El profesor de gimnasia II

Llegué a su casa a la hora prevista. Me recibió en calzoncillos. Su pollón se notaba mucho bajo ellos. Me llevó al dormitorio, allí me hizo desnudar y me echó sobre la cama. Me decía lo guapo que era, y lo mucho que se había fijado en mi trasero todo el curso, yo no cabía en mi de gozo.
Entonces me dijo que me merecía una buena mamada. Yo me empalmé sólo de pensarlo. Se abalanzó sobre mi verga de 18 cm, sin prepucio, y comenzó a chupármela con dulzura. Su lengua era húmeda y suave, y llegué a un orgasmo maravilloso. Cuando me corrí, se tragó mi semen. Luego, me llevó al cuarto de baño y me lubricó el ano durante media hora. Había llenado la bañera de agua caliente y espuma. Se metió en ella y su pene erecto salía entre la espuma. Me hizo poner el culo sobre él. Noté aquella roca y temblé de emoción. Él rió y me cogió con sus fuertes manos mis temblorosos muslos. Luego, empujó con fuerza salvaje con su pollón de 26 centímetros al mismo tiempo que de mi cintura con mis manos. Un agudo dolor me hizo gritar, pero el no paró, sino que a la siguiente acometida lo hizo con más fuerza. Me rodeó la cintura con sus musculosos brazos. Yo estaba excitadísimos, él me cogió la polla con sus manos y se puso a masturbarme. Me corrí enseguida. Tras penetrarme dos docenas de veces, se corrió. Tras la última sacudida, se apartó a un lado. Entonces me dijo que era uno más, que todo los años se tiraba al alumno que más le gustaba con la excusa de que no estaba aprobado. Y sin más, me dijo que me fuera. Yo me fui de allí extasiado. Eso fue todo.

Acerca del autor
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *