Pura y casta hasta el matrimonio

Virginia, mi novia, es muy guapa y sexy. Es de esas chicas que por donde pasan, dejan huella. Todo el mundo se la queda mirando cuando se cruza con ella. Y sigue mirándola cuando se ha cruzado. Una cara muy bonita, de ojos color marrón, casi negros, llenos de ternura y con un gran brillo. Mide metro setenta, un cuerpo muy bien proporcionado, con un buen pecho, una cintura espectacular, un culo sobresaliente. Su manera de andar enloquece, como su forma de mirar. Sólo tenía un problema. Para mí, un gran problema: ¡quería llegar virgen al matrimonio! Me dejó muy claro que ella no era de esa clase de mujeres que van a la cama con el primer novio que se pillan y que creía que muchas parejas se rompían porque se hartaban de sexo antes del matrimonio. Yo creía que era una tontería. Pero tanto la amaba, y la amo, que estuve de acuerdo y renuncié al sexo con ella. Y así estuvimos tan felices.

Yo veía en Virginia a la personificación de la fidelidad, la honradez, la candidez… Siempre ha sido muy atenta, cariñosa y amorosa conmigo. A menudo renovábamos el pacto de no tener ninguna relación sexual hasta nuestra noche de bodas porque para ella era muy importante que nuestra relación fuera sincera y se basara en el amor y el respeto y no en el sexo. A mí me costaba mucho no poder ni siquiera tocarla y tenerme que conformar con algún que otro beso y algún que otro abrazo. En más de una noche tuve que autoconsolarme y era en esos momentos que recordaba y veía con nitidez a mi novia convertida en una explosiva bomba sexual aunque sólo era una fantasía, pues la imagen real de Virginia es un símbolo de ingenuidad y castidad. Casi no podíamos ser más felices y pronto empezamos a pensar en fijar una fecha próxima para nuestro matrimonio.

Virginia mantenía realmente nuestro pacto y no permitía que se le acercara ningún hombre si le veía con segundas intenciones. Eso le costaba mucho esfuerzo porque es una chica muy caliente y con grandes deseos sexuales. Cuando andaba por la calle, recibía miradas de admiración y deseo. Si ella se daba cuenta u oía algún piropo, no hacía ningún caso y bajaba la vista. De todas formas, en esos casos se excitaba tanto que no podía esperar a masturbarse. Pero lo más importante era cumplir la promesa que nos hicimos y así sentirse bien consigo misma. Y la cumplió.

Hasta que este miércoles 30 de diciembre fue a trabajar que parecía un bombón. Debajo de un abrigo oscuro escondía una blusa blanca de encaje y faldita corta de pliegues colorada encima de unas medias negras semitrasparentes. Unas bonitas trencitas y los zapatos con un imponente tacón le daban un toque entre niña inocente y mujer fatal. Aunque ya estaban acostumbrados a que fuera muy atractiva, al llegar a la oficina, los compañeros la saludaron efusivamente: – ¡Virginita, que guapa que nos vienes hoy! ¡Que suerte que tiene tu novio contigo!- así como la consabida frase: -¡Que no me entere yo que este culo pasa hambre!- Les miró muy seria, casi enfadada. Ella pensaba que hambre, lo que se dice hambre, su culito pasaba mucho. Pero lo importante para ella era yo y mantener su promesa.

Cuando mi novia se sentó, Jose, que no le sacaba los ojos de encima y tenía su mesa situada en una posición privilegiada, pudo ver las ligas que sujetaban las medias de Virginia y se quedó sin respiración. Ella se dio cuenta y se estiró la falda para abajo, tarea imposible por lo cortita que era. Le quedó mirando como riñéndole y él apartó la vista avergonzado. Al cabo de un rato, Virginia se levantó para archivar unos documentos. Pedro tuvo la suerte que la chica tuvo que agacharse un poquito y le pudo ver casi todas la nalgas. Se preguntó, con su mente calenturienta, si es que no usaba braguitas o que llevaba tanga. Nunca lo descubriría. Ya sabían que con Virginia no había nada que hacer porque en más de una ocasión había contado que quería llegar virgen al matrimonio y que ni con su novio mantenía relaciones sexuales. Y desde siempre cualquier intento de acercamiento de cualquiera de los hombres del curro era abortado por la rigidez y seriedad de la chica, por otro lado tan simpática y amable con todo el mundo. Ya era mala suerte que la única mujer del despacho fuera tan casta e inaccesible! Por lo menos podían alegrar la vista con ella y, luego, pensar en su sexy compañera mientras hacían el amor con su esposa o se la cascaban en el baño.

Toda esa mañana, la oficina entera estaba pendiente de Virginia. Mientras Fran estudiaba el escote de su compañera intentando adivinar un poco del inicio de su pecho o de qué color eran los sostenes, Ramón, cada vez que la chica pasaba por su lado, imaginaba lo atractivo que sería su culo, tapado ahora sólo por esas breves falditas de colegiala. Y el Sr. Jonás aspiraba hasta el fondo todo el olor que podía de la joven cuando se le acercaba con cualquier excusa. Mi Virginita se daba cuenta y, la verdad, toda esa situación le calentaba y casi no podía más. Pero no era una chica débil y nunca caería en el error y fallarme, a mí, a su novio querido.

Así fue pasando la mañana. Aun estando en pleno invierno, no habría hecho falta la calefacción en la oficina ya que el calor humano, aunque reprimido, era suficiente para mantener la temperatura. Cuando entró el Sr. Martí, vio a sus empleados como embobados y empezó a mandarles trabajar y a no distraerse y les amenazó, a grito pelado, que echaría a más de uno si no empezaban a rendir más y a ser más productivos, que ya estaba harto de holgazanes e inútiles. Su tono cambió al ver a mi novia y, muy amablemente, le mandó un cumplido: – ¡A ver si aprendéis de Virginia! Ella sí que trabaja y se está ganando el sueldo. Gracias, Virginia, por ser tan buena empleada. ¡La mejor!– y se la quedó mirando como pasmado. Ella le sonrió brevemente y siguió con su trabajo. Todos en la oficina se dieron cuenta que su jefe se moría de ganas de camelarse a la chica, pero también sabían que esa era una misión imposible. Al cabo de un rato, el Sr. Martí se fue por la misma puerta en que había entrado.

Al llegar la hora de comer, las dos, Roque dijo de salir al bar de la esquina, en que hacían unas tapas riquísimas, e invitó a Virginia a ir con ellos. Pero ella se excusó porque tenía mucho trabajo pendiente y se había traído algo de comida de casa. En realidad, la chica tenía otros planes, aparte de comer. Toda la mañana había estado muy excitada y ya no podía aguantar más. Cuando se quedó totalmente sola, vio que era la ocasión de desahogarse un poco. Sus compañeros, que seguro que estaban hablando de ella y de lo buena que estaba y que lástima que fuera tan puritana y blablablá, no volverían hasta dentro de una hora, por lo menos. Se levantó la faldita y apartó un poco el hilillo del tanga. Tomó uno de los plátanos que había traído para el postre ya que era su fruta favorita, y lo acercó a su coñito, totalmente húmedo. Empezó un masaje que, en unos segundos, terminó en una explosión de suspiros. Se bajó el tanga, se lo quitó y lo dejo en la silla. Era una obra de arte de la lencería, blanco con encajes, muy transparente y, ahora, muy húmedo. Enseguida, cogió otro plátano y subió encima de su mesa. Cogió el primer plátano rebosante de flujo y se lo fue acercando a su culito mientras ya tenía la otra pieza insertada en la vagina. A cuatro patas, un plátano por delante y otro por detrás, parecía una bonita gatita en celo. Una sinfonía de ayes y uyes llenó la oficina vacía cuando llegó al segundo orgasmo. Los plátanos parecía que tenían vida propia y no cesaban de entrar y salir. Con los ojos cerrados, se imaginaba a sus compañeros haciéndole el amor, rojos de deseo y pasión, y enseguida tuvo el tercer orgasmo.

– ¡Sigue, sigue, cielo, no pares ahora, que estás divina!

¡Era la voz de Germán! Virginia abrió los ojos y vió que su compañero tenía los dos plátanos cogidos y no cesaba de penetrarla con ellos en unos movimientos de vaivén sin fin. Aún con la sorpresa y todo, la chica no pudo evitar tener un cuarto orgasmo ante Germán. Entonces se rehízo, apartó los plátanos y, avergonzada, se bajó tanto como pudo los pliegues de su faldita para cubrir su sexo. Bajo de la mesa y dijo ruborizada:

– ¿Pero, qué haces aquí, Germán? ¡Se supone que estabas comiendo!

– Bueno, se supone que tú también estabas comiendo, ¿no? De hecho, tu sí que comías, realmente… ¡dos plátanos, jejejeje! ¿Están buenos? Jajajaja!

– ¡Déjate de risitas! ¡Podías haber avisado! ¡Estoy avergonzada!

– No debes avergonzarte. ¡Estabas muy atractiva en esa posición de perrita hambrienta!

– ¡Ya está bien! ¡Lo peor es que ahora lo vas a contar a todos!

– ¡No, eso, no! ¡No debes preocuparte! Nunca te he dicho, Virginita, que me gustas. La verdad es que te quiero desde la primera vez que te vi entrar por esa puerta. Y ahora que te he visto en acción… la verdad ¡eres un diez!

– ¡Gracias, Germán! Te lo agradezco.

– Pero, tú también debes hacerme un favor. Si de verdad me agradeces mi silencio, ¡demuéstramelo!

– ¿Cómo?

– ¡Mira como estoy! ¡El espectáculo me ha puesto a cien! – Germán se bajó los pantalones y Virginia vio que realmente su paquete no cabía en los calzoncillos, muy húmedos.

– ¡Por favor, Germán, súbete los pantalones! ¡Eres un hombre casado!

– No metas a mi mujer en eso. ¡Mira, toma! – se sacó su pene completamente erecto e hizo que Virginia lo tomara con su mano. Ella la apartó decidida ante lo cual, Germán le espetó: – Tu misma, pero ya veo que no quieres ser mi amiga. Pues yo no seré tu amigo. ¡Voy ahora mismo a contarlo todo a mis compañeros!

– ¡No, eso no, por favor, Germán!

– ¡Pues, hazme una buena paja!

Virginia, resignada, cogió con la mano la verga de Germán y empezó a masajearla. Primero suavemente, luego con fuerza. Aunque parecía imposible, la polla se hizo todavía más larga y gruesa. Alguna gotita empezó a asomar por la punta ante lo que el chico dijo: – ¡Uy, cuidado, que vamos a manchar el suelo! ¡Por favor, procura con la lengua que no se derrame en absoluto!

La chica hizo por replicar pero vio que era una tarea imposible y le lamió la punta del nabo para secarlo. Pero enseguida otra gota hizo su aparición. Y otra. Y otra. No daba abasto con la lengua y empezó a chupar la polla con los labios.

– ¡Vamos, termina ya, cabrón!

– Oye, debes tratarme bien, que soy tu amigo!

– ¡Un amigo no hace eso a una buena chica como yo!

– ¡Espera, Virginia, deja que tome los plátanos!

– ¿Ahora te entró hambre?

– ¡No, no son para mí! – y entonces Germán introdujo los plátanos en la vulva y en el culito de Virginia. Ella quiso quejarse pero empezó a gemir de gusto.

– ¡Que cabrón que eres! ¡Qué bien que mueves los plátanos, hmmm!

– ¡Toma, toma y toma! ¡Come y calla, Virginita, que con la boca llena no es de buena educación hablar!

Virginia tuvo su quinto orgasmo y ante la pasión de la chica, Germán no aguantó más y tuvo el suyo en su boca. ¡La verdad es que su semen estaba muy rico! Había deseado tanto comer una polla! Aún con los plátanos penetrándola, Germán la levantó y le dio un beso en la boca y le dijo que tranquila, que iba a cumplir su parte del acuerdo y no contaría a nadie lo que vio.

En ese momento, un aplauso irrumpió en la oficina y vieron como sus compañeros sonreían admirados por el espectáculo. Mi Virginita se quitó los dos plátanos y, muy avergonzada, corrió a ponerse el tanga.

– ¡Germán, te felicitamos! ¡Qué suerte has tenido que este bombón te la haya comido! – dijo Roque- ¡Y a ti también, Virginia, te felicitamos. ¡Qué bien tragas, y que buena estás!

– ¡Por favor, vamos a dejarlo! – suplicó la chica – ¡Sobre todo, que no se entere el jefe, por favor!

– ¡Pues claro que no, hija! ¿Por quién nos has tomado? – contestó el Sr. Jonás- No somos unos chivatos. ¡El Sr. Martí nunca va a saberlo! ¡Te iba a despedir solamente enterarse! Nosotros te queremos. ¡Yo, por lo menos, como a una hija!

– ¡Gracias, Sr. Jonás! Siempre le vi como a un gran compañero.

– Lo sé, lo sé, hija. Pero bueno… ¡supongo que vas a agradecer nuestro silencio! – dijo el Sr, Jonás.

– ¡Sí, sí, claro, os lo agradezco mucho, amigos! – contestó la chica, intentando arreglarse los pliegues de la faldita.

– Quiero decir, ejem, ejem, que no sólo nos lo agradecerás de palabra ¿no, hija?

– Claro, Virginia, tu agradecimiento será sincero, ¿no? – intervino Roque.

– ¡Totalmente sincero, amigos! ¡Quiero mantener el lugar de trabajo!– dijo Virginia.

– ¡Pues, mira, demuéstralo! – dijo el Sr. Jonás – Me gusta mucho como hueles. ¡Me encantaría que te acercarás y pudiera olerte tu cuello, sin tenerlo que hacer a escondidas!

– ¡Ningún problema, Sr. Jonás! – dijo la chica acercando su cuello al hombre que ya aspiraba con los ojos cerrados el aroma de su perfume mezclado con su buen olor natural.

– Bueno, también tendrás que cumplir un deseo mío. – dijo, pícaro, Jose – Antes, por la mañana, vi sin querer que usabas una bonitas ligas pera sostenerte las medias. Me gustaría volverlas a ver.

– De acuerdo, si eso compra tu silencio ante el jefe. – Y Virginia levantó un poquito su falda para mostrar las ligas negras de encaje. La admiración se adueñó de las caras de todos los presentes.

– ¡Que bonitos muslos, hmmm! – exclamó Fran – Virginita, yo te pido un favor muy sencillo. Antes intentaba adivinar como son los sostenes que llevas. Si me los muestras, no diré nada al jefe de lo que vi antes con Germán.

– Pues mira atentamente si eso hace que no digas nada al Sr. Martí – contestó Virginia y mostró una tira blanca inmaculada. Luego, ante la cara de deseo de sus compañeros, se desabrocho un poco más la blusa, y descubrió un fabuloso escote en un sostén de encaje.

– Virginia, tu sostén es fabuloso. – dijo admirado Pedro- Pero antes me preguntaba si usabas o no braguitas y de qué color eran. Ahora ya vi que usas un diminuto tanga blanco, pero, si quieres que no te descubra ante el jefe, me gustaría volverlo a ver.

– ¿Qué puedo hacer? ¡Estoy en vuestras manos! – contestó, rendida, Virginia y se subió un poquito más la falda hasta que descubrió el tanga blanco que cubría su húmedo sexo. La chica estaba avergonzada pero la situación la calentaba al saber todos los ojos puestas en sus bellezas.

– ¡Ahora es la mía! – dijo Ramón! – Desde que te vi que suspiro imaginándome tus nalgas. Por favor, muéstramelas y mi boca quedará sellada ante el jefe. Virginia, sabiendo que no podía oponerse, se puso de espaldas a todos y se levantó ligeramente la falda. Aunque sus rotundas nalgas casi lo cubrían por entero, se podía adivinar la obra de arte que conformaba el bonito tanga. Los espectadores no pudieron evitar aplaudir entusiasmados. Ella, como agradecimiento a los aplausos, contorneó ligeramente su culito. Eso volvió a despertar la aclamación de los presentes. Enseguida, con timidez, se volvió a bajar la faldita.

– ¡Eres una chica muy guapa! – dijo admirado Roque – Mira, Virginia, antes te invité a ir con nosotros a comer al bar. Pero tú no pudiste venir por exceso de trabajo. Creo que debes comer algo, que debes estar hambrienta.

– Sí, algo de hambre tengo, es cierto. Todavía no comí.

– ¿Te apetece volver a comer algo de plátano? ¡Antes vi que lo tragas muy bien! – dijo Roque acercando los dos plátanos a la entrepierna ya mojada de la joven. Ella intentó resistirse, pero le vencía el deseo. Él le apartó un poco las braguitas y con un movimiento circular, apuntó los extremos de las dos piezas en su vulva y, apenas sin forzar, las introduzco juntas hasta mitad. Eso arrancó un suspiro excitado de placer. El Sr. Jonás se acercó de nuevo a oler el cuello de la joven y empezó a besarlo y a lamerlo. Jose empezó a acariciar las ligas de las medias con pasión. Pedro, enamorado del tanguita, lo cogió suavemente y lo fue bajando hasta quitárselo completamente; lo besó y lamió y lo guardó en su bolsillo. Y entonces tomó uno de los plátanos y ayudó a Roque en su introducción, ahora prácticamente completamente los dos dentro de la vagina. Ramón, un apasionado del culo de mi Virginia, se puso tras suyo, le subió la faldita y le empezó a besar y a mordisquear sus bonitas nalgas. Enseguida la chica empezó a gemir y a tener espasmos de placer. Los plátanos rezumaban el abundante líquido provocado por su nuevo orgasmo. Pedro lamió el fabuloso jugo y dijo – ¡Estos plátanos están riquísimos!

Roque cogió los plátanos y, dándoselos Ramón, le dijo: – Toma, Ramón, mira que no tenga hambre también tu amado culito de Virginia. – Ella, asintió tímidamente con la cabeza, como pidiendo que sí por favor, y Ramón empezó a introducir un plátano en el agujerito posterior de la chica. Para facilitar la penetración frutal, la puso en pompa encima de la mesa y el plátano entró con suavidad. Cuando quiso introducir el segundo, vio que no parecía posible y entonces Pedro lo introduzco en la vagina, muy jugosa, y se lo devolvió a su compañero para que hiciera el segundo intento de introducción anal. El plátano, ya bien lubricado, entró perfectamente hasta casi la mitad. El Sr. Jonás seguía oliendo y besando el cuello de la chica hasta que se atrevió a besarla en la boca. ¡Su sabor era a ambrosía! Fran terminó de desabrochar la blusa de la joven y empezó a acariciar y a besar su amado sostén. Introduzco rápidamente una mano para tocar su pecho y luego la otra. Le quitó la pieza de lencería i admiró sus tetas tan lindas. Enseguida acercó su boca y empezó a mamarlas apasionadamente. Jose ahora lamía los muslos de mi Virginita y le fue bajando las medias hasta quitárselas. También, tras olerlas y besarlas, se las guardó en el bolsillo. Pedro se puso encima de la mesa bajo la chica i quitándose un mísil del pantalón la empezó a penetrar ahora suavemente, ahora salvajemente. La vagina estaba muy prieta a causa de la fruta que comía por el ano. Pero el placer era inmenso y Virginia explotó en otro orgasmo y bañó a Pedro con su eyaculación vaginal, así como a Jose que le acariciaba los muslos. La chica estaba desnuda, sólo con su faldita plisada en la cintura, encima de la mesa y amada por todos sus compañeros de la oficina. Ramón, que estaba muy excitado, quitó un plátano del ano de la chica y con su pene erecto le penetró en un momento el agujerito y empezó a moverse rítmicamente. Germán, que ya volvía a tener su miembro tieso, ocupó el sitio de Pedro y penetró vaginalmente a mi Virginita. Ella le miró con agradecimiento y le regaló una sonrisa. José acercó su lengua al clítoris de la chica y empezó a succionarlo y a lamerlo. Virginia gritó de placer y tuvo un estruendoso orgasmo. El Sr. Jonás, se sacó de la bragueta su miembro hinchado y lo acercó a la boca de la chica. Ella, con cara pícara como riñendo al hombre de más edad de la oficina, empezó a succionarlo con fruición. Mientras tanto, Fran puso su miembro viril entre las tetas de Virginia haciéndose un extraordinario masaje. Roque, ya a cien, quitó el plátano del ano de la mujer y pidió a Ramón que le hiciera un poco de sitio. El segundo pene entró en el culito y la joven tuvo un orgasmo fantástico. Entonces, Jose se quitó su pene del pantalón, y empezó a restregar-lo por los muslos de la chica. El Sr Jonás, al verla tan caliente y feliz, con un gran gemido evacuó su leche en la garganta de Virginia. Al unísono, Germán eyaculó en la vagina en gran cantidad. Fran disfrutó al máximo de la cubana y ducho las tetas i el cuello con su semen. Pedro, se sacó el tanguita del bolsillo, lo besó, envolvió su pene con él y penetró la vagina de la chica mientras Germán, ya saciado, masajeaba su clítoris. Roque y Ramón explotaron simultáneamente en el culo de mi Viginia y ella, al notar la leche caliente en sus entrañas, tuvo el mayor orgasmo del día. En ésas que Jose eyaculó entre los muslos de la chica. Pedro, de nuevo duchado por los jugos vaginales, ya no pudo más y llenó el chochito con su semen con un grito de vencedor.

Todos abrazaron juntos a Virginia, la besaron y agradecieron lo cariñosa y sumisa que había estado con ellos y le aseguraron que nunca le dirían nada al jefe. Que no se preocupara.

En esas que se oyó un vozarrón que interrumpió la tierna escena: – ¡Efectivamente, no me diréis nada! No hace falta, porque lo he estado viendo todo. Virginia, como puedes pensar, no puedo tener una puta trabajando en mi empresa. Así pues, ¡estás despedida! Y no sólo eso, sino que lo primero que haré será decírselo a tu novio. ¡No quiero que el pobre infeliz se case engañado con una chica como tú!

– ¡No, por favor! ¡No le diga nada a mi novio! ¡Por lo que más quiera!

– Por lo que más quiera, hmmm, bueno… si te pones así… Lo que más quiero, después de verte en acción, ¡está claro lo que es!

– Sí, Sr. Martí, le daré lo que más quiera, ¡pero no le diga nada a mi novio!

– Ven, ven, hija… me parece que vamos a tener un acuerdo… y vosotros, ¡a trabajar, pandilla de vagos! ¡Y sin mirar, que Virginita y yo trabajaremos un buen rato hasta cumplir nuestro acuerdo! Y, si la cosa funciona, quizá, ni te despida. Una chica como tú puede ser muy útil a mi empresa! Ven, ven, a ver… súbete un poquito más la faldita… hmmm… ¡Venga, todos a trabajar! ¡Vagos! ¡Y tú, tambien, Virginita, ven, ven, a trabajar… hmmm!

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