Abuelo fotógrafo

Yo no me he llevado bien con mi nuera desde que la conocí, pues me parecía demasiado descocada para mi hijo. Es por eso que, aunque viudo, siempre he vivido solo.

Pero aquel verano se dio la circunstancia de que me había roto una pierna, en un estúpido accidente domestico, y mi hijo termino por convencerme de que pasara la convalecencia en su casa, ya que al tener espacio de sobra le parecía una tontería que no estuviera con ellos, y con sus hijas, las cuales casi ni me conocían. Después de mucho pensarlo accedí a vivir en su casa, con la condición de ocupar la habitación de la planta baja. Aquella que debía ser, en teoría, para la criada, y que utilizaban para guardar la ropa; pues el resto de los dormitorios estaban en la planta superior y no me parecía aconsejable pasarme todo el día subiendo y bajando escaleras. El cuarto, situado junto a la cocina, era bastante pequeño y mal iluminado, pues solo disponía de un estrecho ventanuco, que solían tener cerrado, y que daba a la parte mas revuelta del jardín, aquella en donde estaba situada la caseta del perro, y donde los frondosos setos, siempre a medio arreglar, solo dejaban ver un trozo de la piscina.

El recibimiento fue bastante gélido, como ya me esperaba, pero aun así no pude dejar de admirar lo bien que se conservaba mi nuera, a pesar de su edad; a diferencia de mi hijo, cuya barriga, y calvicie, le envejecían mas de la cuenta. Mis dos nietas eran, como su madre, realmente preciosas. Sobre todo la pequeña Julia que, con su docena escasa de años, además de una cara bellísima ya lucia un lindo tipito, en el que destacaban, deliciosamente, unos tiernos meloncitos, llenitos y puntiagudos, que prometían bastante.

Solo con que fueran la mitad de pujantes que los de su hermana Carmen ya seria suficiente. Pues esta, con sus dieciocho años recién cumplidos, además de un rostro agraciado, lucia mucho su espectacular físico, exhibiendo de una forma algo descarada, sus firmes senos, siempre cubiertos por breves tops y camisetillas, que apenas podían contener sus turgencias pectorales. Pero era Francis, como le gustaba que la llamaran, aunque yo siempre la había conocido como Paca, la que mas podía presumir de delantera, pues ahora que se acercaba a los cuarenta seguía teniendo un tipazo que ya quisieran para si muchas de las amigas de su hija mayor, con unos globos dignos de la mejor revista de desnudos. El que mejor me acogió al llegar fue Otelo, el enorme pastor alemán que yo conocí cuando apenas era un cachorro destetado. Este casi me hizo caer al suelo con sus cariñosos lameteos, mientras ladraba alborotado, trotando por todo el salón. Fue Julia la encargada de devolverlo a su caseta, mientras mi hijo me decía que el simpático animal entraba siempre que le apetecía en la casa, por la puerta de la cocina, ya que lo consideraban uno mas de la familia. Y, poco después, estoy en condiciones de asegurarles que forma parte de ella, pero de un modo un tanto peculiar.

Mi hijo pasa todo el día en la ciudad, regresando casi de noche de su trabajo, siendo esta la única forma que tiene de poder mantener el tren de vida que todos llevan. Su mujer, cuando no esta de compras, en el salón de belleza, o en el gimnasio, se dedica al cuidado de la casa; pero, salvo preparar la comida, no hace mucho mas, pues tiene a una chica, bastante simpática, que le viene a limpiar la casa dos veces por semana. La hija mayor apenas si para en casa lo indispensable para cambiarse de ropa, o descansar; a diferencia de la pequeña, que suele pasarse el día jugando en el jardín, o en su cuarto, con la alegre vecinita de al lado. Esta, un año mayor que ella, es un pequeño diablillo pelirrojo con faldas; es guapa y delgadita, y muy poquita cosa, pero su pecosa cara delata lo traviesa y picara que puede llegar a ser. Pues creo que fue ella la que empezó, de un modo bastante inocente, la escalada de perversiones que a continuación les relatare.

Aquella mañana me despertó el rayo de luz que entraba por la ventana entreabierta, pues la noche anterior había preferido no cerrarla del todo, para que entrara un poco mas de aire. Cuando me levante para abrirla del todo vi, a través de la estrecha rendija, a la pequeña Julia, que jugaba con su amiguita pelirroja, medio escondidas entre la caseta del perro y un gran seto de arbustos. La curiosidad me impulso a callar el saludo que les iba a mandar, pues quería ver como se divertían las dos preciosas pequeñas cuando estaban solas, sin testigos. Ambas vestían de una forma parecida, con unas reducidas falditas que apenas si les llegaban a medio muslo, y unas ligeras camisetas de manga corta, que les permitían soportar mejor el intenso calor que hacia ese día. Tenían montada una especie de tienda de comestibles, de esas de juguete, e imitaban a las señoras mayores cuando iban de compras con sus niños pequeños; en este caso, muñecas de platico.

Pero la diversión se les estropeo cuando regreso Otelo, quien sabe de donde, y arrollo los puestecitos, mientras intentaba lamer las caritas de las pequeñas, como muestra de afecto. Estas, algo enfadadas por su osadía, empezaron a empujarlo, para apartarlo de su tienda, pero solo consiguieron que el perro redoblara sus esfuerzos para echarse sobre ellas, creyendo que era un juego. Las niñas enseguida vieron que era mas divertido enfrentarse al animal que lo que estaban haciendo, y pronto estuvieron compitiendo por ver cual de las dos lo inmovilizaba primero. Yo, he de confesarlo, también me divertía de lo lindo, viendo el amasijo de pies y brazos que formaban en su desigual batalla. Y, por que no he de admitirlo, fijándome también en sus lindas braguitas infantiles, totalmente a la vista la mayor parte del tiempo. Al final a la linda vecinita se le ocurrió introducir toda la cabeza de Otelo dentro de su camiseta, confiando, quizás, en que la oscuridad lo calmaría; y, en parte, acertó, pues el animal se sereno rápidamente. Pero pude oír, como se quejaba a mi nieta, diciéndole que el muy marrano le estaba lamiendo las tetas.

A pesar de sus palabras vi que su cara reflejaba una mezcla de asombro, y placer, que tampoco paso desapercibida a Julia. Esta soltó al perro, que parecía estar muy concentrado en su labor, y se acerco para ver mejor lo que pasaba. Ya no podía oír lo que cuchicheaban entre ellas; pero veía, perfectamente, como las dos se asomaban por el escote de la pelirroja, para observar como el perro lamía sin parar sus jóvenes pechitos.

Al poco rato me sorprendí al ver con que habilidad lograron pasar a Otelo, de debajo de una camisa a debajo de la otra, sin darle opción de escapar. Ahora era la carita de Julia la que era todo un poema; y, como el escote de su camisa era bastante mas cerrado, tuve la suerte de presenciar como su amiga se la levantaba, poco a poco, para que todos fuéramos testigos de lo bien que usaba su larga lengua el animal.

Aunque las tenia relativamente cerca, aproveche que tenia mi cámara de fotos sobre una estantería cercana para no perderme ningún detalle de lo que allí estaba sucediendo, con la ayuda del teleobjetivo. Pero la tentación fue excesiva y pronto gaste todo lo que me quedaba en el carrete, sacando primeros planos de todo el pícaro evento. Por suerte espacie bastante el tiempo entre una foto y otra, para que no las alertara el tenue ruido de la cámara al hacerlas, y pude obtener un fiel documento de todo lo que hicieron las dos pilluelas. La pelirroja no se conformo solo con desnudar los blancos montículos de mi adorable nietecita, y pronto empezó a jugar con ellos, en vista de la pasividad de Julia, y de que el perro no se cansaba de lamer los dos pequeños fresones puntiagudos. Ahora era ella la que decidía que pecho quería que Otelo lamiera; pues, sentada detrás de mi nieta, se apodero de un prometedor montículo con cada manita. Así orientaba el pitón elegido hacia el hocico del animal, mientras ocultaba el otro entre sus pequeños dedos; jugueteando, al mismo tiempo con el pezón escondido, disfrutando con su insólita rigidez casi tanto como el animal.

La llegada de mi nuera a casa fue la que marco el fin de la diversión, por ese día. En mi siguiente visita a la ciudad me hice con un montón de carretes en color, pues estaba convencido de que tendría numerosas ocasiones para utilizarlos. Aproveche también la oportunidad para revelar las fotos, en casa de un antiguo amigo mío, mucho mas pícaro que yo, que tenia instalado en su ático todo un taller de revelado; no en vano lo usaba para revelar todas las fotos que obtenía de sus vecinos, con sus cámaras de largo alcance.

Solo cuando mi amigo tuvo la suficiente confianza conmigo me enseño la abultada colección que había ido obteniendo a lo largo de los años que llevaba dedicándose a ello, y que ocupaba numerosos albumes de fotografías; todos ellos meticulosamente ordenados. No me costo nada llegar a un acuerdo con él; y, a cambio de quedarse con algunas copias, accedió a revelarme todas las fotos que hiciera a las pilluelas.

Pronto empece a acumular carretes gastados, pues era raro el día que la pequeña Julia no se dejaban lamer los pechitos por el simpático animal. Dado que era la responsable de darle de comer por las mañanas, me acostumbre a madrugar; y así, en cuanto la oía preparar las cosas en la cocina, me apresuraba a situarme junto al ventanuco, donde ya tenia situado un pequeño trípode, para que la cámara no se moviera.

Rara vez fallaba, pues mi nietecita esperaba, pacientemente, a que Otelo terminara de comer, para después obligarle a beber. En cuanto ella consideraba que ya se había enjuagado la boca lo suficiente, dejaba a la vista sus preciosas tetas, sacándolas de debajo de la camiseta, o de dentro del vestido veraniego, para que la humedad de su lengua no delatara al resto de la familia su pervertida diversión. A mi esto me venia de perillas, pues así podía sacar infinidad de fotos de sus lindos pechos, totalmente desnudos y al natural.

También saque bastantes fotografías del torso de la picara vecinita pelirroja, pues cuando se creían solas solían desnudar sus senos para deleite de Otelo, y mío. Pero pronto me di cuenta de que la pequeña nos había salido un poco lesbiana. Pues, habida cuenta de que el perro casi no le prestaba atención cuando podía escoger entre ambas, ella se dedicaba a jugar también con los preciosos pechos de mi nietecita; ya que estos eran mucho mas bonitos que los suyos. A Julia se le notaba un poco incomoda, sobre todo al principio, pero cuando la lengua de Otelo derrumbaba sus complejos, accedía, gustosa, a cualquier caricia que le hiciera su amiga. En algunas ocasiones hasta se las devolvía tímidamente, jugando con los pequeños pezones de su amiga mientras esta, y el cariñoso animalito, disfrutaban al mismo tiempo de los suyos.

La verdad es que si no hubiera sido por las deliciosas mañanas que pase detrás de la cámara, hubiera sido un verano realmente odioso. Pues las tardes eran para mi un autentico infierno, debido a que las pasaba en una céntrica clínica, haciendo rehabilitación; y las noches, con la pamplinosa de mi nuera, no arreglaban la situación.

Hasta aquel día memorable en que tuve que regresar antes de hora porque el doctor estaba malo. No quise molestar a nadie y volví yo solo en un taxi; pues, al tener una copia de la llave de la entrada, no necesitaba pedir ayuda a ninguno de mis familiares. Estaba todo tan silencioso allí dentro que pense que no había nadie mas en la casa, por lo que me fui directo hasta mi habitación, con la idea de reposar la pierna.

Nada mas entrar me asome al ventanuco, como tenia por costumbre, con la esperanza de que la pequeña Julia estuviera allí, jugando con su viciosa amiga. No era así, pero me alegre de haberme asomado porque vi a Carmen tumbada, boca arriba, en la hamaca del jardín, haciendo top-les. Enseguida centre el zoom de la cámara en ella y saque una decena de fotos de su cuerpo escultural. Tenia puestos unos walkman en los oídos, y parecía dormir, dejando que sus dos firmes globos se pusieran mas morenos de lo que ya estaban.

Tenia que tomar el sol casi a diario, pues sus magníficos senos estaban casi tan oscuros como el resto de la piel. Estos, como ya he dicho, estaban prácticamente desarrollados en su totalidad; y su enorme volumen permitían augurar que la soberbia pujanza, y rigidez, que tenían en la actualidad, no habían de durarle eternamente. Pero, por ahora, eran una maravilla, que no podía dejar de plasmar en mi cámara fotográfica.

Las fotos, aunque dignas de la mejor revista de desnudos, no dejaban de ser bastante estáticas, así que decidí hacer una prueba. Con mas sigilo del que se puedan imaginar me dedique a tirarle bolitas de papel a Otelo, que dormía apaciblemente delante de su caseta; hasta que, después de varios intentos, conseguí que se despertara. Ni siquiera yo podía imaginar entonces todo lo que conseguiría con tan pequeño esfuerzo.

Pues Otelo, como ya suponía, después de desperezarse, vago un poco por el jardín; y, nada mas acercarse a la piscina, cariñoso como es, se acerco a saludar a su ama. Las divertidas mañanas que había pasado con mi nieta y su amiguita tenían que servir para algo, y así fue. El simpático perro apenas dudo un instante antes de abalanzarse, loco de contento, a lamer los oscuros fresones que tan ricamente ponían a su alcance.

Yo me apresure a sacar algunas fotos, pues suponía que mi nieta, con lo arisca que es, pronto apartaría al perro de si. Pero debía de tener un sueño bastante profundo, pues dejo que el animal la lamiera, bien a gusto, durante un buen rato. Estaba totalmente equivocado, pues pronto vi como la picaruela separaba totalmente sus bonitas piernas, para poder introducir, mas cómodamente, una de sus lindas manitas dentro del reducido bañador. No me hacia falta la cámara para suponer lo que hacían esos dedos metidos en un sitio tan intimo, pero las fotos me ayudaban a plasmar los expresivos gestos de placer que ponía mientras alcanzaba el orgasmo. Cuando, acto seguido, se dio la vuelta en la tumbona, creí que ya había acabado el reportaje fotográfico por ese día; pero me volví a equivocar, pues todavía faltaba lo mejor. Carmen, nada mas privar al perro de sus golosinas, se dio unos cuantos palmetazos en el desnudo trasero; pues la fina tira del bañador desaparecía, por completo, en el mórbido canal que separaba sus dos prietas nalgas, para atraer su atención. En cuanto logro que Otelo acercara su hocico a la zona deseada aparto el bañador a un lado, separando sus piernas todo lo posible, para que el animal no tuviera ninguna duda sobre cual era la húmeda gruta que debía saborear. Y vaya si lo hizo, por dos veces logro que mi nieta alcanzara fuertes orgasmos, y que yo gastara tres carretes plasmando su ardiente encuentro, con unos magníficos primeros planos de su húmeda gruta, y de cómo este la saboreo. Cuando ella, al final, se rindió, y se fue a la ducha, con las piernas algo temblorosas, nos dejo, a ambos, muy satisfechos, y ansiando volver a verla desnuda.

Pero, para nuestra desgracia, nuestra querida Carmen se marcho al día siguiente, para pasar un par de semanas de acampada en la montaña, con un grupo de amigos, y amigas, de su misma edad. Y nos dejo, a ambos, muy tristes; esperando, ansiosos, su regreso, para así repetir la dulce experiencia. No crean que hablo en plural por placer, pues solo un par de días después Otelo me demostró, de una forma muy clara, que también él había encontrado dulce y delicioso el tesoro que se esconde entre las piernas de las mujeres.

Esa mañana, Julia y su amiga esperaron, bañándose en la piscina, algo impacientes, como yo, a que la chica de la limpieza se marchara, pues así podrían jugar con el animal, creyéndose solas, un par de horas, hasta que volviera mi nuera. En cuanto se marcho vinieron las dos picaronas hacia la caseta del perro, ansiosas por sentir su lengua. La pelirroja, como de costumbre, fue la primera que desnudo sus tiernos pechitos, deslizando su lindo bañador hasta mas abajo del ombligo, para que Otelo fuera animándose.

Pero el perro estaba mas animado ese día de lo que podían suponer; pues, sin hacer ningún caso a sus escasos adornos, metió su cabezota dentro del bañador, haciendo que este se le bajara, a la primera, casi hasta las rodillas, sin ningún problema. Estaba tan concentrado haciéndole mis primeras fotos al pequeño felpudo de color naranja que apenas repare en el asombro que reflejaban las caritas de las dos niñas.

Fue esta pasividad la que permitió que el osado animalito diera sus primeros lengüetazos en su cueva sin ninguna oposición; y, como estos eran la mar de efectivos, fue la propia pelirroja la que separo sus piernas, en la medida de lo posible, para que Otelo prosiguiera con su gratificante labor. Julia, animada por los gemidos de placer de su amiga, la ayudo a despojarse del bañador. Y, una vez tumbada sobre la hierba, con las piernas totalmente separadas, se acomodo a su lado, para poder ver, casi tan bien como yo, la pasión con que se entregaba el animalito a su sabrosa labor, deslizando su larga y áspera lija por toda su intimidad.

El fuerte orgasmo que alcanzo la chiquilla, quizás el primero de su vida, la obligo a proferir tales gritos que Julia le tuvo que tapar la boca con sus manos. A la distancia que me encontraba, no podía oír sus cuchicheos, pero no tuve ninguna duda acerca de lo que le pedía la pelirroja cuando vi que mi nieta dejaba en libertad sus bonitos pechos, para que su golosa amiga pudiera apoderarse de ellos, y mamar de sus lindos pezones, como si fuera un bebe, mientras continuaba, feliz, a la búsqueda del siguiente orgasmo.

Este le vino bien pronto, y tuvo que ser igual de intenso que el anterior, sino mayor, pues ni siquiera el adorable tapón de carne que había dentro de su boca logro ahogar del todo los agudos alaridos que pego. La chica demostró ser insaciable, y aguanto, siempre chupando, y hasta mordiendo, los pechos de mi nieta, otros tres orgasmos mas, antes de que se rindiera, por fin, y aconsejara a su amiga que ocupara su lugar.

Julia no parecía demasiado convencida, pero dejo que la pelirroja le terminara de despojar del bañador; permitiéndome, así, fotografiar, encantado, la preciosa pelusilla rubia que cubría su pequeño nido, y que apenas empezaba a ocultar el divino bostezo rosado donde comenzaba su intimidad. Fácil lo tuvo, pues, Otelo, para lamer su dulce cueva, logrando, en solo unos instantes, que mi nieta jadeara de placer. Su amiga, en cuanto se hubo recuperado lo suficiente, se tumbo junto al solicito animal; porque, como de costumbre, no se quería conformar solo con mirar. Así que fueron sus hábiles deditos los que, después de explorar a conciencia todo lo que escondía Julia entre las piernas, se encargaron de separar sus pétalos de rosa, para que la áspera lija de Otelo profundizara aun mas a fondo en su cueva virginal. El resultado fue inmediato, y mi cándida nieta pronto rugió de gozo, en mitad de un fuerte orgasmo. La pelirroja, sabiendo que sus pequeños senos no servirían de gran cosa para acallar sus gemidos, sepulto con sus labios los de su amiga, logrando así amortiguar sus suspiros. Debió de gustarle el beso, pues no separo sus labios de los de ella hasta un buen rato después de que Julia acabara de gozar. Y tampoco debió de desagradarle a mi nieta, pues acepto, complacida, la boca de su amiga, cuando ya iba camino de otro orgasmo. Esta vez la pelirroja también se apodero de uno de sus pechos, el cual acaricio, cariñosa, mientras duro el beso. El segundo orgasmo de mi nieta fue tan violento y salvaje que esta enlazo con sus piernas la cabeza del animal para que este profundizara todavía mas con su lengua. Esto ultimo no debió de hacerle mucha gracia al perro, pues según alcanzo mi nieta el orgasmo, y separo las piernas, el se aparto de ellas, no muy convencido con lo que estaba pasando. Julia, por su parte, estaba ya tan cansada que no le importo demasiado que Otelo se marchara, y siguió, tumbada sobre la fresca hierba, abrazada a su amiga, hasta que recupero el resuello.

Ni que decir tiene que aproveche esos instantes para gastar los pocos carretes de fotos que me quedaban mientras las dos pequeñas permanecían, totalmente desnudas, reposando boca arriba sobre el césped, con las piernas totalmente separadas, rezumando fluidos por sus virginales orificios, mientras se acariciaban.

Mi amigo se volvió loco de contento con las fotografías que le lleve, asegurándome que haría estupendas ampliaciones con varias de ellas. Y no era el solo el que estaba feliz, yo estaba tan asombrado de mi buena fortuna que casi me daba pena que mi pierna se estuviera curando. Y eso que aun faltaba lo mejor.

Para evitar que me sorprendieran mientras hacia las fotos solía cerrar mi habitación con llave. Cada vez que hacia esto asomaba un pestillo por el exterior, informando a mis familiares que el incordio permanecía en su cubil. Pero, al mismo tiempo, me permitía espiar sus andanzas por la cocina con solo apartar la llave de la cerradura. La vista no era nada del otro mundo, pues solo alcanzaba a ver el fregadero de platos y parte de los fogones; pero, al final, fue mas que suficiente. He de reconocer que fue por mera casualidad que descubrí que la amplia ventana que había delante del fregadero daba luz mas que suficiente para clarear cualquier vestido veraniego que se pusieran. Y, por ello, cada vez que oía fregar los platos me asomaba, para ver, al trasluz, la estupenda silueta de mi nuera, cuya espléndida figura me atraía sobremanera.

Por eso, cuando aquella mañana en concreto la vi bajar vestida tan solo con un cortisimo batin de raso, blanco, que apenas bastaba para velar el bonito camisón de dos piezas que ocultaba debajo, me apresure a encerrarme en mi cuarto, con la esperanza de que se pusiera a fregar la gran cantidad de cacharros que se acumulaban en el fregadero antes de que subiera a cambiarse de ropa; dado que al irse la pequeña Julia a jugar a casa de su picara amiga pelirroja, nos habíamos quedado los dos completamente solos en la casa.

Tuve aun mas suerte de la que me esperaba, pues no solo se puso a fregar los cacharros en cuanto termino de desayunar sino que, además, se quito el batin para no mojarlo. Era una delicia ver la sombra de sus voluminosos senos moviéndose, en completa libertad, bajo el liviano camisón de dos piezas cada vez que se giraba un poco. La duda de si tampoco llevaba bragas no la pude despejar hasta que intervino Otelo.

Este, quizás añorando la presencia de sus dos pequeñas amigas, y de sus suculentos regalos, entro en la cocina, por la puerta abierta; y, enseguida, se acerco a saludar a su ama del modo que había aprendido. Fue una verdadera pena no haber podido ver la cara que tuvo que poner mi nuera cuando el inteligente animalito introdujo todo su hocico dentro de la amplia pernera del corto pantaloncito de su camisón.

Lo cierto es que no me esperaba una reacción como la que tuvo; aunque, conociendo a las hijas, debí suponer que la madre seria aun peor. Ella, en vez de apartarlo, separo todavía mas las piernas, para sentir mejor la húmeda lengua que yo veía salir de las fauces entreabiertas del animal, a una velocidad endiablada.

Francisca, temerosa de que yo pudiera salir de improviso, se dio lentamente la vuelta, hasta quedar frente a mi puerta. Dejo así, grabada a fuego en mi mente, la sensual imagen de verla, apoyada con las dos manos en el fregadero, y las piernas bien abiertas, para acoger la áspera lengua de Otelo. Su cara, arrebolada de deseo, era todo un poema; con sus mejillas, coloradas y sudorosas, mientras se mordía los labios para que no se oyeran sus apagados gemidos de placer. Su agitada respiración hacia que sus rotundos globos se marcaran, descarados, en el fino camisón; donde los pezones, totalmente endurecidos por el deseo, se dibujaban perfectamente, amenazando con rasgar la tela. La húmeda lengua de nuestro simpático amigo estaba logrando que, poco a poco, se fuera transparentando un negro bosque, muy espeso y frondoso, en la entrepierna de mi nuera.

Los espasmos que acompañaron al violento, y silencioso, orgasmo fueron tan fuertes que hicieron asomar uno de sus grandes pechos, casi por completo, a través de su amplio escote.

Francisca, bastante agotada, se dejo caer de rodillas al suelo, abrazándose a Otelo, no se si por cansancio o para agradecerle los servicios prestados. El caso es que el perro parecía no tener bastante, pues pronto sepulto sus fauces en el generoso escote del camisón, alcanzando fácilmente los gruesos pezones que allí se cobijaban. Por suerte ella decidió bajarse los tirantes para facilitarle la labor, por lo que pude ver en directo como sus enormes pezones recibían los ásperos lameteos del animal mientras su dueña suspiraba gozosa.

Aun no me había repuesto de la impresión que me había supuesto el ver tan excitante escena cuando me di cuenta de que mi fogosa nuera animaba, con gestos, al amoroso perro a que la siguiera mientras subía a su dormitorio. Decidí que valía la pena arriesgarse y, armado con mi cámara de fotos, ascendí en pos de ella.

Entre la rigidez de mi pierna, y lo despacio que subí para que el ruido no me delatara, cuando llegue arriba ya estaban dentro de su habitación. Pero Francisca, con las prisas, no se había asegurado de cerrar con llave la puerta; y, con paciencia y sigilo, logre abrir una pequeña rendija, por la cual pude ver, y fotografiar, lo que allí estaba pasando. Pues mi nuera, por fortuna, había escogido arrodillarse sobre la alfombra, en vez de usar la cama; y como esta estaba situada a un lado de la misma, frente al armario, me era posible usar los espejos de sus puertas para fotografiar todo el acto. En las primeras fotos solo captaba los frenéticos empujes del animal mientras la poseía gozoso, enlazando sus patas delanteras en la cintura de mi nuera. Pero, en cuanto me acostumbre a enfocar en los amplios espejos, pude sacar unos planos, casi perfectos, del cuerpo desnudo de mi nuera. En algunas fotos logre captar, con total nitidez, como sus enormes pechos golpeaban violentamente contra la alfombra, llevados por el continuo vaivén; y, en otras, logre reflejar su cara sudorosa, con los ojos entrecerrados, y la boca totalmente abierta en un continuo jadeo silencioso, cuya expresión de lujuria, y placer, merece mejores palabras de las que se pronunciar.

Solo cometí un grave error, y fue el de no llevar la cuenta de las fotos que saque. Así, cuando el carrete termino, y se inicio el rebobinado automático, el ruido que produjo hizo que mi nuera abriera los ojos como platos, y me viera reflejado en el espejo. No espere a que acabara el coito y me marche, lo mas aprisa que me permitió mi pierna fastidiada, a la casa de mi amigo, donde permanecí hasta que este me dio una copia del carrete, guardándose los negativos, ya bien entrada la noche. La cena, a mi regreso, fue de lo mas incomoda, con un sinfín de miradas de reojo por las dos partes, aunque ambos permanecimos, como de costumbre, sin dirigirnos apenas la palabra. Finalmente me pregunto, por lo bajo, si le iba a decir algo a mi hijo; y respiro, bastante aliviada, cuando le asegure que no. Después me pidió las fotografías, y yo le dije que solo se las daría si se portaba bien conmigo. Las enormes ojeras que lucia a la mañana siguiente me permitieron comprender que se había pasado bastantes horas pensando en lo que debía hacer; y su forzada sonrisa, la primera que le veía en muchos años, me declaraba vencedor absoluto del primer asalto.

Los primeros días me conformaba solo con pequeñas victorias, como que preparara las comidas que mas me gustaban o que se trajera mis películas de vídeo favoritas; pero pronto decidí que no era suficiente pago por los negativos. En realidad fueron las perversiones de la pequeña Julia las que me estimularon lo bastante como para atreverme a mas con su madre.

Desde que el perro la había hecho alcanzar el orgasmo la chiquilla ya no se conformaba con sentir su lengua solo en los pechos; y, a la que podía, se quitaba las bragas, para repetir la increíble experiencia. Ahora solía bajar a darle el desayuno vestida solo con un corto batin, bajo el que no llevaba nada mas. En cuanto Otelo acababa de comer, lo obligaba a entrar en la caseta y, arrodillada frente a la entrada, se lo habría de par en par. Así este no dejaba ninguna prueba mientras saboreaba cómodamente las zonas mas sabrosas de su cuerpecito; y ella se podía aferrar al tejadito, para que las convulsiones que tenia cada vez que alcanzaba uno de sus violentos orgasmos no la tiraran al suelo.

Yo, aunque disfrutaba horrores viendo lo bien que se lo pasaba la chiquilla, apenas podía sacar una o dos fotos en condiciones, dada su postura, por lo que decidí ver hasta donde llegaba la sumisión de mi nuera, mientras aguardaba, impaciente, el regreso de mi otra nieta. Así que, esa mañana, cuando la oí bajar las escaleras, dispuesta a marcharse de compras, la intercepte en el salón. Llevaba puesto un precioso vestido blanco y rosa al que solo veía un inconveniente, que se le marcaba demasiado el sujetador. Conseguí que se pusiera bastante colorada cuando se lo dije; pero, afortunadamente, se limito a quedarse rígida cuando comencé a soltarle los botones, con animo de despojarla de lo que consideraba un estorbo. Por supuesto que acaricie sus grandes globos, durante algunos minutos, con mucha delicadeza, mientras los liberaba de su encierro. Admirando, ahora al natural, su espectacular firmeza y volumen; así como la extraordinaria sensibilidad de sus gruesos pezones de color canela, que enseguida se endurecieron bajo mis ágiles dedos.

Cuando, pesaroso, termine de abrochar su vestido veraniego fui el primero, de los muchos, que ese día pudo admirar lo deliciosamente que se transparentaban sus amplias aureolas oscuras en el fino tejido. Cuando mi ardiente nuera regreso, algunas horas después, aun estaba mas colorada que cuando se fue, y la espectacular forma en que se le marcaban ahora sus dos endurecidos pitones en la tela no me dejaban otra opción que pensar que ella había disfrutado con la experiencia mucho mas de lo que yo podía imaginar.

La mejor prueba de lo que digo esta en que no solo comió con nosotros vestida así, sino en que apenas termino se marcho otra vez a la calle a continuar con sus compras, sin que tuviera que pedírselo esta vez.

Cuando por fin regreso, casi a la hora de la cena, yo la estaba esperando, desde hacia bastante rato, en la puerta de su cuarto, deseoso de volver a ver su espectacular cuerpo desnudo. Por ello se que soy el único de la familia que sabe que aquella noche ella regreso con dos botones rotos en el vestido, y sin las bragas; pues se desvistió por completo, y en silencio, frente a mi. No me moleste siquiera en preguntarle quien, o quienes, eran los responsables de los espectaculares chupetones y mordiscos que empezaban a aflorar por toda la superficie de sus pálidos senos, ya que sabia que antes o después me lo terminaría por contar.

Francisca, que sabia tan bien como yo que mi viejo cañón, vencedor de innumerables batallas, llevaba ya bastantes años fuera de servicio, permitió que mis arrugadas manos exploraran a fondo todos los rincones de su cuerpo, sin hacerme ninguna objeción. Así fue como averigüe que los cuernos de mi hijo eran ya un hecho indiscutible; pues no solo la humedad de su oscura gruta evidenciaba que había sido una tarde de lo mas divertida, sino que los abundantes restos de semen que apelmazaban su vello pubico, y que asomaban hasta por su entrada trasera, evidenciaban que el acto sexual había sido de lo mas completo, y reiterado.

No quise correr el riesgo de que algún familiar me sorprendiera en una situación tan comprometedora; así que me marche de su habitación, lo mas sigilosamente que pude, dejando que ella se duchara a conciencia, rápidamente, para eliminar la mayor parte de las pruebas de lo sucedido. Pero antes de irme aun tuve la desfachatez de ordenarle que se vistiera con un mínimo de ropa al día siguiente, cuando bajara a desayunar.

El desayuno del día siguiente fue memorable, pues el corto kimono de ducha que lucia aquella mañana era tan reducido que en cuanto realizaba cualquier gesto nos enseñaba, a su hija pequeña y a mi, como unos espectadores inocentes, alguna parte del cuerpo desnudo que había debajo. En cuanto mi nietecita se fue al jardín a dar de comer al perro su comida, y su cuerpo, hice que Francisca se pusiera de pie a mi lado, para saborear su fresca almeja como postre. Ella, totalmente colorada, permitió que le demostrara que sabe mas el diablo por viejo que por diablo, pues mi habilidosa lengua la llevo al borde del orgasmo con relativa facilidad. Con toda intención preferí detenerme antes de que alcanzara el clímax. Pues, aunque sabia que la viciosa de mi nieta tardaría todavía algún tiempo en volver a entrar decidí dejar a mi nuera así, insatisfecha, con la esperanza de que sus andanzas de esa mañana fueran todavía mas libidinosas que las del día anterior.

El motivo no era otro que el tener esperando cerca de la puerta de la casa, desde hacia ya un rato, a mi amigo el fotógrafo, con quien había estado hablando la noche anterior por teléfono, largamente, de lo bien que se lo pasaría si la espiaba durante el día de hoy, compartiendo conmigo después sus descubrimientos.

Francisca, en cuanto le ordene que se pusiera un vestido sumamente fresquito, para dar un paseo, subió, todavía azorada, a su dormitorio; del que bajo, un rato después, lista para la acción. Digo esto porque la camisa blanca de botones que llevaba no dejaba lugar a la imaginación, ya que se veían, con total claridad, sus magníficos pechos desnudos bajo la tela, con sus deliciosos pezones bien visibles. Su minifalda, que apenas si le cubría medio muslo, era de esas de mil pliegues, lo que hacia augurar que en un día de ligero airecillo como el que teníamos, serian muchos los afortunados en constatar el ridículo tanga transparente que llevaba por toda ropa interior. Mientras le alzaba la minifalda para constatar estos hechos supe, por la humedad delatora que empapaba sus braguitas, que su deseo seguía estando insatisfecho, como yo quería.

La expresión de felicidad que se le escapo a mi nietecita al saber que se iba a quedar sola toda la mañana me hizo suponer que, por fin, podría hacer unas fotos de calidad. Por eso, en cuanto nos quedamos solos, le dije a Julia que no me encontraba del todo bien, y que me iba a volver a acostar, hasta el mediodía; y que procurara, por tanto, jugar con su amiga en el jardín, para no alborotar dentro de la casa. A la media hora ya estaban las dos junto a la caseta de Otelo, dispuestas a disfrutar como locas de su pasatiempo favorito.

Yo empece a sacar fotos en cuanto vi a la pelirroja desnudarse, presurosa, para poder ayudar después a mi picara nieta, mientras empezaba ya a acariciar, sin ningún pudor su delicioso cuerpecito; gastando, casi de seguida, el primero de la docena larga de carretes que utilice aquella mañana. Fue la pequeña pelirroja la primera en tumbarse boca arriba sobre la hierba, abriendo sus piernas prácticamente del todo para mayor gloria de mi cámara, y provecho del animal; quien, sin dudarlo, empezó a disfrutar de su virginal ofrenda.

Otelo debía de haber mejorado mucho su técnica lingüística, pues la chica mas que saborear mordisqueaba los suculentos senos que mi amable nietecita introducía, alternativamente, dentro de la ansiosa boca de su amiga. Tanto se quejo Julia de los dolorosos mordisquitos que le propinaba la pelirroja que esta le suplico algo en voz baja.

Mi nieta, avergonzada, se negó una y otra vez a los requerimientos de su amiguita, hasta que los gemidos de esta alcanzaron tal intensidad que no tuvo mas remedio que acceder a sus caprichos.

La pelirroja quería, ni mas ni menos, que descubrir a que sabia aquello que tanto le gustaba a Otelo; y, en cuanto mi nieta se acomodo, arrodillándose sobre su cara, introdujo su lengua, ansiosa, en la intimidad de Julia. Debía de hacerlo realmente bien, pues mi nietecita se tuvo que morder su propia mano para que no llegaran hasta mi habitación los fuertes suspiros que emitía cada vez que la otra lamía su inmaculada gruta.

No abandonaron esta posición hasta haber alcanzado un par de orgasmos cada una, momento en el cual, derrotadas sobre el césped, vieron, quizás por primera vez, el rosado dardo que asomaba, belicoso, en la entrepierna del perro. Fue la picara pelirroja la que animo a mi nieta a que jugaran con tan curioso aparato, emitiendo jocosos cuchicheos mientras lo toqueteaban. Otelo, rígido como una estatua, permitía que sus manitas exploraran su afilado estilete. No pude ver bien cual de las dos libidinosas fue la primera que se lo llevo a los labios, pero pronto pude fotografiar como ambas se disputaban el dudoso placer de introducirse aquel largo miembro dentro de sus boquitas. Fue a Julia a la que le correspondió el dudoso honor de ser la primera de mi familia en saborear el espeso esperma de Otelo, cuando este eyaculo, abundantemente, en el interior de su boca; pues cuando la pequeña viciosa, asombrada, se aparto, ya la tenia llena de esencia.

Curiosamente debió de gustarle mucho su raro sabor; ya que, aparte de tragárselo todo, se relamió los labios en busca de lo que había desbordado por la comisura de sus labios, mientras aconsejaba a su amiga que no desaprovechase los últimos restos que aun manaban. La pelirroja, atrevida como era, hizo caso de mi nieta, y lamió, ansiosa, su aparato, hasta convencerse de que estaba completamente limpio. El resto de la mañana transcurrió de igual forma, dejando que Otelo lamiera de una y de otra hasta que sus flujos provocaban la erección del miembro, momento en el cual las dos picaronas se abalanzaban sobre el animal, devolviéndole el favor, gustosamente, hasta que este eyaculaba de nuevo, dentro de la boquita de una de las dos; que absorbía, golosa, todo lo que manaba de su manguera. A media mañana tenían a Otelo tan agotado que opto por retirarse, abandonando el campo de batalla, y el jardín, mas satisfecho que nunca.

Las pequeñas, bastante agotadas por el momento, reposaron sobre el césped, totalmente desnudas, para mi cámara, hasta recuperar sus fuerzas. La pelirroja, viciosa como era, en cuanto se repuso lo suficiente se dedico a acariciar, y besar, el cuerpo de mi nieta. Esta permaneció pasiva hasta que la boca de su amiga se adueño, de nuevo, de su cueva; entonces, y para no ser menos, ella hizo lo propio con la suya, realizando ambas un sesenta y nueve de antología. Fue casi al mediodía cuando las dos fieras, ya completamente satisfechas, decidieron darse un baño en la piscina, para limpiar el sudor que perlaba sus cuerpecitos.

Mi nuera, que regreso, bastante acalorada, casi a la hora de comer, estaba tan agotada que apenas picoteo de su plato, marchándose a la cama apenas termino el frugal almuerzo. Yo, que había alzado su minifalda, en un pequeño momento de intimidad, ya sabia que su pícaro tanga también había desaparecido en algún fogoso combate amoroso del que aun le quedaban bastantes restos de semen, rezumando por sus orificios.

Así que aproveche que aquella tarde no le quedarían fuerzas para ir a ninguna parte y me fui a ver a mi amigo el fotógrafo, para entregarle todo el material nuevo, y para saber que había hecho ella esa mañana.

Mi amigo se mostró tan entusiasmado con los nuevos carretes que le llevaba como de costumbre, y me contó que su seguimiento había sido en verdad muy breve. Pues mi nuera solo cogió el autobús, después de usar una cabina publica para hablar con algún desconocido, marchándose casi a las afueras de la ciudad.

Allí, junto a un edificio abandonado, le esperaban tres jóvenes con bastante mala pinta. Uno de los cuales se acerco a ella y, con toda confianza, sello sus dulces labios con los suyos, estrujándole los senos mientras duraba el largo beso apasionado. Después, abarcándola por la cintura, la llevo hacia el interior, donde pasaron el resto de la mañana. Lo ultimo que vio fue como los chicos le alzaban la minifalda al entrar, para ver su ropa interior. No quise esperar a que me revelara las fotos y, con la información obtenida, y algunos de los negativos de su orgía con el perro, conseguí que Francisca me narrara lo sucedido estos dos días.

Por lo visto la mañana del día anterior, después de haber ido despertando el interés de los hombres con su escasa vestimenta, había terminado por encontrarse, en uno de los puestos del mercado, donde trabajaba con su padre, con un joven que había salido, durante una corta temporada, con su hija Carmen; que le había dejado, poco después, al darse cuenta de lo golfo que era. Pues bien, el canalla había aprovechado la oportunidad para ayudar a Francisca a llevar su compra a casa, mientras la devoraba con la mirada, como hacían el resto de los hombres que se cruzaban con ella. Mi nuera, a pesar de saber el sucio interés que sentía el joven por ella, desde los tiempos en que este pillo salía con su hija, accedió a que la acompañara.

El muy pícaro, sabedor de que no tendría jamas una oportunidad mejor que la presente, aprovecho la masificación del autobús para incrustar, y restregar, su endurecido aparato en el amplio trasero respingón de mi nuera. Después, al percatarse de la pasividad de esta, decidió arriesgarse del todo. Así que había estado amasándole los pechos por encima del vestido, con muy poco disimulo, jugando con sus pezones hasta que ella se bajo del autobús. El chico, que debía seguir el recorrido, bastante a su pesar, le dijo que si quería mas de lo mismo que volviera por el mercado, que ya se encargaría él de darle lo que le hacia falta.

Como ya supondrán Francisca, excitada, regreso esa misma tarde, y el chico, que ni quiera la esperaba, vio el cielo abierto. Cerro el puesto al instante e hizo que mi nuera le acompañara a la vieja casa abandonada que vio mi amigo. Dentro de la casa se encontraban dos de los amigachos del joven tomando cerveza, a los que este, generoso, invito a la orgía. Francisca, que no había pensado siquiera en tal posibilidad, se negó, tratando de huir. Fue en el forcejeo que se produjo mientras los tres jóvenes la violaban donde perdió los dos botones del vestido, y le rompieron las bragas. No me quiso dar mas detalles, pero es lógico suponer que no se lo debió de pasar tan mal con los muchachos cuando volvió a repetir la escena al día siguiente.

Yo me pase el resto de la tarde, y algunas horas de la noche, pensando en como podía sacar provecho a esta información, ya que veía en estos sucesos la oportunidad de hacerle a la soberbia de mi nieta Carmen, que estaba a punto de regresar, las fotos comprometedoras que tanto ansiaba tener. La solución me vino a la cabeza, de pronto, al acordarme de la pequeña cámara de vídeo subacuática que tenia mi amigo en su casa, cedida por un conocido suyo, que era buzo, para que le reparara una pieza rota. No se molesto lo mas mínimo cuando le desperté de madrugada para exponerle mis planes, y me aseguro que a la mañana siguiente vendría con ella lista, para ayudarme a instalarla en la piscina.

Al día siguiente solo tuve que desprenderme de uno de los negativos comprometedores para que mi nuera accediera a ir al mercado, para invitar a sus nuevos amigos a que pasaran la tarde con ella en la piscina; a lo que accedieron de mil amores.

Nos costo mas de dos horas lograr meter la cámara a través de una de las salidas de agua, para que no se viera, pues el dispositivo de encendido por movimiento apenas si entraba. No hacia ni media hora que se había marchado mi amigo cuando oí llorar a alguien, desconsoladamente, en el jardín. Salí, lo mas rápido que pude, a ver que era lo que le pasaba a las pequeñas; y una vez junto a la caseta comprendí que era algo que tenia que pasar antes o después. La pequeña Julia, a cuatro patas sobre el césped, seguía abrazada a su amiga pelirroja, completamente desnudas las dos, mientras Otelo la penetraba fogosamente por detrás, aferrado a su cintura para que no se le escapara la inocente presa, después de haber roto su virginidad.

Con palabras sosegadas fui calmando poco a poco su lloro, al tiempo que aconsejaba a su amiga que le siguiera acariciándole los pechos, como hacia yo, de mil amores, para que el placer superara al dolor. La joven pelirroja se aplico con un entusiasmo similar al mío, y nuestras caricias combinadas pronto lograron su objetivo; así, cuando Otelo, por fin eyaculo, y se salió de su interior, mi nieta había alcanzado un par de fuertes orgasmos, que la compensaban, en parte, de la perdida de su pubertad. Después de comprobar que apenas habían salido unas gotas de sangre del himen perforado, y que la pequeña se encontraba totalmente bien, ordene que se vistieran, con la satisfacción de saber que ya las tenia, por completo, en mi poder. No quise desaprovechar la oportunidad y les asegure mi silencio, a cambio de algunos favores personales.

El primero de los cuales seria entretener, aquella tarde, a los nuevos y jóvenes amigos de su madre, dentro de la piscina, entreteniéndolos todo lo que hiciera falta para que no salieran fuera. Francisca, al informarle yo de la novedad, no se mostró muy conforme, pero cambio de opinión cuando vio que el pícaro exnovio de su hija se presentaba con cuatro amigotes suyos, dos de los cuales le eran completamente desconocidos.

Mi nuera, sabedora de lo que se le venia encima, los llevo, presurosa, al jardín, con la esperanza de que la presencia de las chiquillas mitigara el ansia que veía reflejada en los ojos de todos ellos. Ella era consciente de que el provocativo atavío que le había obligado a ponerse para recibirlos, una simple camisa de botones atada a la cintura sobre el bikini, solo servia para acentuar sus ganas. Por eso procuro darse prisa en salir, porque las manos que empezaban a explorar su cuerpo mientras andaba le decían bien a las claras el futuro que le esperaba como no se diera prisa. Por suerte para Francisca fuera la esperaban ya mis dos pequeñas aliadas tomando el sol, pues ambas tenían orden expresa de no meterse en el agua hasta que estuvieran con sus amigos, no fuera que conectaran la cámara antes de tiempo. Estos, debido a la presencia de las niñas, decidieron quedarse también en bañador, como mi nuera. El diminuto bikini que llevaba les excito aun mas, convenciéndola, enseguida, para meterse en el agua, donde sus sucios manejos quedarían bastante ocultos.

Ocultos para los ojos de las dos pequeñas que, acaloradas, ya compartían la piscina con ellos; accediendo, de mil amores, a jugar con unos chicos tan mayores, tan simpáticos, y que parecían pasárselo tan bien en su compañía. Pero yo tenia la esperanza de que la cámara grabara, durante algo mas de dos horas, todo lo que sucediera bajo las aguas; y que, a juzgar por el barullo que veía desde la cocina, debía de ser espectacular.

Me lleve una pequeña desilusion cuando, apenas pasada una media hora, mi nuera se salió de la piscina y, en compañía del exnovio de Carmen, y de dos amigos mas, subió a su cuarto, después de secar su cuerpo, y su escueto bikini, con una toalla.

Yo, escondido de nuevo en mi habitación, solo pude ver, a través del hueco de la cerradura, como pasaban, alegres y presurosos, por la cocina, camino del dormitorio. Eso si, Francisca llevaba ya los dos pechos al aire, para que pudieran saborearlos a placer. Alrededor de una hora después bajaron dos de los jóvenes, que enseguida estuvieron en el agua, acompañando a sus dos amigos en los juegos que estos tenían con las pequeñas. Debían de estar pasándoselo bien con ellas, pues aun tardaron un rato en hacer el relevo. Luego, mientras pasaban por la cocina, oí como uno le comentaba al otro, entre risas, que si las hijas eran así de golfas estaba deseando tener a la madre. Después de pasar mas de una hora arriba con mi nuera bajaron todos, para darse un ligero chapuzón, y recoger a sus dos amigos.

En vista de que mi nuera no les acompañaba subí hasta su alcoba, para ver que tal se encontraba. Estaba desnuda, rezumando esperma por todos sus orificios, y totalmente agotada, despatarrada sobre una cama que reflejaba bien a las claras la dureza del combate que allí había tenido lugar. Su trasero y sus pechos tenían tantos hematomas que no sabia que excusa podría darle a mi hijo. Apiadándome de ella le entregue todos los negativos que me quedaban, menos el mas comprometedor, que lo guardaba para la jugada final.

Al bajar me asombre de que los jóvenes continuaran en la piscina con las niñas; pero, en cuanto me vieron, se apresuraron a recoger sus cosas, e irse. Las pequeñas pilluelas, bastante coloradas, me aseguraron que se lo habían pasado realmente bien, y se fueron también, a casa de la pelirroja, en cuanto les di permiso.

Me costo bastante esfuerzo sacar la cámara de su escondite, pero pense que pasaría una tarde agradable en casa de mi amigo viendo lo que allí se había grabado. Y vaya si me lo pase bien. Al principio, con tanta gente en el agua, uno no sabia adonde mirar, hasta que apareció mi nuera, y su reducido bikini azul se lleno de manos. No se conformaron con amasar toda la carne que escapaba de la prenda, y pronto vimos unos preciosos planos de sus bellas ubres flotando en total libertad. La verdad es que apenas veíamos su cuerpo, pues las manos de los chicos no dejaban de ocultarnos las grandes colinas que amasaban y estrujaban. La mejor imagen fue la que vimos cuando un avispado le aparto la parte inferior del bikini; pues así pudimos ver, claramente, el oscuro bosque que albergaba la cueva donde el chico tenia metidos los dedos. El afán con que este tipo exploraba sus grutas debió ser lo que motivo que Francisca abandonara la piscina, junto con sus tres primeros amantes, para continuar el combate en su dormitorio. Por lo que oí comentar luego a los otros dos chicos supuse que aun faltaba algo interesante por ver, y la verdad es que no me equivoque.

Ahora que solo quedaban cuatro personas jugando en la piscina el agua se veía mas nítida, apreciándose mucho mejor el enorme contraste que había entre el bikini de lacitos de la pelirroja, que apenas si tenia carne que tapar, y el bañador de mi nieta, que se las veía y deseaba para sujetar los globitos de Julia en su interior. También los jóvenes se habían percatado de los suculentos manjares que tenían a su alcance, y pronto se vio como algunas manos, cautas al principio, se aferraban a ellos, mientras jugaban a las peleillas.

Al ver que ni mi osada nieta, ni su amiga, se rebelaban ante sus manoseos, estos fueron en aumento. El bikini de la pelirroja pronto estuvo mas tiempo quitado que puesto, pues descubrieron que se las dejaba tocar, y besar, de mil amores. Julia tardo algo mas, pero también se encontró con el bañador enrollado en el estomago, mientras sus nuevos amigos tocaban sus meloncitos, con total comodidad. Cuando, un buen rato después, creyeron que las tenían a punto, empezaron a hurgar en sus entrepiernas.

Mi pobre nieta, que aun tenia fresco lo sucedido por la mañana, solo les dejo ver su rosada cueva, negándose en redondo a que metieran sus dedos en ella. Al contrario que su frívola amiguita, que pronto se encontró con el bikini infantil enredado en sus rodillas, mientras las manos de su joven galán exploraban todo su interior. Apenas si tuvo tiempo de lograr su propósito; pues, por las prisas con que ambas se volvieron a colocar bien sus bañadores, supuse que acababan de ver a los chicos que venían a hacer el relevo. No me equivocaba y pronto fueron cuatro los cuerpos que se enredaban con el de las dos pequeñas viciosas. Los que se iban, deseosos de que sus colegas se percataran del chollo que tenían, aun permanecieron unos minutos en el agua, logrando, sin grandes esfuerzos, que ambas pequeñas volvieran a quedarse con sus torsos desnudos.

Cuando estos se marcharon los que quedaban en el agua ya no permitieron que las pequeñas se volvieran a tapar; y, aunque estaban ya bastante desfogados, se las fueron pasando jovialmente de uno a otro, mientras las toqueteaban a placer, hasta decidir con cual se quedaba cada uno. El mas osado saco a la pelirroja fuera de la piscina, dejando solo sus pies, bien separados, bajo el agua, con el bikini enroscado en uno de sus tobillos, mientras él, bien acomodado entre sus piernas, supongo que degustaba su dulce conejo. El otro, mas sosegado, se dedico a disfrutar de los tiernos meloncitos de mi nieta, acariciándolos, y saboreándolos, sin descanso. Cuando ambos hubieron recuperado sus fuerzas decidieron que ya era hora de que las pequeñas descubrieran lo que diferencia a los hombres de las mujeres y, tras despojarse de sus bañadores, pusieron en sus manitas sus rígidos rígidos y gruesos aparatos. La pelirroja demostró ser bastante hábil en los trabajos manuales, a diferencia de mi nieta, pero las dos se dieron bastante maña en aprender a manejar los rígidos bastones que tenían entre sus manos. Fue la pelirroja la primera en conseguir que surgieran largos chorros de esperma de la manguera de su maestro, que flotaron majestuosos. Mi nieta tardo algo mas, pero también obtuvo su recompensa. No hacia mucho que habían terminado sus clases de anatomía cuando bajaron todos los chicos del dormitorio de mi nuera, deseosos de refrescarse, y de ver algo nuevo.

Esto ultimo quedo bien patente, a pesar del follón que liaron al entrar todos en el agua, cuando las dos pequeñas, despojadas por completo de sus bañadores, fueron pasando de mano en mano. Pronto hicieron una especie de circulo, por donde iban rotando las dos chiquillas, recibiendo besos y magreos de cada uno de ellos. Luego dejaron que mi nieta hiciera el muerto, para que un par de ellos pudieran disfrutar a fondo de su pechuguita y de su rostro encantador. Los otros tres, por su parte, se divertían de lo lindo con su amiguita; pues, mientras uno la sujetaba por el torso, deleitándose con todo lo que quedaba a su alcance, al tiempo que sus colegas separaban todo cuanto podían sus piernas, para masturbarla con comodidad. Dado el montón de manos que actuaban a la vez, suponemos que ambos agujeritos alojaron invitados. La mejor prueba de lo que decimos es que la ultima imagen que quedo registrada, antes de agotarse la batería, fue la de la pelirroja, con el culito en pompa, meneándose mientras alguien metía un dedo, reiteradamente, en su acogedor orificio posterior. La pena es que no se vieran los sucesos de la superficie, pues estoy seguro de que las dos pequeñas entregaron sus bocas a los desconocidos con igual pasión que el resto de su cuerpo.

Carmen, conforme a lo previsto, regreso de su excursión campestre al día siguiente, luciendo un precioso moreno, aun mas intenso del que tenia antes. Ella seguía exhibiendo su exuberante anatomía de una forma descarada, como de costumbre, usando un tipo de ropa que apenas si merece ese nombre.

La pequeña Julia desde que fue poseída por Otelo le había cogido un cierto respeto; y ahora, por primera vez, solía ponerse pantalones cortos cuando salía al jardín a darle de comer. Seguía dejando que saboreara sus pechos cada vez que se quedaban a solas, pero ahora era su hábil manita la que se introducía por la cremallera del pantalón para hurgar en su húmeda almejita, hasta alcanzar el orgasmo. Además mi nuera, como castigo por haberla metido en todo este follón, tampoco dejaba que el animal entrara en casa, por lo que el pobre chucho andaba algo desesperado, loco por volver a satisfacer sus deseos con alguna hembra de mi familia.

Por eso la llegada de Carmen le vino tan bien al simpático chucho, porque volvía a tener la posibilidad de lamer las dulces cuevas que tanto le gustaban. La misma tarde de su llegada, después de hacerle creer que me marchaba al medico, pude ver desde mi habitación como mi apetitosa nietecita jugaba, gozosa, con el animalito, en el escondido trozo de jardín que había frente a su caseta, justo delante de mi ventanuco.

También Carmen debía de traer ganas atrasadas de la montaña, pues cuando el inteligente Otelo empezó a lamerle la abundante carne que se desbordaba por su generoso escote, ella se quedo totalmente rígida, de rodillas, para que mi cámara captara, con total nitidez, la facilidad con que el inteligente perrazo alcanzo sus dos gruesos fresones, liberándolos en un santiamén del ridículo encierro de su camisetita de tirantes.

Mi nieta, dejándose llevar por el placer, se tumbo sobre la hierba, para introducir mas cómodamente una de sus manos bajo las frívolas braguitas que se veían asomar bajo la corta minifalda, y así poder masajearse la intimidad a conciencia. Saque unas fotos maravillosas de la frívola escena, sacando unos primeros planos realmente increíbles de los lengüetazos que el bicho prodigaba a los morenos senos de Carmen; deslizando su áspera lengua una y otra vez por sus gruesos pezones, hasta lograr que se endurecieran como pequeñas piedras ante su roce enervante. Pero, cuando llego hasta el fino olfato de Otelo el perfume embriagador de los efluvios íntimos de mi acalorada nieta, abandono las enormes golosinas que saboreaba para dirigirse, ansioso, hacia su jugosa entrepierna.

Por desgracia Carmen estaba bastante mas caliente de lo que yo podía suponer, y cuando sintió la áspera lengua del perro pugnando por invadir sus zonas privadas decidió llevar el juego hasta el final, llevándose a Otelo a su habitación para rematar la faena.

Esta vez no me acompaño la suerte, ya que la espabilada joven había cerrado su cuarto con llave, por lo que me tuve que contentar con oir a través de la puerta los apasionados jadeos y gemidos que emitía la zorrita durante el acoplamiento. La muy cachonda no salió de allí hasta que oyó regresar a su madre de la compra, casi tres horas después, bajando con una cara de agotamiento, y felicidad, que solo ya sabia a que era debida.

Pero le duro poco su nuevo amante, porque mi hijo, ignorante de lo necesario que era el animal para la felicidad de su hogar, decidió llevarse a Otelo a casa de un amigo, durante unos días, para que se apareara con la perra que este tenia. Lo que él no sabia es que el animal, pese a estar en la época de celo, había trabajado ya un montón de horas extras como semental, sin tener que salir de casa, y no era probable que le quedaran muchas fuerzas para aparearse. A mi su ausencia me vino bien, pues pensaba que había llegado el momento de sacarle a mis nietas las viciosas fotos que faltaban en mi colección.

La pelirroja volvió a convertirse en mi aliada, sin ella saberlo. Digo esto porque al día siguiente, mientras aprovechaban la ausencia del perro para limpiar a fondo su caseta, enredo a mi nieta en uno de sus juegos. La chiquilla, haciéndose pasar por un perrito, se adueño de la caseta; y, ladrando de alegría, se puso a lamer a su amiga como hacia Otelo. Julia, siguiendole el juego, dejo que lamiera sus manos y sus brazos, mientras le acariciaba la cabeza; consintiendo, incluso recibir algún que otro lametón en la cara.

En cuanto la pelirroja metió la cabeza bajo la camisa de mi nieta empece a sacar fotos, pues me di cuenta de cuales eran sus intenciones. Como ya suponía después de lamer sus pechos a conciencia se empleo a fondo con su intimidad hasta lograr arrancarle un fuerte orgasmo. Julia no quiso ser menos y, por primera vez pude fotografiar como mi nieta masturbaba a su amiga; introduciendo, hábilmente, los deditos de una mano en su almejita, mientras hurgaba con la otra en su lindo culito, arrancándole fuertes gritos de placer.

Bastaron solo un par de jornadas para asegurarme de que Carmen seguía tomando el sol en top-les apenas se enteraba de que yo no iba a estar en casa; pues no me hacia falta regresar de improviso, como la primera vez, ya que tenia en Julia a una pequeña espía que me informaba detalladamente acerca de los movimientos de su hermana mayor, considerándolo solo un juego inocente, en el que no le importaba participar.

Francisca accedió a invitar de nuevo a sus apasionados amigos a la piscina, sin apenas rebelarse, a pesar de que no los había vuelto a ver desde la orgía anterior. No solo me preocupe de que la cámara volviera a estar instalada en su escondite, sino que conseguí, con muy poco esfuerzo, que Julia y su amiga vigilaran que su hermana no se bañara antes de lo previsto, para no poner en marcha el rodaje. Cuando se enteraron de que iban a volver por la casa los jóvenes de la otra vez se pusieron bastante nerviosas, pero las viciosas miradas de complicidad que se dedicaron me permitían augurar un resultado realmente espectacular.

Como muestra les diré que ambas aceptaron enseguida cuando les puse como condición, para participar el la fiesta, que debían permanecer en top-les, como su hermana mayor. Julia fue la única que puso pegas, pues decía que hacia ya un par de años que solo usaba bañadores, y que sus bikinis le vendrían pequeños; pero me basto recordarle lo mucho que me debía para que, colorada, aceptara todas mis exigencias.

Aquella tarde memorable me marche, junto con mi nuera, conforme lo acordado, nada mas acabar de comer, en busca de mi amigo; que esperaba, ansioso, junto a la esquina. Solo regresamos cuando Julia nos abrió la puerta del salón, asegurándome que su hermana mayor ya estaba en la piscina, tomando el sol. Ella, que solo se había puesto un batin para salir a abrirme, me acompaño hasta la cocina, desde donde comprobé que mi inocente víctima escuchaba música, como de costumbre, ajena a lo que le esperaba. A sus pies estaba la pequeña pelirroja, poniéndose crema en sus pálidos senos, que se veían bastante ridículos comparados con los soberbios cántaros de mi nieta. Julia, se quito el batin delante mía, al ver que mi amigo se escondía en mi dormitorio, antes de reunirse con su amiga, mientras se volvía a quejar de lo mal que le quedaba su viejo bikini. Yo no pude dejar de apreciar lo sensual que le quedaba este, ya que se incrustaba, deliciosamente, en su entrepierna; marcándose de una forma descarada toda su apetitosa rendija inferior, debido a que su bikini infantil no llevaba forro protector. Por detrás, como no podía ser de otra manera, prácticamente se convertía en un tanguita, pues desaparecía casi toda la tela dentro de su deseable canal.

Pase bastante nervioso la media hora que tuve que aguardar el regreso de mi dócil nuera, escondido en mi cuarto, junto con mi amigo; pero cuando la oí entrar en la casa, acompañada de un montón de voces, supe que el gran momento había llegado. El escándalo era debido a que la cuadrilla había vuelto a aumentar de numero, y esta vez eran siete fogosos muchachos los que acompañaban al antiguo novio de mi nieta

Mi nuera permaneció unos minutos en la cocina, indecisa, dudando si debía dejar que los bestias que la acompañaban llegaran junto a las chiquillas, que ya se comían con los ojos, o sufrir ella sola el asalto de los jóvenes, en la intimidad de su dormitorio.

No podía tardar en decidirse, pues los chicos, aprovechando que por fin estaban solos con ella, pronto empezaron a recorrer sus rotundas curvas con sus manos, buscando las aberturas idóneas para alcanzar cuanto antes sus objetivos. Desde nuestro escondite pudimos observar como se agolpaban alrededor de Francisca, pugnando por meter sus manos bajo su liviano vestido a fin de apoderarse de todo lo que velaba su frívolo bikini, que apenas podía contener los abundantes encantos de mi nuera. Me imagino que el recordar lo mucho que se jugaba, y el desconocer lo viciosas que eran sus dos hijas, y sobre todo su amiga, fue lo que decanto la situación. En cuanto oímos como irrumpían en el jardín salimos los dos a la cocina, armados con nuestras cámaras, y muchos carretes, con el fin de no perdernos ni un solo detalle de todo lo que allí iba a acontecer. Por de pronto Carmen, paralizada por la inusitada sorpresa, apenas tuvo tiempo de c

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