EN EL TREN

Mi experiencia sexual actual es variada, pero siempre recuerdo una, que me calentó, hasta las lágrimas. Por lo insólita y de la manera en que sucedió. Sucedió un día de verano hace 2 años, cuando viajaba en tren hacia mi trabajo. Voy a aclarar que soy licenciada en física, pero en ese entonces trabajaba de recepcionista en una empresa muy importante y por ello la puntualidad era muy importante en mi ocupación.

Recuerdo lo complicado de esa mañana, había tenido acción con mi marido durante casi toda la noche, motivo por el cual, dormí más de la cuenta. Cuando desperté y vi el reloj, me vestí rápidamente con el uniforme de la empresa, para no perder tiempo luego en el vestidor, ni siquiera preparé el desayuno, me calcé las medias y salí a la calle, las ligas las acomodé en la calle, mientras me dirigía rápidamente a la estación del tren que se encontraba a dos cuadras de casa. Mi desesperación aumentó al ver gran cantidad de gente en el anden y mas cuando me entere que había demora en el servicio. Me fue imposible tomar un taxi ya que estos circulaban todos ocupados. Finalmente arribo un tren al andén, repleto de gente. Ya llevaba para entonces 20 minutos de retrasó, que sumados a los 90 minutos de tiempo total de viaje, hasta la empresa, me sería muy difícil recuperar. El horario pico y el retraso del servicio, habían agigantado el problema. Por supuesto que no todos pudieron abordarlo y yo fui como siempre una de las privilegiadas, siempre lo era además de las otras chicas, ya que es costumbre que los hombres se porten muy galantes con nosotras y más a esa era de la mañana. Siempre me dio la impresión que la virilidad de ellos aumenta en estas horas y más aún si vestimos ropas que acentúan la forma de nuestras curvas con telas ligeras o si llevamos puestas faldas muy cortas. Todo esto hace que ellos siempre hagan un lugar para nosotras y traten de rodear nuestros cuerpos, buscando algún tipo de contacto físico, con nuestras zonas erógenas y así lograr excitarnos.

La ropa que llevaba me ayudó a subir, muy pocas veces uso el uniforme de verano de la empresa por la calle, ya que es muy provocativo. Llevaba puesta una pollera azul muy corta de tela símil seda, con un provocativo tajo atrás y una blusa blanca, con un saco azul ídem a la pollera. Al subir al tren, sentí como algunas manos se deslizaban por mis piernas. Pero esto no me importó, ya estaba acostumbrada a ese toqueteo, es más, muchas veces lo aprovechaba, a modo de coqueteo y conseguir de este modo algún lugar cómodo donde instalarme. Muchas veces también, aprovechaba estos momentos para deleitarme hasta la excitación, con la fricción de alguna verga dura contra mis piernas. Los 14 años de viaje, en este tipo de medio me fueron dejando infinidad de experiencias, siendo la mayoría de ellas muy gratificantes. Considerando que mi verdadero debut sexual lo tuve próxima a cumplir los 24 años, este tipo de estimulación en tren me sirvió para aplacar de algún modo mi apetito sexual por años. Este tipo de contactos con la anatomía masculina, fueron sensibilizando cada centímetro de mi cuerpo. Estas experiencias me moldearon de forma distinta a muchas mujeres. Con el tiempo logré percibir vibraciones y olores que al solo sentirlos me transportaban al éxtasis, erotizando todo mi cuerpo. Aquí detallo una de esas experiencias, que no fué muy distinta a las demás, pero que me ayudó a comprender algo que me negué a aceptar por mucho tiempo.

Volviendo al relato inicial: Proseguí avanzando con mi táctica de seducción, buscando algún lugar seguro, ese día no estaba para flirteos. Mi avance se producía un poco a ciegas por los empujones que recibía, hasta que llegué al fuelle del vagón, en esta unión de los vagones me detuve, cualquier otro acceso era imposible, ya que la puerta al otro vagón estaba cerrada y un niño estaba apoyado en ella y unos paquetes de costado lo encajonaban. Era algo morocho, vestía uniforme de secundaria, su altura parecía igual a la mía, pero su cara era aniñada, parecía no tener más de 13 o 14 años. Un empujón que recibí me arrojó contra él, quedando de espaldas a su persona y de costados a los paquetes, quedando encajonada igual que él, me sentí segura de todos lados, por lo cual ya no me preocupé por conseguir algún otro lugar mejor. Me acomodé como pude, mientras el tren arrancaba, indiferente a los gritos de la gente que no podía subir. Al llegar a la siguiente estación, fuimos todos embestidos por la turba de gente que también quería hacerse de un lugar. Mi cuerpo fue empujado contra el del chico. Le pedí disculpas, sin siquiera verlo bien y grité a los demás en general, que no fueran tan brutos, que aquí se encontraba un niño al que estaba aplastando, y como nunca falta un desfachatado, este grito desde no se donde, «APLÁSTAME A MI, MAMA!!!», los demás festejaron con risas su ocurrencia. Esto me avergonzó tanto que quedé muda. La presión que la gente ejercía continuaba aumentando, abracé la carpeta que llevaba con los brazos y ubiqué la cartera contra mi abdomen, para así separarme un poco del inmenso hombre que tenía delante, de espaldas a mí.

Busqué de este modo hacerme fuerte en esta posición y no retroceder más, cosa que no pude conseguir, ni con la ayuda del chico que me empujaba desde atrás. Cuando el tren arrancó comenzó la nueva estabilización de las posiciones. Yo terminé de punta de pies, con la pollera algo levantada, por efecto de la fricción de mi cola contra el cuerpo del chico, pero logré mantenerme en el mismo lugar, solo que esta vez todo mi cuerpo descansaba sobre el cuerpo del chico, posición en la cual, no me permitía reprocharle nada al pequeño al sentir sus manos sujetar mi cadera, le resté importancia a esto y supuse que él solo trataba de protegerse de algún modo contra los empujones que yo le propinaba, a su vez también, víctima de los empujones de los otros. Un instante después todo comenzó a nublarse en mis ojos, comencé a sentir un bulto detrás de mi cola, sabía que era el niño, pero me culpé a mí misma por esa posición provocativa, casi obscena con la que lo estaba martirizando y de la cual me era imposible zafar. No quise avergonzarlo ni llamar la atención de los demás, permanecí callada, comprendí que mi pollera, mejor dicho mi minifalda, era demasiado corta y no podía evitar que su sexo tomara buen contacto con mi anatomía trasera y que de esta manera él se habría excitado, quizás sin quererlo. Esta situación me había pasado varias veces, pero ese día deseaba sentirme limpia de deseos libidosos, ya que solo llevaba un mes de casada. Por un momento creí que podría dominar la situación, ya que por tratarse de un niño no creía que tuviera el valor suficiente para aprovecharse de la situación y que esta sólo terminaría en una más de las tantas apretadas que me daban en este medio de transporte, por lo cual dejé que las cosas siguieran como estaban, pero esta posición se hacía insostenible con el paso del tiempo, resultándome cada vez más difícil de controlar. Su bulto crecía, cada vez más y parecía acomodarse mejor al contacto con mi cuerpo.

El movimiento de vaivén que se produce en el fuelle donde nos encontrábamos, precipitó las cosas. Me sentí mareada cuando sus manos comenzaron a moverse con libertad, acariciando mis piernas, por debajo de la falda, a la altura de las ligas y su bulto parecía estar a punto de explotar contra mi cola. Comencé a transpirar, estaba empezando a excitarme, y sabía que si esto sucedía podría ser muy vergonzoso para ambos. Busqué con mis ojos mirar a nada, para no excitarme más, pero fué inútil, las sensaciones que percibía me estaban trastornando y mi voluntad se derrumbaba. No pude impedir que él, con sus pies y luego con sus piernas, fuera abriendo poco a poco las mías, ni que bajara un poco mi diminuta bombacha, tampoco pude impedir que desnudara su miembro viril y lo ubicara entre mis piernas, terminando por acomodarlo en mi canal vaginal, abrazado por los labios de mi vulva. Su instinto animal se había despertado. Comprendí recién entonces que lo había dejado avanzar demasiado y que sería muy difícil amedrentarlo para que cambiara de actitud. Sentí su respiración entre cortada, su calor y los latidos de su corazón. Me di cuenta que estaba totalmente a su merced, mi ropa y la posición en la que me encontraba conspiraban contra mi anatomía. Esta posición y el lugar en que nos encontrábamos, facilitaba mi entrega. Sabía que si no hacía algo pronto mi cuerpo sería vejado. Busqué ganar tiempo. Levanté la carpeta que llevaba y tapé mi cara, para ocultar los gestos de placer que ya no podía controlar.

El tiempo transcurría y solo faltaban 3 estaciones más para llegar a destino, cuando el tren disminuyó su velocidad, hasta detenerse por unos minutos, que me parecieron una eternidad. Ahora podía sentir como su miembro rozaba el vello de mi entre pierna, guiado por su instinto, buscaba incrustarse en mí. El se encontraba casi colgado de mi cadera, tratando de obligarme a ceder a su deseo carnal. Intenté resistirme, busqué enderezarme varias veces, pero me fué imposible. El me tenía sujeta de modo muy firme y mis fuerzas se agotaban en cada intento con el paso del tiempo. Busqué fuerzas en mi interior, intenté un último esfuerzo, hasta que nuestras fuerzas se igualaron, pero fué inútil. Este esfuerzo me desestabilizó, de tal modo que perdí el equilibrio y lo único que conseguí, fue que él al no soltarme llegara a mantenerme casi alzada, mis piernas temblaban, terminé arqueada, sin defensa, ofreciendo mi concha en la posición más vulnerable. El esfuerzo que él hacia por sujetarme y mantenerme alzada, evitaba que su miembro me penetrara, pero cuando el tren comenzó a moverse, se le facilitaron las cosas. La marcha se hizo tan lenta, que el fuelle donde estabamos, recibía fuertes sacudones, que él supo aprovechar para balancearse y darme algunas estocadas penetrándome parcialmente, en uno de esos intentos desesperados por penetrarme, su pija zafó, desplazándose hacia mi colita, penetrándome intensamente ya que esa posición era la más vulnerable. Ahogué el grito de dolor que esto me produjo, con mis lagrimas y mordí mis labios fuertemente. Como respuesta a su poco tacto e inexperiencia le propiné un golpe con el codo. Esto lo volvió a la realidad, obligándolo a sacármela de ahí. Entonces resolví, que lo mejor seria facilitarle las cosas, para no volver a ser víctima de su poco tacto e inexperiencia. Abrí más mis piernas, flexioné mis rodillas y arqueé más mi cintura, hasta sentir que su pija me alcanzaba cómodamente. Ahora podía percibir la verdadera dimensión de su miembro y sentir las embestidas que su pija me propinaba.

Me di cuenta que no tenía ninguna experiencia, por la manera alocada con que me embestía, como si yo fuese una muñeca de goma, sin sentirme. Cuando comencé a sentir los primeros orgasmos, apreté la carpeta contra mi cara y mordí con más fuerza mis labios, esta vez, para ahogar mis gemidos. El ruido del tren y el bullicio de los demás evitaron que llamáramos la atención, aunque yo lo sentía alojarse cada vez más dentro mío, con todo mi ser. Sentía su respiración agitada sobre mis hombros y como sus labios y su lengua recorrían mi cuello. Él chico era una máquina, ahora sus estocadas eran profundas, hasta podía sentir chocar sus bolas con mis labios. Solté mi cartera al piso y me aferré a la carpeta que tapaba mi cara. Me sentí acabar varias veces, la transpiración de mi cuerpo endecha más mi fogosidad. Lo sentí acabar 4 veces dentro mío y también sentí su recuperación. Él era todo potencia. Al percibir que mi entrega era total, él libero sus manos y comenzó a acariciarme la zona del pubis y se entretuvo un buen tiempo con mi clítoris que radia de excitación, mientras no dejaba de penetrarme con su falo que latía excitado de pasión. Todos nuestros movimientos eran ya instintivos. No se cuantas veces más acabo dentro mío, solo recuerdo los latidos de su pija en el interior de mi ser y el fluido que sentía deslizarse a lo largo de mis piernas, fruto de mis jugos y de su semen. Cuando su velocidad de empuje disminuyó, pude acoplarme a su ritmo, acompañándolo en cada uno de sus movimientos de manera que me mantenía penetrada por más tiempo, me sentía pegada a él, me sentía llena. Ahora podía percibir con mayor intensidad, los latidos de vida, que su pija manifestaba en mi interior, haciendo completa nuestra unión. Fueron 70 o 80 minutos de placer, hasta llegar a la terminal.

Faltando una estación para llegar a destino, dejé que explorara el resto de mi cuerpo. Ahora era yo quien lo estaba cogiendo y esto lo liberaba un poco de la acción. Dirigió sus manos hasta mis pechos, desprendió dos de los botones de mi blusa y se aferró con fuerza a mis tetas desnudas, produciéndome dolor, yo no llevaba corpiño, casi nunca lo usaba en verano. En esta posición mis pechos se erizaron y comencé a golpear mi cola contra su verga hasta alcanzar un nuevo clímax. Mantuvimos esta posición casi hasta arribar al andén, ya que él se negaba soltarme. Liberé una de mis manos y la dirigí hacia su sexo, lo toqué, sentí su verga dura, palpitante. La tomé con fuerza hasta sacarla de mi vagina. Esta maniobra me permitió tener idea de su dimensión, largo y grosor, me pareció de buenas proporciones.

Cuando el tren comenzó a detenerse por efecto de los frenos en el andén, me desprendí de él a la fuerza, pisándolo con los tacos chupetes de mis zapatos. Él esta vez pareció entenderlo, me subió la bombacha y aprolijó la pollera, mientras yo prendía los botones de mi blusa y manoteaba la cartera del piso. Su aptitud me enterneció tanto que antes de descender volteé hacia atrás para verlo. El se avergonzó mucho, bajó su mirada, su cara era un tomate, estaba todo transpirado. Su pantalón gris llevaba la muestra de nuestro amor, estaba manchado con nuestros jugos. Era un típico chico de secundaria, tendría unos 13 o 14 años. Cuando terminé de descender del tren salí corriendo, tenía los ojos cargados de lágrimas, no podía explicarme lo que me pasaba, después de alejarme varios metros, volví hacia atrás, a buscarlo, necesitaba verlo una vez más, finalmente lo encontré, se veía feliz.

Ese día llegué tarde de todos modos a la empresa, pero la experiencia que tuve me enseñó algo que yo me negaba a aceptar, «Los chicos me atraían», esta segunda experiencia con un niño, me marcaba a fuego. Yo había debutado sexualmente con un niño unos días antes de cumplir los 24 años. Nunca pensé que repetiría una experiencia similar y menos de la manera en que sucedió. Nunca pensé que otro chico, volvería a incendiarme tan desconsoladamente, produciéndome tanto placer. Esa misma noche busqué revancha con mi marido, agotándolo hasta el cansancio y dejándolo exhausto en la cama. Esta nueva experiencia me hizo comprender, que la satisfacción sexual solo la podía alcanzar de dos maneras. Una era con la compañía de un buen macho, la otra, con la calidez y ternura que solo puede tener un niño inexperto. Esa inexperiencia es justamente la que enciende mis más bajos instintos transformándome de mujer a hembra.

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