La torre

En una página de Internet dónde aparece un listado de zonas interesantes para los que nos gusta el cruising había visto una playa que describían como un lugar ideal para jugar un rato, donde siempre había alguien esperando a ser invitado a unos matorrales cercanos para, como se suele decir “lo que surja”.
Hacia allí me dirigí ese sábado esperando que surgiera algo para calmar un poco mi inquieta polla, pero cuando llegué lo único que vi fueron caravanas aparcadas al borde de la playa con familias cuyos niños jugaban en la playa, parasoles, sillas, mesas… Ciertamente, la play está bastante apartada y es muy discreta, pero aquello parecía un camping familiar.
Después de la decepción inicial me quedé un momento contemplando la alegre escena y pensé que todos tenemos derecho a pasarlo bien como nos apetezca y casi añoré poder hacerlo de ese modo yo también. Imaginé que al ser fin de semana la clientela de la playa era distinta a los otros días.
Cogí el coche y regresé por el mismo camino de tierra por el que había se llega y que va bordeando acantilados a lo largo de los cuales había visto un par de torreones de vigilancia costera de otras épocas, cuando por lo que se dice, estas costas debían defenderse de los moriscos.
Al pasar por delante de uno de ellos que tenía el aspecto de haber sido restaurado no hace muchos años, me picó la curiosidad de subir a lo alto y ver la panorámica desde arriba. Hay una escalera de hierro de varios tramos ya bastante oxidada por el viento y el salitre que sube hasta la base de la torre que se asienta sobre un peñón.
Comencé a subir la escalera desde donde se empezaba a dominar el camino que bordea la costa por uno y otro lado y a lo lejos vi una figura solitaria que se acercaba caminando hacia la torre. Me paré en el primer rellano de la escalera y esperé a que estuviera más cerca para poder verla mejor. Cuando conseguí distinguir algo pude ver que era un hombre con el torso desnudo y unos pantalones hasta las rodillas tipo Bahamas a un lado de los cuales colgaba lo que parecía una camiseta con un extremo metido en la cintura elástica. Iba parando de vez en cuando haciendo fotos de la costa y del mar, que ese día estaba radiante.
Apoyado en la barandilla del rellano de la escalera esperé para asegurarme de que me había visto y luego con deliberada lentitud fui subiendo hasta el siguiente rellano. Él seguía caminando y parándose a tomar fotos hasta que estuvo ya casi al lado de la torre. Me paré de nuevo en la barandilla de la base de la torre y vi que ya se acercaba, pero por su paso me dio la impresión de que iba a pasar por delante y seguir más allá por el camino. Quizás, pensé, va hacia la playa de dónde yo vengo.
Ya había pasado casi por delante de la torre cuando giró hacia la izquierda en ángulo recto y se dirigió hacia la escalera.
Si tenía intención de subir a la torre, lo lógico habría sido dirigirse hacia ella antes de llegar, ya que hay una explanada grande donde aparcan los coches, y no girar como lo hizo cuando ya casi la había superado. Eso me hizo pensar que en un principio había dudado de acercarse al ver una figura solitaria en lo alto y que luego, antes de alejarse, había decidido hacerlo de repente. Todavía sin saber si iba a “surgir” algo, simplemente el hecho de que no hubiera pasado de largo y subiera era esperanzador.
Desde la base de la torre hay una escalerilla de mano que acaba en otro rellano y comencé a subirla asegurándome de que él viera por donde iba yo. Una vez arriba llegué a una sala en forma de túnel y por el otro lado, por el lado del mar, entraba la luz de un balcón de piedra desde donde se dominaba todo el mar y la costa por uno y otro lado.
La vista era espectacular, pero eso no me distrajo del posible encuentro con el que yo ya estaba fantaseando. Como era de desear, al cabo de unos minutos apareció su cabeza por la abertura de la escalerilla, cruzó el oscuro túnel y se acercó al balcón.
“Hola”.
“Buenas”. Era algo más alto que yo y bastante delgado, aunque por encima de la cintura de los pantalones se veía una barriguita de esas que produce la inactividad física. Cuarenta y algunos años y con acento del norte de España.
“¡Vaya vista!” Dijo mientras seguía haciendo fotos con su móvil.
“Impresionante, sí”.
Después de hacer unas fotos más, se dirigió hacia dentro.
“Hay otra escalera que sube arriba”, me dijo mientras iba hacia ella.
“¿Ah, sí? ¡Vaya!” Yo, con la oscuridad de ese pasadizo y la luz del balcón no la había visto y le seguí por una escalera de piedra que subía por la pared de la torre.
La parte superior era una superficie circular con un muro de un metro más o menos a lo largo del cual había un banco también de piedra que rodeaba todo el muro.
Si hubiéramos estado en un edificio incluso de más altura en una ciudad rodeados de otros edificios y calles la sensación no habría sido la misma y aunque habitualmente no me afecta la altura, las olas contra las rocas y la extensión del mar me produjeron cierto vértigo. Me senté en el banco cerca de donde él estaba haciendo más fotos sin interesarse en nada más, aparentemente. Mi pierna estaba a un par de palmos de la suya, pero él sin interesarse por nada más fue al otro lado de la terraza y continuó haciendo fotos mientras iba haciendo exclamaciones de agrado por el espectáculo.
Ahí pensé que ese no iba a ser un día “productivo” y ya se me estaba yendo de la cabeza la esperanza de pasar un rato agradable cuando me fijé que él, mientras sostenía el móvil con una mano, con la otra que yo no podía ver se estaba colocando bien el paquete. Eso pensé al principio, pero tardaba mucho rato en hacerlo y aunque no podía ver la mano, el codo que sobresalía por el lado hacía unos movimientos muy sugerentes.
Volví a motorizarme. Ahora sí parecía que nos habíamos entendido.
Fue haciendo fotos a lo largo del muro hasta que se puso de perfil y pude comprobar que no me había equivocado. La parte de debajo de la cintura abultaba ahora bastante más que antes. Llegó al mismo lugar donde había estado antes, es decir a un par de palmos de mi pierna y se paró sin dejar de mirar la pantalla del móvil, pero ahora ya estaba claro: era muy tímido o quizás quería probar algo nuevo que nunca antes había hecho pero que quería probar.
Sentado como estaba, abrí las piernas hasta que noté el contacto de mi rodilla contra su pierna y él no la apartó, aunque sentí cierto temblor nervioso en ella. Parecía muy indeciso, así que decidí por él.
Acerqué mi mano y se la puse por dentro del muslo acariciándolo de arriba abajo hasta que por debajo de sus bermudas hice contacto con sus huevos que colgaban por debajo de su tiesa polla. Él, sin dejar de hacer fotos y sin mirar hacia mi mano, se estremeció un poco al ponerla yo encima de su paquete haciendo un poco de presión, pero no se movió de donde estaba.
El lugar era ideal. No podía subir nadie sin que nosotros lo escucháramos y el muro ocultaba la visión desde debajo de la torre, así que sin más le puse una mano en la cadera y le acerqué hacia mi. Le bajé los pantalones y los calzoncillos y salió el premio.
Para su delgadez iba bien provisto, aunque sin ser muy grande, tenía una polla bien tiesa y atractiva, cuya cabeza inmediatamente comencé a chupar y a lamer suave y lentamente metiéndomela cada vez más en la boca hasta que sentí en mi nariz los pelos de su pubis, que estaban evidentemente recortados. Mientras le hacía la mamada él por fin dejó el móvil de lado, cerró los ojos y se concentró en mis labios y mi lengua sin dejar de estremecerse. Me dio la impresión de que era la primera vez que se la chupaba un hombre, cosa que unos minutos más tarde confirmé
Le lamí los huevos dejándoselos llenos de saliva, me tragué toda su verga y la mantuve dentro de mi boca haciendo sonidos con la garganta para que vibrara su glande (cosa que a mi me gusta que me hagan y hasta he llegado a correrme así), pero él, aparte de sus temblores no se movía en absoluto.
Le puse las manos en sus caderas apretándolas contra mi al mismo tiempo que avanzaba la cabeza hasta que él mismo pilló el ritmo y me estuvo follando la boca un rato. Él solamente se estremecía y gemía entrecortadamente.
Me la saqué de la boca y me levanté.
“Venga, ahora tú ¿vale?” Le dije susurrando.
“Es que yo, nunca…” Dejó la frase sin acabar mirando hacia el mar.
“Bueno, pruébalo y si no te apetece, pues lo dejamos”. Le dije para asegurarle de que lo que hiciéramos, lo haríamos porque a los dos nos apetecía, aunque él seguía estático.
Hice que se sentara y me bajé yo los pantalones dejando visibles mis braguitas fetiche que ese día me había puesto para que me dieran suerte.
Le puse las manos en la cabeza y apreté contra mi bulto frotando su cara sobre él. Luego me bajé las braguitas y le acerqué mi polla a su boca. Todavía dudaba, pero no se apartaba, así que se la metí yo en la boca y comencé a mover el culo adelante y atrás suavemente. Él no sabía ni que hacer ni donde poner las manos. Le cogí una y se la puse debajo de mis testículos y la otra en mi culo. Entonces reaccionó y comenzó a acariciarme el trasero y a chupar primero lentamente y poco a poco más ansiosamente, como si hiciera mucho tiempo que lo hubiera deseado y no hubiera podido hacerlo.
Tuve que decirle que tuviera cuidado con los dientes, ya que en alguna de las embestidas que daba con la cabeza me rascaba y a partir de entonces fue una mamada genial.
No paraba de hacer sonidos de placer, parecía que finalmente se había desinhibido y se notaba que disfrutaba con mi polla en la boca. Yo también me dejé llevar un rato. Cerré los ojos y me concentré en su boca y en la mano que me clavaba los dedos en el culo.
Yo había encontrado lo que buscaba aquella mañana, pero pensé que para él, aquel iba a ser un día de descubrimiento de nuevas formas de placer con las que era evidente que había fantaseado en más de una ocasión.
Bajé la cabeza un poco.
“¿Quieres que te folle? Llevo condones”.
Se sacó mi polla de su boca y respiró profundamente, como si le faltara el aire.
“No sé…” Era persona de pocas palabras, pero se entendía lo que quería decir.
“Te repito lo de antes. Si no te apetece paramos”.
No contestó, con lo que entendí que asentía, pero no hizo ningún movimiento, así que le hice levantar suavemente, me puse detrás de él apretando mi polla contra su culo y poniéndole las manos sobre la espalda le indiqué que se inclinara hacia delante y se apoyara en el muro.
Me saqué del bolsillo uno de los dos condones que llevaba y me lo puse mientras podía ver un ligero temblor en sus piernas.
Siempre he disfrutado cuando el otro o la otra también disfruta, pero aunque él no estaba muy cooperativo, en el fondo entendí que era lo que él estaba deseando y a mi también me producía cierta excitación saber que mi polla sería la primera que exploraría aquella cueva.
Me salivé la mano y se la pasé por la grieta de sus nalgas tanteando con el dedo que se usa en esos casos aquel pequeño volcán que fue abriendo su cráter a medida que lo masajeaba hasta que gracias a mi saliva y a que él parecía que lo aceptaba de perlas se deslizó dentro la punta del dedo sin encontrar resistencia.
Me imaginé que, aunque fuera cierto que esa sería la primera vez que alguien le sodomizaría, estaba bastante acostumbrado a introducirse objetos por el ano esperando que llegara la ocasión de meterse algo más real.
Poniéndole una mano en el hombro para que no se retirase al hincarle mi juguete dirigí éste hacia la entrada y le hice un masaje con la punta apretando hacia dentro y sujetándole por el hombro, pero no hizo falta. Él mismo empujó hacia atrás hasta que entró el glande. Dejé caer un poco más de saliva sobre mi tronco y poco a poco fui entrando. Ahora su reacción era distinta. Al mismo tiempo que yo apretaba, él empujaba el culo hacia atrás intentando que entrara más adentro y como entendí que eso era lo que estaba pidiendo a gritos, dí un empujón metiéndola toda de golpe y me quedé quieto notando las palpitaciones de su esfínter.
Luego le agarré la polla que seguía tiesa con una mano y con la otra le cogí los huevos y empecé a follarle el culo suavemente mientras le pajeaba.
“Parece que te gusta, ¡eh! Seguro que en este culito han entrado algunas cositas antes, ¿verdad? ¿Cómo te gusta hacerte pajas? Seguro que te metes algún consolador o alguna zanahoria grande, ¿a que sí?” Le iba diciendo este tipo de cosas en la oreja y por su reacción supe que esas palabras le ponían cada vez más cachondo mientras yo movía el culo hacia delante y hacia atrás sin prisa pero sin pausa. Gemía y no precisamente de dolor. Creo que su fantasía se había convertido en realidad mejor de lo que él esperaba.
“Voy a correrme. ¿Quieres que me corra en tu culito, eh? ¿Quieres que me corra?” Le dije cuando noté que estaba a punto de llegar al mismo tiempo que aceleraba las embestidas de mi pelvis contra su culo.
“¡Díme que sí, díme que sí…díme que te gusta y que quieres que me corra!”
“¡Sííí…me gusta, me gusta…quiero que te corras!” Al fin, con la respiración entrecortada habló y al mismo tiempo que lo decía solté mi leche en el condón dentro de aquel culo que ya no era virgen y que había disfrutado mucho al dejar de serlo.
“Ufff…” Respiré con un suspiro relajante.
Saqué mi instrumento poco a poco y él se quedó como estaba recuperando la respiración que se le había cortado en los últimos segundos.
Me senté en el banco y él dejó de apoyarse en el muro mostrando su polla que se alzaba con una dureza que probablemente pocas veces había tenido.
“No puedes irte así, déjame que haga algo, ¿vale?” Como siempre he pensado que es injusto que uno acabe bien y el otro se quede sin el gustito y sin esperar que contestara. me levante de nuevo, me puse detrás de él y le abracé apretándome contra su culo, pellizcándole un pezón con una mano y masturbándole con la otra, pero esta vez con la intención de que se corriera.
“¿Así? ¿Te gusta así?” Le pregunté para que me indicara si era de ese modo como llegaba a correrse.
“Mmmm…” eso fue lo único que dijo asintiendo con la cabeza y apretando los labios.
Se corrió enseguida dejando unos buenos chorros de leche sobre el banco.
“Mmmm…¡vaya corrida!” Mi admiración no encontró respuesta.
Le pasé un pañuelo de papel, con otro limpié el banco y los puse juntos con el que envolvía el condón. He estado en lugares repletos de condones y papeles en el suelo y, francamente, me parece una guarrada. Por eso siempre intento no dejar suciedad, mucho menos en un lugar público.
Se limpió y le pedí el pañuelo sucio. Se subió los pantalones y como si estuviera algo avergonzado se despidió balbuceando no entendí demasiado bien qué.
“No tienes por qué sentirte mal, esto era lo que querías y esto es lo que has conseguido. Placer y eso no es malo. Que disfrutes de las vacaciones ”. Fue mi despedida mientras entraba en la escalera para bajar.
Me quedé un poco más sentado allí, satisfecho y disfrutando del lugar, en el que ahora me podía concentrar más que cuando había llegado.

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