puso de pie para tomar unos papeles de su maletín y se sentó rápidamente. Al hacerlo, lo que ví, me impidió volver a concentrarme. Abrió por un instante sus piernas y no sólo no llevaba medias hasta la cintura (usó por primera vez las medias con portaligas) sino que no llevaba tanga. Estaba absolutamente en bolas. Si bien la acción duró un segundo, fue más que suficiente como para que yo logre verla. Ignoro si el colega que estaba a mi lado pudo verla, pero muero por saberlo. Cuando salimos de la reunión le dije que la había visto, que se lo agradecía y que moría por revolcarla pero que me aguantaría hasta la noche. Ella, simplemente me miró, se rió y me dijo que eso no era nada. Que al salir de la oficina iba a ir a tomar masajes a un lugar que solo había masajistas hombres. Se imaginan mi cabeza durante todas esas horas. Al salir me dijo que me quede tranquilo y que iba a intentar filmar la sesión con su celular. Me fui a mi casa y la esperé para cenar. Siendo las 20.00 horas entró en la casa, dejó caer su chaleco y observé que ya no tenía puestas las medias. Me acerqué y mientras la besé aproveché a manosearla por debajo de su pollera confirmando que aún estaba sin tanga. Incluso note su culo aceitado. De inmediato me dijo que le gustaría que comiéramos mirando el video que filmó en su sesión de masajes. Así, apague las luces, serví la comida en el living, y conecté su celular al proyector que tenemos instalado. El video que tenía una duración de 55 minutos inició y se veía que ella ya estaba dentro de la cabina y el masajista era un chico joven, muy musculoso, el cual estaba vestido solo con un short de futbol negro. Luego, el chico le pidió que se saque la ropa y se acueste boca abajo. Ella se paró frente a él, de espaldas y se sacó primero la pollera, dejando ver que no llevaba tanga, luego se quitó la camisa y por último las medias. Se acostó boca abajo y él se paró a su costado, quedando de frente en relación a la imagen captada por el celular. Lo primero que hizo el masajista fue desparramar el aceite por todo el cuerpo. Incluso se escuchó que en vos muy baja le dijo que era aceite tibio. Luego comenzó a masajearla sin dejar lado (ni agujero) por tocar. La manoseó por todos lados. Incluso pude ver como el masajista le abrió las piernas y no dejaba de mirarle el culo. De paso, con la excusa del masaje, pasó sus dedos en no menos de 1000 veces por la zona. En fin… Pero lo que vino después fue mortal. Le pidió que se diera vuelta, boca arriba, y se paró por detrás de la cabeza de ella. Luego, desde ahí, comenzó a masajearle las tetas y fue bajando hacia la cintura, pero más que eso, lo que me hizo casi explotar fue que él, para llegar hasta esas zonza, debió inclinarse y al hacerlo le refregaba su pito por la cara a mi mujer. Su miembro, que estaba bien erecto y se había salido del short, lo frotaba por toda la cara. Era como que el pibe la masajeaba con sus manos y a la vez, con su pito. Ella, en ningún momento abrió su boca, pero sin embargo pude ver que varias veces asomó la puntita de su lengua intentando saborearlo. En un determinado momento, él ya no disimulaba y abandonó el masaje para directamente masturbarla. Primero frotaba su clítoris y labios mayores con ambas manos. Luego, mientras con una mano continuaba con dicha tarea, con la otra introducía dedos en su vagina y en su culo. Así siguió un rato hasta que la mano que frotaba la parte externa comenzó a aumentar el ritmo y la presión. Recordemos que mientras hacía eso, frotaba su miembro contra su cara. Ella se dejó manosear así hasta llegar al orgasmo. Luego le pidió que frenaran. Él, medio que no entendió y le dijo, ¿me vas a dejar así? A lo que ella le dijo que sí. Que estaba apurada y que tal vez otro día lo dejaría terminar, pero después lo miró con una sonrisa y le dijo que si él quería terminar tenía que llamarla, pedirle un turno y pagarle, tal como ella lo había hecho. Finalmente el video terminó y cuando él la miró, ella estaba sentada con sus piernas abiertas y con su mano derecha frotaba su vagina con un pepino que había traído escondido desde la cocina. Lo que vino después se los contaré en el próximo relato, pero desde ese día no paramos de coger y contarnos nuestras fantasías. Ah, luego de finalizar el video me confesó que hacía varios días que llevaba sin usar ropa interior, que era la segunda vez que iba a tomar masajes, siempre con masajistas diferentes, y que comprendió qué era lo que yo esperaba de eso y que no solo le gustó hacerlo sino que hasta la calienta también. Dijo que imaginarse que yo me caliento viendo como otros u otras se calientan al verla, hace que se moje toda y se inspire para pensar nuevas aventuras.

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