EL REGRESO II

La verdad es que Gabriela había perdido la tranquilidad. Ella siempre tan centrada, con una experiencia de la vida corta, pero densa. Ella tan segura de sus recursos sobradamente comprobados. Ella, toda juventud exuberante y hermosa, y como si eso fuera poco, ella consejera psicológica, vencedora de la timidez en todos sus aspectos, refugio y apoyo de cuanta mujer se sentía disminuida en sus respuestas. Ella para quien los hombres representaban un recurso útil para sus felicidades circunstanciales, con la espantosa excepción de Antonio, su amante, cuya existencia le molestaba profundamente, porque no lo tenía asido a su cuerpo sino a su mente.

Había llegado junto a ella por el sexo, que era la razón de vivir de Antonio, pero a ella se le había pasado desde el cuerpo al alma, estaba enamorada y eso la tenía aterrada. Por eso para ella, en ese momento, lo vivido con Erica había sido una sesión excitante y liberadora. Era evidente que Erica no tenía más experiencia que la que ambas vivieran y también estaba claro que la energía que en ella se albergaba, era un tesoro sin explotar, que ahora Gabriela tenía a su plena disposición para encausarla en la dirección que quisiera. Lo anterior era una idea que ella estaba madurando desde hacía meses y que en su lenguaje técnico había designado primariamente como «Deseo Unidireccional». Era algo así como encontrar en alguna parte una fuente inagotable de sensaciones eróticas, que uno pudiese manejar, para estructurar en base a ella toda suerte de situaciones exitosas. Una fuente que no fuese necesario alimentar mediante promesas, estímulos específicos o retribuciones sentimentales, como las que ella estaba sufriendo con Antonio. Gabriela tuvo la impresión que esa idea suya tenía ahora existencia real y le encontró, de pronto, sentido nuevo a la frase final de Erica cuando le dijo.

– «Por fin entendiste».

Cuando Gabriela comprendió todo esto, se sintió doblemente motivada y del recuerdo cada vez más intenso de la figura inquietante de Erica desnuda entre sus brazos, pasó a recordarse ella misma en brazos de Antonio y encontró la solución. Vería a su amante consumirse hasta su último suspiro ardiendo en la fuente inagotable y mortal de su amiga y de esa forma se lo arrancaría del alma para siempre y volvería a ser libre. Acarició su idea durante todo ese día. Durante la noche antes de irse a la cama en su departamento, dejó todo los detalles preparados para la sesión del día siguiente.

– Es una simple cena… No celebro nada… Unicamente estará una antigua compañera de estudios – fue todo lo que le dijo por teléfono. La imaginación de Antonio, siempre ardiente, haría todo lo demás.

La idea había excitado, poco a poco, a Gabriela durante toda la tarde, de manera que cuando colgó el teléfono y se dispuso para irse a la cama, se sentía terriblemente inquieta, quería que la noche pasara con rapidez. Con un vaso de licor en la mano y cubierta únicamente con el tenue camisón de noche, se tendió un momento en un sofá de la sala para imaginar el espectáculo que con tanto detalle había preparado. La pasión desatada de Antonio, sin control, sucumbiendo ante Erica que con su rostro inocente lo sumía en su hoguera, una y otra vez. El hombre sintiendo el ataque de los primeros orgasmos, amarrado en su egocentrismo sin límites sin saber que esa fuente tenía principio, pero no fin. Erica brindándole todas sus redondeces, sus protuberancias, sus jugos, sus gritos y su tibieza maravillosa, que ella conocía tan bien. El, blandiendo su miembro privilegiado y castigándola suavemente con él en las mejillas, acercándoselo a su boca. Ella avanzando su lengua por esa cabeza pronta a estallar.

Todas estas imágenes golpeaban el cerebro de Gabriela en el momento en que poniéndose de pié debió apretar con fuerza las piernas para contener con, ambas manos sobre su vulva, un orgasmo monumental que la hacía agitarse entera y que con dificultades le permitió caminar con pasos pequeños hasta su cuarto. Allí, de pie junto a su cama, terminó de percibirlo hasta su último latido y separando las piernas pudo dejar fluir desde su interior su líquida felicidad, hasta recoger sobre la palma de su mano las últimas y más ardientes gotas.

El día amaneció frío y la lluvia parecía inminente. Cuando Erica abandonó el taxi, frente al edificio donde se encontraba el departamento de Gabriela, una ráfaga de viento la invadió de manera que debió mantener cerrado con alguna fuerza su precioso abrigo marrón. En el espejo del ascensor solitario, tuvo tiempo de mirarse y se sintió halagada. Esperaba que Gabriela aprobase su forma de arreglarse, eso le importaba mucho porque quería complacerla en cuanto ella había planificado ya que por nada del mundo quería desagradar a esa amiga maravillosa que le había ayudado a entrar en el paraíso. En ese mismo momento Gabriela terminaba de maquillarse en su cuarto de baño. Hacía una hora que había comenzado a vestirse como para una ceremonia ritual. Desnuda, había cubierto con deleite sus piernas con unas finas medias tenuemente oscuras, luego una falda larga azul muy liviana y una especie de polera de un tono más suave, totalmente transparente, que era proyectada hacia adelante en forma brutal, por sus dos admirables tetas dueñas de todos sus espacios. No vestía ropa íntima alguna.

Cuando Erica entró en el departamento, Gabriela se alegró profundamente de haber concebido la idea genial. De solo mirarla se dio cuenta que Antonio estaba irremediablemente perdido. Erica parecía irradiar seducción. No era unicamente su aspecto físico, del cual muy poco podía verse aparte de su rostro hermoso. Allí envuelta en ese abrigo parecía proyectar una inquietud que invadió agradablemente a su amiga, quien evocó los momentos vividos con ella y que le aseguraban desde ya el éxito de su empresa. Erica la abrazó y a pesar de su abrigo sintió la dureza de las tetas de Gabriela. Río de buena gana y al separarse le cogió con deleite una, que por supuesto no alcanzó a cubrir completa con su mano. Las mujeres tomaron asiento, y mientras bebían un trago, Gabriela le fue contando con toda sinceridad y detalles lo de su relación con Antonio y lo que ella quería que sucediera esa noche. El rostro de Erica se iba encendiendo cuando Gabriela en medio de risas nerviosas le daba algunos pormenores de lo que podría suceder después de la cena, pero Erica estaba muy entusiasmada y lo único que le pidió a Gabriela fue que en ningún momento la dejase sola con Antonio . Ella estaba dispuesta a vivir todo, es más, quería todas las experiencias que nunca había vivido, pero deseaba hacerlo todo en presencia de Gabriela, eso le daba seguridad. Las dos amigas guardaron silencio un momento y Gabriela se puso de pié para acercarse a la mesa y ultimar algún detalle de la cena. En ese momento Erica se acercó a la ventana y miró hacia la noche de la ciudad. Gabriela que ahora volvía a la sala le dijo:

– Vamos… Sácate el abrigo, el trago nos hizo entrar en calor y además quiero ver tu vestido. -Erica obedeció-.

Gabriela quedó paralizada en medio de la pieza , como clavada. Erica solo vestía unas hermosas medias hasta la mitad de sus muslos maravillosos sostenidas por un fino liguero. Esa diabólica indumentaria era completada únicamente por un ceñido collar azul. Estaba allí de pié, sonriendo, con las piernas juntas y con su vaso en la mano. Gabriela intentó serenarse. Le dijo que se veía preciosa, que pensaba que Antonio enloquecería, pero en realidad la que sentía perder el sentido de la realidad en ese momento era ella. No podía separar la vista de la mujer desnuda, ni podía moverse. Levantó lentamente su vaso para beber mientras Erica hacia lo mismo acercándose a su amiga. Chocaron los vasos. Al tenerla cerca su perfume la invadió y en ese momento pareció que su musculatura se soltaba. Pudo caminar y aparentando tranquilidad le pidió que girara para contemplarla. Se arrepintió de haberlo hecho. Erica giró y Gabriela, pudo por primera vez con calma, mirar la curva perfecta de su trasero. La cabeza se le llenó de sugerencias, de ideas, de caricias, de penetraciones deliciosas. En ese momento sus manos parecieron salir de su control y comenzó a desnudarse con celeridad. Erica se había situado en el centro de la pieza y miraba a Gabriela con impudicia, esa mirada era nueva en ella, ya no era una mirada inocente, era la mirada del deseo contenido. Gabriela, desnuda, caminaba hacia ella con su vaso en la mano cuando Erica comenzó a mover las caderas en un vaivén lento, caminando coquetamente hasta quedar frente a la lámpara más cercana. Cuando llegó al lugar preciso, separó las piernas. Su vulva apareció nítidamente separada en dos hojas carnosas rosadas y brillantes. Dobló levemente las rodillas y simultáneamente separó esos labios con ambas manos sin decir una sola palabra ni emitir un solo murmullo. No era necesario.

Gabriela vio su obra, vio la entrada que ella había abierto, vio el comienzo de ese túnel maravilloso, desde el cual manaban pequeños hilos de un líquido platinado por la luz y sintió la llamada. De rodillas frente a ella separó con sus propias manos los labios queridos y su lengua se hundió sin pudores para situarse, posesiva, donde nadie había estado y para marcar con su tacto cada borde, cada sinuosidad. No quería perderse nada, y no quería que se fuera. Para retenerla con mayor fuerza, abrazó sus nalgas perfectas y aumentó la presión de su boca en su fuente y la recorría en círculos, y hacia arriba y hacia abajo y salía desde su fondo para volver a penetrarla. Erica, en el paroxismo del deseo silencioso, se había tendido sobre el diván y sentía la lengua de su amiga en su interior ocupando un espacio que ella hasta ahora, ignoraba que tenía, pero que estaba feliz de poseer porque se lo daría para siempre y sintió que sus paredes se contraían y que la lengua de Gabriela era empujada hacia afuera y resistía, no quería salir y lucharon y en esa lucha le abrazó el espasmo que la conmovió completa y gimió. En ese momento se escucharon los golpes en la puerta, pero ellas estaban en la cúspide de su deseo desenfrenado y solamente eran lengua y vulva, labios, suavidades, palpitaciones. Ahora trataban de encontrar las mejores posiciones, los mejores ángulos, dándose indicaciones con murmullos ahogados, porque ninguna de las dos quería quebrar el silencio que les permitía escuchar los sonidos excitantes que la lengua de Gabriela producía al entrar y salir en la jugosa vulva o al hacer con ella vibrar los labios menores o al recorrer en toda su longitud sus labios mayores succionados con deleite infinito. Los golpes seguían en la puerta y ellas nunca la abrirían porque no necesitaban la presencia de un miembro perturbador que solamente podría molestar con su presencia dura la suavidad del encuentro de sus intimidades palpitantes. Erica se consumía de gozo. La lengua de Gabriela hacia prodigios y sus dedos suaves y humedecidos recorrían al mismo tiempo la hendidura entre sus nalgas cerrando un círculo de placer perfecto. Gabriela levantó ambas piernas de Erica y hundió su lengua con fuerza agitándola en su interior en todas direcciones . Erica se contorsionó gimiendo y cuando se sintió toda líquido y toda placer le preguntó:

– Dime Gabriela… ¿Cómo se llama?… ¿Cómo se llama lo que estamos sintiendo?.-Ella le contestó, mirándola desde abajo con los ojos brillantes de pasión, modulando las palabras con su lengua feliz apenas fuera de la cueva maravillosa:

– Se llama… Libertad.

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