Mi profesora de piano me adentra al lesbianismo

Hoy sería el día de la dichosa cita con Cristina y estaba más que nerviosa. No era mi primera pero sí era la primera con alguien que me tenía completamente loca. Una parte de mí sabía que era un terrible error seguir este juego con ella y que lo pagaría muy caro pero… ella tenía la fuerza de un imán y me atraía de una manera sobrenatural.

Muy probablemente terminaría con el corazón más roto de lo que ya está; esa pequeña parte del pequeño revolcón con el adonis no se ha ido de mi mente. Y la sensación de celos no había desaparecido, pero después de lo que pasó en el auditorio no quería arruinarlo; estábamos en una nube rosa que nos… que me mantenía flotando. No quería malos tragos antes de un gran día.

Después de tanto pensar, me decidí por un vestido rosa, con algunas decoraciones y sin mangas. Como todos los días, el calor era infernal y los Jeans no parecían una buena opción. Unos zapatos abiertos con tacón no muy alto y algo de maquillaje. Listo. Cristina constantemente me repetía que le gustaba verme al natural. Sigo creyendo que dice las cosas para aminorar el golpe de su ida. Faltaban unos cuantos minutos para la cita cuando sentí mi teléfono vibrar. Era ella.

-Hola.- Dije sin poder contener la sonrisa estúpida.

-¿Lista, pequeña?-

-Más que lista.-

-Estoy abajo.-

-Voy.- Colgué. Se escuchaba feliz, esa era una buena señal.

Agradecía a los cielos porque mis padres no estuvieran aquí para llenarme de un montón de preguntas. Sabían que salía con una “amiga”, omití que la amiga era mi profesora de piano. Mi hermano estaba en práctica de fútbol, así que no tendría que darle explicaciones a nadie. Al abrir la puerta Cristina estaba sobre el capo de su carro aparcado frente a mi casa. Se veía divina. Su cabellera suelta, iba maquillada y se veía más que perfecta. También optó por un vestido y tacones altos. Me acerqué a ella y me recibió con un abrazo.

-Te ves preciosa.- Susurró a mi oído.

-No te quedas atrás. Te ves muy guapa.-

-Es sólo la cara…- Me soltó y abrió la puerta del pasajero para que entrara.

Ahora me di cuenta de lo mucho que le costaba tomarse los cumplidos. Hace unos días le dije que parte de mi progreso se lo debía a su constante motivación. Se limitó a decirme que era parte de su trabajo. Era como si no quisiera aceptar que algo bueno puede salir de ella. Y ahora con su “es sólo la cara”; sí, Cristina podía ser una hija de puta cuando se lo proponía pero habían muchas cosas buenas dentro de ella. Aunque no las pueda ver.

Durante el trayecto hablábamos animadamente de nuestros días. Ella seguía odiando que por culpa de una huelga tenía que trabajar horas extras. Ni siquiera estaba a favor de lo que peleaban pero al ser una minoría tenía que seguir la corriente. Era muy eficiente con su trabajo por lo que la cuestión de papeleo la terminó en cuestión de unos días. Días en los que se aseguró de decirme en dónde estaba y qué estaba haciendo. Parecía que quería quitarme la espina de lo que pasó con su “amiguito”. He de decir que lo disfrutaba y me agradaba que se preocupara de mí en esa forma.

-¿Qué harás cuando seas grande?- Rompió por completo el tema de conversación que teníamos.

-Aún no lo decido. Me queda un par de semestres para averiguarlo.-

-No lo dejes pasar mucho tiempo. ¿Hay algo que particularmente te llame la atención?- Se veía muy interesada.

-Psicología me agrada muchísimo. Puede ser una opción viable.-

-¿Hay una escuela cerca?- Negué.

-Cuatro horas de aquí.-

-¿Con quién vas a vivir?- Comencé a reír.

-Ni siquiera tengo definido si quiero eso, ¿qué te hace creer que ya sé dónde voy a vivir?-

-¿Tienes familia ahí?- Volví a negar. –No me agrada.-

-Es una pena que no dependa de ti.- Volteó a verme, noté cierta furia en su mirada. –Te vas en un mes, ¿qué te preocupa lo que será de mi vida en un año?- Muy a su estilo ignoró el tema subiendo el volumen de la radio. De inmediato lo apagué. -¿Te importa?-

-Sólo quería conversar de algo, Al… y sí, me importa mucho. No te quiero vagando en una enorme ciudad tú sola.-

-Me las voy a arreglar. Siempre lo hago.- La vi sonreír. -¿Qué?-

-Nunca te das por vencida.-

-Nunca.- Me sorprendí mucho cuando Cris me llevó a las afueras de la ciudad y nos desviamos a un camino de terracería. Calculo que habremos avanzado unos dos kilómetros cuando llegamos a una pequeña cabaña.

Ella no decía nada, simplemente me sonrió al aparcar frente al lindo lugar. A pesar de haber pasado aquí toda mi vida no conocía esta parte de la ciudad. Cris bajó del auto y se apresuró a abrirme la puerta; amablemente me tendió su mano para ayudarme a salir. De la mano llegamos a la puerta del lugar. Sin soltarme buscó en un pequeño bolsillo que tenía su vestido y sacó una brillante llave. Abrió y frente a nosotras había una enorme sala perfectamente arreglada, una mesa en el centro, dos cojines a los lados y mucho sushi.

-Creo que mencionaste que te gusta el sushi.- Me sonrió ampliamente.

-Me fascina. Gracias.- Sin pensarlo dos veces me colgué de su cuello y la besé. La sentí tensarse al principio pero después se aferró a mi cintura y profundizo el beso.

-Así que el sushi tiene estos efectos… debería dártelo más seguido.- Sonrió sobre mis labios.

-Gracias.-

-Aún no hemos empezado. Agradéceme al terminar.-

-Pero quiero agradecerte ahora.- Le dio un beso corto. –Gracias.-

-De nada.- Con una inusual sonrisa me invitó a pasar a la casa.

La cena fue mágica, simplemente mágica. Cristina se portó como… como si fuera mi pareja. Estuvo atenta en todo momento, me sirvió, me dio a probar de su comida, de vez en cuando se inclinaba y me robaba un beso. Era como si fuera una Cristina diferente y la odiaba. Odiaba que se portara tan bien porque no quería quererla más y portándose así era imposible.

Apenas y terminamos de comer me eché sobre ella y la besé con toda la pasión que encontré dentro de mí. Ella ni tarda ni perezosa me correspondió; sus manos encontraron un camino debajo de mi vestido con una facilidad increíble. En segundos me tenía gimiendo sobre su boca mientras ella amasaba mis nalgas.

-Eres como una puta fruta prohibida, Al… Lo que te quiero hacer…-

-Hazlo.- Dije con los ojos cerrados.

-No quiero lastimarte.- Respondió dejando pequeños besos sobre mis labios.

-Hazlo, porque necesito odiarte.- Dejó de besarme y abrió los ojos abruptamente.

-Lo siento mucho, Al… pero no puedo alejarme.- Me puse de pie y tomé mi teléfono. Ella me veía confundida.

-Ma, me quedaré en casa de Sam a ver películas. Mañana es sábado así que no hay problemas por la escuela.- Esperé la letanía de mi madre aunque sabía que al final accedería. –Sí, sí la próxima vez te aviso antes. Te veo mañana. Te quiero.- Le envié un mensaje a Sam pidiéndole que me cubriera; me debía un favor. Apagué el teléfono y lo aventé al sillón. –Toda tuya.-

Parecía que alguien hubiera encendido una llama en los ojos de Cristina, sus profundos ojos cambiaron de la preocupación a la lujuria en dos segundos. Sonrió, esa sonrisa que aparece cuando estamos en la cama; se puso de pie y caminó lentamente hacia mí. Se inclinó un poco para poder quitarme el vestido y dejarme sólo en ropa interior.

-Toda mía. Solo mía.- Su forma de verme me hacía sentir deseada, bonita, importante, todo en el aspecto físico pero no en lo emocional. Ella necesitaba saciarse… no quería que la amaran, mucho menos amar.

-¿Eres mía?- Pregunté mientras sus dedos jugaban con las tiras de mi sostén. Dejó su tarea un momento y me vio directo a los ojos.

-Sí, soy tuya.- Quería creerlo, necesitaba creerlo… aunque sea un segundo. –No lo pienses,- me tomó de la cara- siéntelo.- De nuevo atrapó mis labios con fuerza.

Me apretó a ella, sus manos vagaban por todo mi cuerpo, sus labios se comunicaban con los míos, su lengua me enloquecía. Estaba a su merced. Así como ella me quería tener, así como quería estar para ella. Aferrada a su cuello dejaba que las sensaciones que ella me producía se tatuaran por toda mi piel. No sabía cómo era el cielo pero estoy segura de que era algo muy cercana a esto.

-Quiero estar muy dentro de ti…- Escucharla hablándome así me excitaba más; esta mujer tenía una increíble facilidad para manejarse en la cama. Entonces recordé lo que me había dicho. Aprender, crecer y follar. ¿Habrá sufrido?

Tomé su cara, la acerqué a mí y la besé con ternura, lento, suave, sin ninguna prisa. Sus manos dejaron mis hombros y se quedaron colgados a sus costados. Estaba muy tensa. Lentamente bajé mis manos, recorrí sus hombros, sus bíceps, su antebrazo hasta lentamente entrelazar mis dedos con los de ella. Apenas y movía sus labios sobre los míos; intentó meter su lengua en mi boca pero no la dejé.

-No.- Me espanté al escuchar la solemnidad de su voz. Salió de la casa prácticamente corriendo; me quedé con la cabeza agachada y me vi únicamente con ropa interior. Si iba a dormir aquí sería mejor quitarme los zapatos.

Estaba por quitarme la segunda sandalia cuando Cristina entró nuevamente; su expresión era indescifrable, feliz no estaba, era obvio pero algo en ella estaba diferente. De un tirón se quitó el vestido y se puso algo que llevaba en las manos; hasta ahora me percataba de ello. Lo había visto en algunas películas lésbicas… strap-on. Sentí que la garganta se me secaba, tanto por el tamaño de esa cosa como por lo sexy que se veía Cristina con él puesto.

-Boca arriba en el piso.- Dijo con voz autoritaria. Terminé de quitarme el zapato, lentamente me bajé las bragas y me puse en el piso como ella me lo indicó.

Su mirada seguía llena de lujuria pero había algo más que no podía descifrar; se quedó un momento contemplándome. En un ataque de no-sé-qué-demonios llevé mi mano a mi sexo y exploré mis pliegues unos segundos para después jugar con mi clítoris. Cristina me veía atentamente, llevó sus dedos a su boca, los llenó de saliva y los bajó al miembro artificial que colgaba en su entrepierna. El simular la masturbación masculina casi hace que me corra.

Nuestros ojos nunca se apartaron, nos veíamos intensamente esperando a ver quién hacía el primer movimiento. No fue raro que fuera ella. Se arrodilló frente a mí a la vez que yo abrí más las piernas para darle mejor acceso. Volvió a llenar de saliva el miembro antes de acomodarse en mi entrada.

-Te gusta provocarme, ¿cierto?- Colocó la punta del pene dentro de mí y llevó el dedo pulgar de su mano izquierda a mi clítoris para jugar con él. –Contéstame.-

-Sí.- Cerré los ojos un momento. –Me gusta saber que provoco cosas en ti.- Se enterró un poco más en mí y solté un leve gemido.

-No tienes idea de lo mucho que provocas… no la tienes.- Mis manos se fueron a sus piernas para acariciarlas. Su mano libre vagaba por mi abdomen y amagaba con tomar mis senos. Elevé la cadera y el miembro se hundió un poco más.

-Sólo para ti.- La vi a los ojos mientras tomaba entre mis manos su mano. Ese fue su detonador, de pronto tenía sus fuertes brazos a lado de los míos y la extensión de ella muy dentro de mí. -¡Cris!- Me aferré a su espalda.

Era, por mucho, el intruso más grande que había tenido ahí abajo; dolor. Estaba en una delgada línea entre el dolor y el placer, tenía los ojos cerrados, mis dedos enterrados en la piel de Cristina. Entendió eso y se quedó un momento inmóvil con sus labios vagando por mi cuello. Cuando mi agarre en su espalda se suavizó comenzó a moverse lentamente.

Mis manos tocaban su espalda, sus brazos, se enredaban en su cabello, se aferraban a su cuello, no sabía ni qué hacer conmigo. El cúmulo de sensaciones era algo que nunca había sentido y es que al estar con Cristina cada vez se sentía como la primera. Siempre había algo nuevo, algo diferente, algo que excitara más que la primera vez y eso me volvía loca.

Su ritmo lento poco a poco se fue intensificando, las embestidas eran cada vez más fuertes y más profundas. Su cabeza aun enterrada en mi cuello. Intenté pasar mis piernas por su espalda pero con una mano me lo impidió y me ordenó que las mantuviera abiertas. No lo analicé simplemente obedecí. El calor era intenso, una fina capa de sudor apareció sobre la piel delicada de Cris y su respiración era cada vez más entrecortada. Como pude me incliné un poco para darle un beso en el cabello.

-No.- Segunda negativa de la noche. –Te estoy follando, no estamos haciendo el amor.- Y para probar sus palabras me propinó una estocada descomunal; sentí que me partiría en dos. –Estoy es lo que te puedo dar.- No me veía.

Sólo pude asentir. No tenía opción. No le diría que no ya que la tenía, literalmente, dentro de mí. Sacó el miembro hasta dejar solo la punta dentro de mí, esperó unos segundos antes de perderse de nuevo en mí. Era una sensación delirante y el saber que era ella me mojaba más. Sus pausadas penetraciones fueron acompañadas por mordiscos a mis senos. Ni siquiera se preocupó por quitarme el sujetador. Mordía con fuerza, como si quisiera darme a entender algo.

Cerré los ojos y me dejé llevar, segundos después explotaba en un delicioso orgasmo que se prolongó cuando Cristina me penetró rápidamente unas veces más sin dejar de jugar con mis senos. Aún dentro de mí se incorporó y buscó mis labios, los tomó con fuerza y su lengua inmediatamente buscó la mía. Los besos húmedos se extendieron por varios minutos hasta que la detuve.

-Así se siente ser prostituta.-

-¿De qué hablas?-

-Dar tu cuerpo a cambio de algo…- Pude ver un dejo de tristeza en sus ojos que rápidamente se convirtió en enojo.

-Fui clara contigo desde el principio.-

-Eso lo hace más fácil.- Dije sarcásticamente. De un tirón salió de mí, lo cual hizo que me retorciera un poco; estaba muy sensible.

-Hay ropa cómoda en la cama de la habitación de arriba. Me daré una ducha.- Cristina entró por una pequeña puerta de madera la cual cerró estrepitosamente.

Quería a esa testaruda mujer que entró a ducharse, quería todo de ella pero ella no quería nada más que sexo. Hace un mes mi vida era tranquila, solitaria hasta cierto punto, sin problemas, más que los de la escuela, y una que otra discusión con mis padres. Lo típico. Hasta que la conocí y puso mi mundo de cabeza.

He mentido, he faltado a clases por verla, he hecho cosas que en mi vida imaginé que haría; cosas que creí que haría sólo con la persona correcta pero la persona “correcta” se va en un mes. Caricias de lastima, de compasión, como las que se le dan a los perritos en la calle, eso es lo que he recibido de ella y con rabia me doy cuenta que las acepto. Soy una completa idiota.

Estaba semidesnuda y muy bien follada a las afueras de la ciudad sintiéndome miserable y con la persona más imbécil sobre la tierra. Y una parte de mí me decía que lo merecía por no confiar en mi primer instinto de que era un error. De que saldría lastimada; creo que no imaginé que se sentiría así de horrible.

Nuestro primer encuentro fue tierno, dulce, con el toque lujurioso de Cristina y hasta me dijo que le gustaba y de pronto se transformó en esta mujer distante, incapaz de recibir amor o de darlo. Me tendió una trampa y yo felizmente caí en ella. No lo soporté más y me eché a llorar. ¿Realmente creí que alguien como ella se fijaría en mí? Su lujuria necesitaba un receptáculo y yo estaba a la mano. Yo estaba cerca de ella y se aprovechó de eso. Soy un juguete más, al cual va a olvidar cuando se marche.

Escuché que la puerta del baño se abrió después de varios minutos que pasé llorando y regañándome por ser tan estúpida. Me hice bolita en el piso esperando que Cristina pasara de largo a la habitación y me dejara ahí tirada. No quería estar con ella, tenía suficientes motivos para odiarla y comenzaría a hacerlo. La escuché suspirar fuertemente, segundos después podía sentir la frescura que desprendía su cuerpo a unos centímetros del mío.

-La primera vez que me enamoré fue con él. Había tenido novios antes pero nunca me había sentido tan atraída a alguien como con él. Me hacía sentir bonita, sexy, me hacía sentir única… hasta que entendí de qué iba todo eso. Las atenciones eran por mi cuerpo, por mi imagen… todo en esta vida son las putas apariencias.- Tomó aire. –Me vi en la necesidad de cambiar de ciudad, para dejarlo todo atrás y comenzar de nuevo. Llevaba una vida, monótona, gris, me apegaba a lo que vine a hacer hasta que te vi parada junto al piano.-

-No sigas.- Le supliqué.

-Quiero que lo entiendas. Por favor.- No le dije nada; me quedé callada por unos segundos y lo vio como una señal para que continuara. –Tu cuerpo es tentación, tu cara es divina pero en cuanto comencé a tratarte y vi tu inocencia, vi los motivos por los cuales te mueves, vi como tratas a las demás personas… me vi. Vi lo que solía ser antes de él…-

-Y quisiste desquitarte, lo entiendo.- Se comenzó a reír.

-Caí ante ti, Al. Caí rendida a lo que tú eres… tu inocencia es una arma de doble filo, ¿sabes? Verte masturbándote ha sido de lo más erótico que he visto en mi vida.- Se acercó más a mí y me abrazó. –Me asusta lo que me haces sentir.-

-¿Por qué te portas así conmigo?- Las lágrimas seguía corriendo pero no con tanta intensidad.

-Quiero que me odies.-

-¿Por qué?-

-No tengo nada bueno para ti, Al.-

-Te equivocas…-

-Me conozco, lo voy a terminar arruinando.- Era inútil discutir con ella. Esta pequeña confesión lejos de ayudarme a aclarar el panorama lo hizo más turbio.

-Entonces aléjate de mí.-

-Lo haré, después de esta noche.- Sentí como se me estrujaba el corazón. Con un suave movimiento llevó la mano que me abrazaba a mi estómago y lentamente lo fue bajando a mi vientre, luego a mi monte de venus hasta llegar a mi sexo que aún estaba mojado.

Dos de sus dedos recorrieron los pliegues buscando empaparse; abría mis labios, aruñaba suavemente, amagaba con entrar en mí de nuevo. Las lágrimas y la amargura fueron reemplazadas por los gemidos que no se hicieron esperar. Cristina se pegó aún más a mí; abrí un poco más las piernas para darle más acceso.

-Eres preciosa, Al.- Susurró a mi oído antes de besar mi cuello con fervor. –Me encantas.-

-Cállate, por favor.- Las lágrimas amenazaban con salir de nuevo. No quería escuchar nada de lo que me decía. Nada.

Me concentré en lo que sus dedos me hacían, si sería nuestra última noche juntas lo menos que podía hacer era disfrutarlo. Cerré los ojos y me dejé llevar. La maestría de sus caricias era exquisita, simplemente exquisita. ¿Alguien que me toque como ella? Quizás. ¿Alguien que haga mi corazón latir como lo hace ella? No creo que pueda encontrar en esta vida o en las que sigan.

Y así una vez más me dejé llevar; la disfruté y ella me disfrutó. La mañana nos encontró desnudas en la sala de una pequeña cabaña, iluminando con sus rayos nuestros últimos segundos juntas.

Acerca del autor
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *