La venganza de unas amigas despechadas

¿Nunca habéis pensado en lo injusta que es la vida por causa de otras personas despiadada, que tratan a los demás como si fueran basura y solamente son felices con el sufrimiento ajeno?

Me desperté aturdida, los ruidos y los insultos por fin habían cesado. No tenía certeza de la hora que podía ser pero las luces el alba empezaron a clarear aquel mugriento y fétido suelo. Me moví pensando que así conseguiría que aquella pesadilla desapareciera “el único problema es que era real” y yo estaba allí tirada. Los pensamientos aparecían como flases luminosos en mi cabeza, que desagradable sentir que me estaba volviendo loca.

Los recuerdos se volvían borrosos ¿qué sucedió realmente? ¿por qué estaba allí en aquella situación? y sobre todo… ¿me lo merecía?, bueno esa última pregunta creo que tiene muchas respuestas.

Un intenso dolor me contrajo el vientre, el frío me hacía tiritar bajo la áspera manta, con un esfuerzo titánico para mi maltratado cuerpo conseguí incorporarme un poco, tenía las ropas destrozadas. Desde el suelo mire alrededor y una lágrima se resbalo por la mejilla, procuré recogerla con la lengua sedienta, en un intentando de quitarme el asqueroso sabor amargo y salado que me llena la boca.

Arrastrándome llegué hasta una viga que usé de soporte para levantarme, la manta cayó al suelo, las piernas me temblaban me encogí apoyando el hombro contra la madera apulgarada, para no caerme. Sobre los muslos se habían formado coagulos en tonos amarillentos y granate oscuro.

Me incorporé intentando mantener mi porte arrogante mientras caminaba arrastrando los pies hasta llegar al portón, desde allí se podía ver la cabaña del abuelo de mí ¿amiga? Clara. En esos instantes se me vino el mundo encima, tendría que tragarme todo mi orgullo y presentarme de esa guisa en la cabaña, de todas formas ¿qué otra cosa podía hacer?, además tanto ella como su familia me habían tratado siempre bien, sin tener demasiado en cuenta mis defectos.

Al dar el primer paso bajo el cielo encapotado unos ladridos no muy lejanos me amedrentaron, retornando mi mente en pocos segundos al preciso momento en que venimos a este maldito lugar subidas en el Land Rover, con la música a todo volumen y riéndonos. De aquello posiblemente no distaban más de 12 horas, pero a mi se me antojase una eternidad.

ANOCHECER DEL DÍA ANTERIOR

Yo sabía que ella no era una buena persona, de todas formas y por muy extraño que parezca, toda mi vida la había defendido. Pensaba que algún día encontraría a la persona adecuada que la hiciera asentar la cabeza “pero eso no ocurrió”. Siempre había sido la típica niña malcriada cargada de prejuicios, que discriminaba sin motivo alguno a los demás para mofarse de ellos y sentirse superior.

Eso es lo que pensaba mientras conducía el todo terreno camino de la granja de mi abuelo, con la sonrisa más hipócrita del mundo dibujada en los labios disimulando un dolor que me partía el alma. Las palabras risueñas de Rosa se mezclaban en mi mente con las lágrimas que hacía sólo una semana derramé junto a mi novio, a tan sólo quince días de nuestra boda.

En todo el pueblo nadie la había conocido pareja formal pero, a la muy zorra le encantaba poner a prueba a los hombres comprometidos con otras chicas… guapa, alta con un cuerpazo de infarto y una dulce cara de niña inocente, los seducía, los excitaba, incluso los acosaba hasta que conseguía follar con ellos.

Si ella le echaba el ojo a alguien, no había duda alguna que tarde o temprano acabaría con él entre sus piernas.

Roberto (mi novio) la había pretendido durante muchísimos años, sin conseguir llamar su atención. Para ella sólo era otro “paleto” más de los que trabajaban en la fábrica de muebles de su tío.

La primera vez que se fijó en él fue, cuando tras volver yo con mi plaza de médica de familia del ambulatorio provincial, me pidió de salir delante de toda la pandilla. Yo había estado enamorada en silencio de ese chico desde que éramos pequeños, pero por suerte o desgracia no soy guapa, ni siquiera atractiva y de mi cuerpo la única cualidad que se podía destacar era la fuerza y robustez, que por herencia familiar tenía.

Esa misma noche estuvo todo el rato rozándose como una gata en celo, pero Roberto ya hastiado de sus caprichos pasó de ella por completo.

Durante nuestros dos años de noviazgo Rosa no había parado de hostigarlo, entre medias de otros lances esporádicos que tuvo con el marido de Lucía y el amigo de Pilar, que prometía llegar a ser una relación formal, hasta que ella se encaprichó de él y todo se fue al traste.

En vista de los desaires que mi novio le hacía y sabiendo que por las buenas no podría conseguirlo, decidió prepararle una encerrona. Con el engaño de una reunión con el jefe, consiguió quedarse a solas con él en los sótanos de almacenaje de la fábrica después de que cerrasen al medio día. Lo chantajeó diciéndole que si no se la follaba lo denunciaría por acoso e intento de violación, conseguiría que su influyente tío lo despidiera y… ya se encargaría ella personalmente de que en el pueblo no volviera a encontrar trabajo. Además del disgusto que para su respetable familia supondría.

Roberto con tal de evitar el escándalo que no dudaba armaría aquella pija consentida, acabó abdicando. Se lo hizo de las formas que ella le pidió aunque le costó mantenerse empalmado, después apareció en nuestro apartamento para contármelo todo y que cortásemos nuestra relación antes de la boda, aunque yo no estaba dispuesta a consentirlo… ya buscaría otro modo de solucionarlo.

Una risa estridente y desagradable me despertó de aquellos pensamientos:

– Clara al final te vas a llevar a Roberto, con lo buen mozo que es y lo bien que folla – saltó riéndose.

– Si, no lo sabes tú bien Rosa. Creo que es el mejor hombre de todo el pueblo – contesté, haciéndome la ingenua a su comentario.

– Bien, me gusta que así sea Clara, pero esta noche es tú despedida de soltera así que como sólo vamos chicas, mejor olvidarnos de los hombres.

– Tienes toda la razón querida amiga, tienes toda la razón – reí despreocupada, aparcando el coche.

Nos dirigimos cogidas del brazo hasta la casa, en el interior ya había luces pues había dado una copia de las llaves a las demás invitadas. Al entrar a Rosa se le cambió el semblante, allí como resto de asistentes estaban: Lucía, Pilar, Eva, Tere, Loli y su enemiga más acérrima Sofía (a la que había convertido en madre soltera, tras conseguir que su prometido la dejara estando embarazada de 4 meses), todas ellas habían probado en sus carnes el dolor de verse traicionadas por sus parejas a causa de ella.

– Pero, ¡qué broma es esta! – exclamó Rosa mirándome a los ojos.

– Nada querida amiga, es la fiesta de mi despedida de soltera, ya sabes… la semana que viene que caso.

Ella se puso algo nerviosa, no le gustaba el cariz que estaba tomando la noche, muchísimo menos allí, a cinco kilómetros de la casa más cercana y rodeada de las mujeres a las que ella había disfrutado haciendo sufrir.

– Clara, por favor ¿puedes llevarme a mi casa?

– No, Rosa, ahora empieza lo bueno – contesté tranquilamente.

– Bien llamaré a mi padre para que me recoja, no pienso quedarme en esta chabola junto a todas estas piojosas, muertas de hambre.

Sus palabras sólo conseguían agitar más a las ya enfadadas hembras que nos habíamos reunido. Sacó de su carísimo bolso el móvil, pero antes de que lograra marcar le arreé un guantazo con el dorso de la mano, que trazando un semicírculo en el aire estalló contra su mejilla, pillándola por sorpresa y provocando que el teléfono cayera al suelo, en la otra punta de la habitación.

– ¿Qué haces? – preguntó frotándose la cara intentando calmar el dolor.

– Hoy no vas a llamar a nadie Rosa.

Ella se puso a la defensiva, soltando bravuconadas:

– Maldita sea, sois todas un puñado de brujas mal folladas, dejadme ir o de lo contrario os arrepentiréis. No me extraña que todos y cada uno de vuestros hombres me prefirieran a mi, ¿no os contaron con detalle lo que disfrutamos juntos?.

Hizo una pausa y mirándome fijamente y con una maliciosa sonrisa en los labios (jugándose su última carta), a la espera de que mi reacción fuera echarla del lugar y poder alejarse de allí cuanto antes, declaró:

– Si Clara incluso el tuyo… aunque tuve que chupársela varias veces, es medio marica – escupía las palabras con los labios fruncidos – pero al final conseguí que se corriera tanto por mi coño como por mi culo.

Yo ni me inmuté, la muy tonta pensaba que no tenía conocimiento de que se había tirado a Roberto. Haciendo gala de una gran pasividad y control de la situación, torcí un poco la cabeza con la ceja alzada y subiendo los hombros en signo de que todo aquello me era indiferente:

– Será que no le gustas Rosa, conmigo lo hace estupendamente y durante horas – respondí muy calmada mientras que las demás se mofaron rodeándola.

Ella empujando a unas y a otras intentó abrirse hueco hasta la salida, pero la cogí por la parte alta del brazo tirando de ella. Comprendiendo que no tenía escapatoria, se resistió con todas sus fuerza, pero las otras mujeres con aspecto amenazador ya la habían sitiado tirando de su pelo para que no huyera.

Trastabilló perdiendo el equilibrio, lo que aproveché para sentarme en una silla cercana y acoplarla boca abajo sobre mis rodillas. Ella pataleó en el aire notando como le subieron la falda, rompiéndole las bragas de un tirón. Unas manos sobre la espalda impedían que se levantara y otras le sujetaban fuertemente los brazos cruzados por detrás inmovilizaron su torso, lanzaba insultos tratando de zafarse.

Pero estoy segura que lo que colmó de vergüenza fue cuando, instalada como quise con la grupa sobreelevada en mitad de mis muslos comencé a propinarle azotes, como si fuera una niña. Todo su amor propio quedo por los suelos ante la idea de recibir delante de todas aquellas mujeres, a las que ella trataba con menosprecio, tan tremenda azotaína sin poder soltarse y sometida por completo.

Yo la fustigaba con todas mis fuerzas, la mano me punzaban dolorida por la furia con que caía sobre su blanca piel, cuando se movía la palma flagelaba los muslos tensos produciéndole más daño. Tras unos minutos aflojó un poco el cuerpo, pero deseaba que sintiera todos y cada uno de los golpes, que no se relajara, así que pase a castigarle en el ano y el orificio del sexo.

Me repugno al notar que se abrían hambrientos, pasando alternativamente de los gritos a los gemidos, mis sentidos se revelaron contra la sensación de estar proporcionándole placer. Proseguí con rabia, deseaba romperla y me apliqué al máximo con redoblada sequedad, hasta que estalló en sollozos. Ese fue el momento en que todas las presentes gritaron de satisfacción y yo dejé de pegarle.

No se que notaría ella, pero sentí que su vientre se convulsionó sobre mis muslo, el irritado clítoris se le inflamó, sus labios vaginales se ahuecaron y su coño se licuó desde lo más hondo de su ser, con las nalgas totalmente abiertas, ardiendo con un tono escarlata del que sobresalían los blanco verdugones de mis dedos.

No niego que aquello me sorprendió, acerqué mi mano a su raja y pude meter de una sola vez los cuatro dedos, todas rieron y ella sintió su humillante derrota, salí y entré varias veces, mas por curiosidad que por cualquier otro motivo, mientras que se retorcía sobre mis piernas, hasta que los aparte y me limpié sobre su culo. Hacía tiempo que las demás la habían soltado, pero ella a esas alturas había asumido su posición, me levanté de golpe y perdió el equilibrio cayendo de rodillas ante nosotras, acercó su boca a mi mano y me la besó, la retiré llena de asco:

– Pero que puta eres, incluso pegándote te has corrido – ella bajó la cabeza hasta que su frente tocó el suelo, metiéndola entre las palmas de las manos, llorando acongojada – no creas que te vas a ir tan tranquila, antes voy a limpiarte de todo el semen que le robaste a nuestros hombres.

Miré a las demás:

– Vamos, ahora tenemos que hacer lo que habíamos planeado.

Ella se estremeció ¿qué diablos teníamos pensado?, antes de que pudiera moverse de la posición fetal en que se encontraba, la obligaron a llevar los brazos atrás atándole las muñecas junto a los tobillos, como a un cochino al que van a colgar para ser degollado. No fue fácil, intentaba arañar y su boca mordía en el vacío buscando inútilmente alcanzar alguno de los brazos que la retenían. Entre todas la subieron sobre la baja mesa rústica que presidía el salón, dejándola sobre ella echa un ovillo con el dorso y una mejilla apoyados en la madera. Yo salí al coche regresando con mi maletín de médico y una bolsa en la mano.

– ¿Qué vais ha hacerme?, por favor no me hagáis más daño os lo suplico.

Aparté su pelo de la cara y chasqueé la lengua sobre el paladar:

– Lo siento pero ya estamos cansadas de tus juegos y no pensamos tolerarlos más.

Caminé hasta situarme detrás de ella, en la posición que tenía no lograba verme, sólo escuchó abrí el maletín, rasgar bolsas y como colocaba objetos pesados al lado de sus piernas. Varias tijeras empezaron a romper su ropa dejándole al desnudo toda la parte trasera del cuerpo. Sobre su piel caliente y sudada el metal frío resbalaba, a unos lados y otros:

– Por favor, abridle un poco voy a empezar.

Varias manos sujetaron sus posaderas y muslos, ella aulló buscando un poco de piedad entre nosotras, más ninguna deseaba dársela. Dio un respingo al notar como un delgado y flexible tubo empezaba a entrar en por su sexo. Separaron más sus nalgas tirando fuerte, hasta que tuvo la impresión de que el ano iba a desgarrarse por sí solo, entonces introduje poco a poco la punta de otra cánula seguida de una manguera muy larga, recorrí con ella un buen trozo del intestino. Las dos se sepultaron en sus entrañas, abrí el obturador y comenzó a deslizarse dentro de ella el líquido frío de la lavativa, dos chorros inexorables se iba colando en su interior, inflamándole el vientre que poco a poco se volvía más abultado y pesado, puse una mano debajo comprobando su tensión, aun podía continuar por lo menos un litro más, antes de que se le aplastase contra sus muslos.

Cuando estuve satisfecha saqué poco a poco ambos tubos. Seguramente sentiría unas tremendas ganas de expulsarlo, porque incluso un ligero hilito transparente se le escapó por el interior de los muslos. Cogí dos tapones diseñados precisamente para ello y se los apliqué obturando sus salidas e impidiendo que se derramara.

Con muchísimo cuidado corté las ligaduras que la mantenían en esa postura, la levantamos. Estaba consternada y aturdida, llevada por las axilas nos encaminamos hasta el edificio de la cuadra a tan solo cincuenta metros de la vivienda principal. Ella caminaba dificultosamente, posiblemente por el peso. Al llegar allí la tumbamos en el suelo, había perdido un poco el sentido y se dejó hacer.

– Cuando te extraiga los tapones saldrá de ti toda tu podredumbre, te quedarás bien limpia de la simiente de nuestros hombres y de tu propia mierda – le dije de pie a su lado – pero por la boca no puedo limpiarte, así que tendrás el sabor de nosotras en tu garganta.

Ella extrañada miró, como yo me abría de piernas quedando mis tobillos a ambos lados de su cabeza y apartando las bragas a un lado me meé encima suya, abrió la boca para protestar, pero sólo se escuchó un gorgojea antes de que apartara la cara a un lado. Intentó levantarse pero las demás le pisaron brazos y piernas. Una por una nos meamos encima suya, hasta que quedó totalmente rociada, la noche era bastante fría y de su cuerpo salía el vapor del orín caliente que le habíamos vertido. Retiré los objetos que sellaban sus entradas.

– Ponte en cuclillas – increpé.

Perdió el equilibrio por el desacostumbrado peso del vientre que comenzó a expulsar, sobre todo por el ano, aunque también por la vagina, todo el líquido que la hinchaba dejando un gran charco parduzco a sus pies.

Sin duda ahora estás más limpia como mujer y podemos empezar a tratarte como la perra que eres en realidad:

– ¡¡Que!! – exclamó ella.

– Lo que has oído ¿no te gusta serlo?, ¿no te gusta tratar a los demás como animales?… Pues bien a las perras se la follan los perros, así que eso haremos ahora.

Sofía trajo el inmenso mastín que tenía mi abuelo para las cacerías, atado de una fuerte cadena. El animal tiraba de ella, estaba desmadrado y costaba trabajo retenerlo, por lo que tres de nosotras tuvimos que ayudarla (tal vez esa mañana me había pasado con la dosis de estimulante sexual para perros que había diluido en el agua… no sé), pero el caso es que estaba completamente encelado.

Rosa instintivamente dio un paso atrás y corrió semidesnuda como estaba hacia la salida, Pilar le puso la zancadilla antes de que llegase a la puerta cayendo a cuatro patas, el perro al verlo y guiado del fuerte olor que desprendía se le abalanzó sobre la espalda. Tenía la verga totalmente fuera y se movía desbocado buscando un orificio para meterla, que no tardó en encontrar montándola salvajemente. El animal bajo los efectos del fármaco sólo buscaba saciarse mientras le babeaba el pelo.

– ¡Socorrooooo! – gritaba – esta bestia me está taladrando, quitadla, quitadla.

Las uñas caninas se le clavaron en la espalda, tiramos de la cadena para impedir que la bestia le mordiera también en el cuello mientras copulaba, en los ojos de Rosa se podía leer el miedo, que sumado al dolor le distorsionaba el rostro en un gesto grotesco.

– No se puede quitar ahora perra estúpida… si lo hacemos te arrastrará todo el útero fuera, no tienes más remedio que soportarlo.

El mastín la folló una y otra vez, ella deliraba entre gemidos angustiosos y lágrimas. Un poco de sangre le corría de los muslos al suelo, apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos, luego arañó la mugrienta superficie, las uñas se le quebraron.

Aquello se desmadró, el perro continuó montándola 15 minutos más, hasta que satisfecho la soltó bajándose de su espalda, un tremendo chorro blancuzco salió disparado hacia afuera. Ya más tranquilo conseguimos retirarlo y llevarlo a la perrera dejándolo encerrado. Rosa había quedado en un estado deplorable, cogí una recia manta de caballo y se la tiré encima, cubriéndole el cuerpo.

– Bien señoras, la despedida de soltera ha terminado, podemos volver a nuestras casas.

Ninguna estábamos orgullosas de aquello, se nos había escapado de las manos, pero en el fondo pasó lo que tenía que pasar y todas lo sabíamos. Con el pie moví un poco el cuerpo que lleno de espasmos se arrugaba ante nosotras.

– Cuando quieras estaré en la casa, allí tengo todo lo necesario para hacer curas, podrás lavarte y ponerte algo de ropa limpia, ¿me has entendido?

Sin decir palabra movió la cabeza, aunque no estaba segura de que estuviera consciente. En silencio abandonamos el cobertizo y sin despedirse, cada una marchó a su hogar.

No pegué ojo en toda la noche, por eso no me costó mucho sentir los débiles golpes en la entrada. Sin darme excesiva prisa baje a abrir, durante unos segundos que parecieron eternos nuestras miradas se cruzaron en el umbral de la puerta sin mediar palabra. A pesar de estar en tan anémicas condiciones, me mantuve dura e inflexible, sus piernas flaquearon sin poder mantenerla más y se postró de rodillas con su cabeza dejada caer en mis muslos:

– Por favor Clara, ayúdame – estaba suplicante.

Me retiré para que pudiera sortear la entrada. Lo hizo a gatas porque posiblemente de otra forma no podía caminar, pasó al interior de la vivienda donde la asistí de sus heridas, ambas en sepulcral silencio.

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