Un anciano adinerado ofrece a dos bellezas dinero para que se enrollen

El sol hace horas que se asoma sobre el azul horizonte que enfrenta a la inmensidad del cielo y el mar con los edificios descuidados y descoloridos que sin duda han conocido tiempos mejores.

Eva y Pamela tomaban el sol en la interminable playa de arena blanca, de arena de mármol molido, las dos solas como tantas veces, esperando despreocupadas y desocupadas la llegada del resto de los chicos de su pandilla. Es domingo, eso les ha permitido bajar antes a la playa. No diré que tienen una especial obsesión por ponerse morenas, pues no tienen el problema de mal color en la piel: Eva es mulata, y Pamela es morena.

Eva y Pamela se conocen desde siempre. Viven en el mismo barrio ruinoso desde toda la vida y han jugado juntas desde siempre, Son sus respectivas mejor amiga. Lo saben todo la una de la otra, pues todo se lo cuentan. Son como hermanas, y de hecho, se llaman la una a la otra “prima”.

Eva, la más morena, tiene ahora veintiún años, es de corpulencia mediana, pelo rizadísimo y largo, huelga decir que tiene unos ojos negros, y los labios carnosos y sensuales. La dulzura de su cara le hace tener muchos pretendientes en el barrio, pero ella se saber guardar para el hombre que le de una vida buena. Sus pechos son grandes y sus muslos en consonancia. Huelga decir que sus piernas son largas y su culo hermoso, bien hecho, de carne maciza. Pamela tiene la piel más clara, y sus dieciocho años están muy bien aprovechados. Es básicamente muy parecida a Eva, salvo que es más bajita, sus rasgos están menos desarrollados, ni el pecho es tan grande, ni los muslos tan gordos, ni su culo tan hermoso. Tiene en cambio un porte más elegante que Eva, que le gana en cambio en exquisita sensualidad.

Llevan las dos los bikinis de hace unos años, ya descoloridos, pero la economía no da para comprar trapos todos los años. Trabajan pero la escasez es mucha. Su sueño es que algún día un extranjero se enamore de alguna de ellas y se la lleve a Europa, o a Norteamérica. Mientras tanto, no les avergüenza decir que a cambio de bastante dinero, para ellas, han cumplido su sueño, y el de algún turista cincuentón, al menos por una noche. Son cosas de la vida y de la economía.

Charlan las dos divertidas, cuando Eva le hace caer en la cuenta de una figura elegante, de traje color vainilla y sombrero blanco que avanza por la orilla del mar. Usa un bastón, parece, en el que no se apoya. Se va acercando y va tomando forma y llega un momento en que la ilusión por el galán se convierte en una decepción al adivinar las arrugas sobre la cara que delatan la avanzada edad del figurín. ¿Sesenta? ¿Setenta?, especulan las doncellas.

El viejo saluda a las chicas con una simpatía y caballerosidad y se las queda mirando, observándolas como una obra de arte, observándolas de manera insistente, provocadora. Eva y Pamela se sorprenden y se incomodan, Pamela salta por fin y le pregunta al viejo qué carajo quiere y el viejo le responde que mirarlas por el momento .

Y qué carajo quiere mirar. Pues a dos bellas señoritas que toman el sol en la playa, que lucen más que el sol y cien mil galanterías más que salieron por la boca de aquel experimentado seductor que finalmente provocó la hilaridad de las chicas que empezaron a coquetear con el viejo galán.

El viejo era de palabra fácil y eso les gustaba a las chicas, que se sorprendían por las salidas ingeniosas del admirador y por su sentido delicado y poético. Pero el galán daba dos pasos hacia delante y otro hacia detrás y empezó a hacerle proposiciones.

Que si nos tomamos un café, que si les invito a comer, que si alquilamos un carro y nos damos una vueltecita por la ciudad, que si se vienen, que si se lo pago todo, que si luego les doy más. Las chicas sabían que eso equivalía a un ofrecimiento para prostituirse y aunque el galán en este caso era peor de lo que otras veces se les había insinuado, ganaba en elegancia, en modales y en cien mil cosas más que al último turista italiano, que encima pretendía sodomizar a Eva, y que al final, ni mojó ni pagó.

Bueno, se dijeron, bueno, le dijeron al viejo. Se fueron las dos. Era una costumbre que habían tomado en su corta experiencia, pues hay que insistir que las chicas sólo accedían a complacer a los caballeros de vez en cuando, para evitar problemas, pues así una sabía en que hotel se metía la otra y se ayudaban a calar al sujeto y más de una vez le había dejado colgado en un bar mientras ellas se escapaban tras salir del servicio donde ambas habían mantenido una charla decisiva.

Las chicas se vistieron ante la atenta mirada de su conquistador, que observaba cómo el pantalón corto vaquero engullía los cuerpos. Y así salieron de la playa, con el viejo en medio, agarrándolas de la cintura y preguntándoles el nombre. Tú, Eva y tú Pamela. Veréis qué bien nos lo vamos a pasar.

Cumplía el longevo Don Juan sus promesas y pasearon en un carro enorme que el señor llamó con un gesto elegante que fue entendido a la perfección por el conductor. Los tres se sentaron detrás. Las chicas en las ventanas y el viejo en el medio, acariciando los muslos calientes de las chicas que miraban por la ventana y hacían comentarios como si estuvieran en París.

Comieron delicias, manjares deliciosos, frutas que no conocían, mariscos de los que no habían oído hablar, manjares que hacía lustros que habían desaparecido de los mercados de abastos. Tomaron un cóctel en el mejor café de la ciudad, ante la mirada ávida del resto de los hombres, de los que pasaban a pie, de los que paraban sus coches, de los que miraban desde el otro lado de la calle. Al primer cóctel siguió otro, y luego otro.

Pamela era la más indiscreta y le preguntó al anciano que para cuándo pensaba dejarlo, pues ellas eran dos niñitas, le dijo en plan sarcástico y no podían llegar a la casa más tarde de las ocho. -Bueno, yo creo que de aquí a las ocho habré acabado con las dos-¿Con las dos? – Pamela y Eva se echaron a reír- Sí, con las dos,.- Bueno, entonces tendrás que darnos el doble…- Introdujo Pamela esta coletilla para sacar un tema tan escabroso.

-El doble–¿De cuanto?.- De veinte dólares.- ¡Carajo! ¡Sí que os cotizáis caro! Os daré el doble… de cuarenta dólares.- ¡Hecho!.- Las chicas siguieron riendo sorprendidas por la generosidad del viejo y por su ambición.

-¡Vaya!, parece que al señor las fuerzas no le van con la edad.- El viejo sonrió maliciosamente.

Se dirigieron hacia el hotel de los sueños, el hotel donde se hospedaban las personas con las que ellas soñaban con emparentar, de la mano de un viejo, que dijo ser su tío, tras dejar diez dólares en la mano del recepcionista que extrañado preguntaba quiénes eran las guapas señoritas

Subieron a la habitación por unas escaleras alfombradas, como las de aquella película, Lo que el viento se llevó, pasaron por un pasillo inmenso e interminable y llegaron a la habitación. Una habitación palaciega, de cama más ancha que larga de lámparas de araña, de armarios tallados, de suelos de mármol, de cuarto de baño de sueño, con grifería dorada, con cortinas en las ventanas, transparentes, como el velo de una novia.

– Duchaos mientras pido unas botellas de champagne muy frío, mientras me acicalo. Duchaos las dos a la vez , que si no vamos a perder mucho tiempo.- Las chicas obedecieron sonrientes. Se desnudaron en el baño pero no se atrevían a quitarse los bikinis hasta que no se lo pidió el viejo. Allí estaban Eva y Pamela, las dos, desnudas y las dos mirándose por primera vez, sorprendidas la una de la otra. Las dos se metieron en la ducha y las dos recibieron el agua templada, y utilizaron aquel jabón oloroso, delicioso, que hacía espuma,

-Dale en la espalda Eva, que ahí no llega ella sola… Dále tú ahora, Pamela. – El viejo ordenaba con voz alegre. Se ducharon rápido. Se aclararon el jabón del cuerpo, de la cabeza , y las dos desprendían un olor que las hacía sentirse más hermosas.

El viejo se sentó en un sillón comodísimo, y dijo -¡Hale, ahora a joderos la una a la otra! Las chicas no esperaban aquello. Cómo se iban a joder la una a la otra. Qué era aquello. Se negaron en rotundo. Fue Pamela la primera que habló para llamarle al viejo pendejo y otras maravillas que en nada se correspondían con las maneras con que el viejo las había tratado.

El viejo sonrió y ni se inmutó. Sólo dijo. El doble de sesenta dólares… Carajo, había que pensárselo. Era el sueldo de varias semanas. Dudaron. El doble de ochenta dólares.-

Bueno, aceptaron. No podían rechazar esa oferta. El viejo las dirigió al principio. -venga, bésense…con más ganas.- Ninguna de las dos había probado nunca los labios dulces de una mujer. Sus labios se sellaron. Se besaron como si ambas estuvieran besando a un chico. Se miraron tras el primer beso para descubrir confusas la cara de su amiga de siempre. Sus cuerpos se arrimaron y se abrazaron y las toallas cayeron al suelo por la fuerza de la gravedad y unos estironcillos que pegaba el viejo con la fuerza de la edad.

Sus senos se fundieron y ambas sintieron la suavidad de la piel de la otra, el calor de sus senos, la dulzura de la carne tierna, los pezones erizados que sobresalían como un grano de café en un baso de cacao. Unos pezones negros.

El viejo les pedía acción y Eva decidió coger el pecho de Pamela tiernamente. -¡Más ganas!…¡Carajo!…¡Más ganas!. Eva bajó su boca de labios rosas hasta los senos de Pamela, que se los ofrecía sin moverse, sin inmutarse aparentemente, pero sin oponer resistencia. A Pamela le excitaba la suavidad con que Eva le lamía los pezones, como si fuera un gatito que lamía leche. Le excitaba el áspero contacto de su lengua, le excitaba la visión de aquella mano, de piel más negra que la suya. Eva, por su parte lo hacía sólo por el dinero, pues ella se consideraba pasiva y lo era.

En efecto, Eva dejaba que los chicos fueran los que llevaran la voz cantante, los que la ordenaban que les hiciera una felación, los que le bajaban las bragas y los que se ponían encima para descargar sobre ella todo su semen.

El champagne llegó de la mano de un mozo que no pudo pasar del pasillo. El viejo cogió la botella, el depósito de hielo y las tres copas y las llenó, interrumpiendo a las chicas, para las que aquello fue un respiro. Bebieron desnudas, dos copas de champán. Fumaron un cigarrillo que el viejo les ofreció, aunque él no fumaba, por el pecho, toc toc… y se tocaba el lado del corazón.

Cogieron las dos chicas un puntillo y volvieron a lo que habían dejado. Las manos de Eva acariciaron de nuevo los pecho de Pamela y sus bocas se fundieron. La lengua de Eva penetró la boca de la mulata.

El viejo no estaba satisfecho. -No, no, no…aquí hay que organizarse… os voy a explicar…Tú Eva serás la mujer hembra… ya sabes, bueno. Y tú, Pamela serás la mujer macho. Sí… Tú, Eva, la tienes que calentar y seducir…Y tú, Eva… cuando estés caliente…vas y te la follas…-

Ahora Eva tenía más claro lo que el viejo quería, pero comprendía que le tocaría la parte más de aguantar, la más pasiva. Pamela no estaba dispuesta a aguantar aquello, pero Eva le dijo que pensara en el dinero.- El viejo intervino: -El doble de cien dólares.-

Eva volvió a lamer los pezones de color cacao de Pamela y pasó su mano inexperta por el sexo cubierto de vello negro, de vello fuerte pero suave, más suave que el de los hombres, más suave que los suyos. Y tocó el sexo de su amiga, más suave que todo lo que nunca había tocado.

Llevó a la impasible Pamela hasta el borde de la cama, en la que la sentó y se inclinó de rodillas hacia ella, recorriendo con su lengua una distancia que le pareció inexistente, hasta las ingles de la mulata, que se abrió de piernas al ver la trayectoria de la cabeza de Eva.

Pamela no podía pensar que su amiga se atreviera a hacer aquello por el dinero. Ella que siempre había sido mucho más escrupulosa. Sentía sus labios sobre la cara interior de los muslos y los dientes clavarse ligeramente y la lengua, cálida, lamerle.

Y sentía la mano de la melana Eva, posarse sobre su sexo, tímidamente, pero cada vez más convencida, hurgando entre los entresijos de la cabellera rizada que cubría su sexo, buscando un resquicio por donde romper su tirantez, hasta encontrar el clítoris, orgulloso y desafiante como la propia Pamela.

Eva tomó el clítoris entre sus dedos y puso la palma de su mano sobre el sexo de Eva. El botón del sexo aparecía entre sus dedos, rosa, brillante. Lo lamió como si fuera un pirulí. Sintió a Pamela tensarse y notó que colocaba su mano sobre su cabeza. Pensó que Pamela empezaba a dejarla de tratar como una traidora.

Pamela comenzó a sentir la excitación de la situación y obsequiaba con su miel a Eva, que se embadurnaba la palma de la mano con su flujo. Eva agarró ambos muslos de Pamela y la tiró hacia detrás, abriéndole las piernas todo lo que podía y lamiendo el sexo de la mulata en toda su longitud, con su lengua extendida totalmente, lamiendo su miel, que se mezclaba con la sensación algo electrizante de los rizos del vello de Pamela.

Pamela comenzó a sentir el calor, la excitación, la sensación en el vientre de querer romperse, la sensación en su sexo de querer aplastarse contra la cara de Eva. Las piernas aflojadas, los pezones como encendidos con el fuego del deseo. Se corrió en silencio, pero no pudo, por más que quiso, reprimir sus movimientos y toda la furia reprimida por intentar ahogar sus gemidos se fue en apretar su sexo contra la cara de Eva, a la que obligaba a permanecer así porque ya no sólo depositaba su mano sobre su cabeza, sino que ahora le agarraba de un mechón de pelo y tiraba de su cabeza contra su sexo.

Eva recibió el orgasmo de Pamela con satisfacción y con alivio, pues como ya hemos dicho, ella era pasiva. Pero no pudo evitar cierta excitación por ver a su amiga disfrutar del orgasmo. Deseaba que Pamela cumpliera su parte de trato.

El viejo permanecía sentado en el sillón mirando sin pestañear, y sin abrir la boca hasta que les recordó a las chicas que aún había una parte del trato. Pero… ¿qué entendía el viejo por joder?. Pues eso, joder era que igual que los hombres poseían a las mujeres metiéndoles la pichita, ella le tendría que meter algo. Por ejemplo, el dedo.

Ahora le tocaba a Pamela. Eva se sentó sobre la cama y Pamela se puso de rodillas entre sus labios, La besó en la boca, para decirle que la quería, que no le haría daño, que la perdonara, que lo haría con cuidado.

Pamela puso sus manos sobre las piernas de Eva mientras le mordía el cuello, mientras le besaba la clavícula, mientras besaba su pecho por debajo de la axila, mientras recorría con su lengua las aureolas negras del pezón, mientras mamaba de su pecho como si fuera un bebé.

Las manos de Pamela comenzaron un recorrido de aproximación hacia el tesoro que se escondía al final de ellas, entre la espesa vegetación del vello fuerte de Eva.

Sintieron el calor del sexo de su amiga, la fortaleza de su vello, y al final, la suavidad y la humedad de la parte baja de su vientre, que aparecía rosa, como una fruta madura que enseña el interior de su fruto. Como un auténtico higo que se muestra rosado en su interior tras su exterior de color negro.

Pamela tanteó y le costó atreverse a introducir su dedo corazón, como una higa, levemente en el sexo de Eva. Pero el dedo aprendió pronto su camino, y una vez que entró, no podía estar sin visitarlo de nuevo, cumpliendo con todos los protocolos de la puerta que se estrechaba primero para dejarle el paso franco después, para intentarle cerrar el paso una vez en su interior. Pamela descubrió todo el poder de aquel su dedo en el cuerpo de su amiga.

El dedo de Pamela se combinaba con la boca ávida de leche imaginaria. Eva se sentía penetrada por su amiga y se abandonaba al placer que le producía la sensación maternal de darle su pecho por un lado y la posesión descarada de su sexo por el dedo de una mano femenina, inmensamente femenina y delicada.

Eva no tuvo reparos en soltar sus gemidos y agitarse en la cama mientras Pamela, orgullosa sin saber por qué, observaba y remataba su faena .

Las chicas quedaron así un rato y tras descansar unos segundos hicieron además de irse.-¿Cómo?¿Ya se van? .- El viejo aún quería más. – ¿De verdad crees que la has tomado como un hombre?.- . Se inició una discusión. Que sí, Que no. Que me pagues y me voy , que te pago pero no te vas. Que cuanto te doy , que qué más quieres.

El viejo miró la botella de champagne. Era una botella de 750 ml, de esas que tienen un cuello interminable, que se van ensanchando poco a poco..- ¡Tú estás chalado!- Dijo Pamela al fin. El viejo contraatacó.- ¡El doble de ciento cincuenta dólares!- Ni hablar – ¡Cuatrocientos dólares! ¡Como estos, míralos!-

El viejo se sacó una manojo de billetes y los puso sobre la cama. Sí allí había desde luego cuatrocientos dólares.- Eva llamó a Pamela y le pidió que la penetrara con aquello, mientras le acariciaba la cara. Pamela besó la mano de Eva.

Eva se puso a cuatro patas delante del viejo, puesta de lado pero un poco escorada. Esperaba que Pamela introdujera aquello de un momento a otro. Pamela ya estaba de rodillas con la botella puesta como un gran falo, a la altura de su sexo. Desde un espejo pudieron ver que el viejo se había sacado la verga, de un tamaño bastante apreciable, tersa y empinada, como si fuera un jovencito.

Pamela colocó la punta de la botella entre las piernas y no comenzó a presionar hacia dentro hasta que no vio como desde abajo y entre las piernas aparecía la mano de Eva dirigiendo la operación. Comenzó a presionar y a ver como aquello desaparecía dentro de Eva, mientras ella arqueaba la espalda.

Pamela introdujo bastante la botella, y entonces empezó a meterla y sacarla con lentitud, despacio. Despacito. El viejo las miraba desde el otro lado del espejo y Eva le apartaba la mirada, pero Pamela lo miraba como enojada.

El viejo expresó su último deseo.- Muévete… más deprisa… mueve las caderas.- y el mismo empezó a moverse espasmódicamente y a eyacular como si su pene fuera un volcán en erupción. Y Pamela cumplió con su capricho y comenzó a mover sus caderas ampliamente y a introducir la botella sin control, porque Pamela deseaba ahora causar el máximo placer a Eva, deseaba vaciarse en ella, llevarla a la extenuación.

Eva sentía aquello dentro, penetrarla como si fuera uno de esos chicos de la playa, uno de esos que sólo pensaban en poseerla, uno de esos machos sementales. Le pidió a Eva que se serenase, pero sin tener respuesta. Sentía que le llegaba, sentía que estaba próximo, que si seguía así se correría. Puso su mano sobre sus pezones. Puso su mano sobre su clítoris y al final le llegó.

Pamela sentía a Eva retorcerse de placer. Pensó qué era lo que le estaba haciendo a su amiga. Se arrepintió, se avergonzó. Dejó que se corriera con su miembro improvisado, siguió moviéndose hasta que Eva no dejó de moverse y gritar, hasta que sus codos no dieron en tierra y se volvió hacia Pamela para mirarla, pidiendo una explicación o al menos una caricia.

Pamela le sacó el cuello de la botella con cuidado y miró al viejo. Se había quedado como dormido, como lelo, tal vez muerto, tal vez sólo agilipollado. Se apremiaron en vestirse, Pamela agarró el dinero y salieron de la habitación, del pasillo, del hotel, de la avenida y no miraron atrás hasta que llegaron a un sitio apartado cerca del barrio. Contaron el dinero avergonzadas. Cuatrocientos treinta y dos dólares, doscientos dieciséis para cada una. Adiós. Adiós.

Pamela deseaba hablar con Eva, pero no se atrevía. Habían pasado varios días. Cómo iba a mirar a la cara a la chica en la que se había corrido en la cara, a la que le había masturbado y a la que se había follado salvajemente. Pues no tenia más remedio que verla.

Se acercó a la casa. Ahora estaría sola. Se la encontró llorando y se secó las lágrimas al verla. No quería que la viera así. Eva creía que se había enfadado con ella. Pamela pensó lo mismo. Nada de nada. Se abrazaron. Pamela sintió en su cuello el pelo rizado de Eva y el perfume de su cuello, y calor de su sangre. Le excitó

Luego siguieron hablando. Eva se desenvolvía por la cocina con un pantaloncito de deporte que mostraba sus muslos. Debajo de la camiseta blanca no llevaba nada, sus senos se movían libremente. Se dio la vuelta para agarrar un plato que había sobre la mesa y se encontró con la boca de Pamela, que la esperaba ansiosa de fundirse de nuevo con ella.

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