La mujer de mi amigo me pide que le depile el coño

Mi mejor amigo se llama Juan Mateos, nos conocemos desde hace mucho tiempo y hemos llegado a tener una confianza casi absoluta. Se parece mucho a mí, hasta en lo cachondo, pues ambos nos hemos “enganchado” a las páginas de sexo de Internet y comentamos entre los dos lo más interesante, nos enviamos las fotos que más nos han gustado y cosas así.

Sin embargo, Mateos es muy estricto respecto a sus posesiones… con lo que también me refiero a su preciosa mujer Mª Victoria. Ella es una delicia, un poco chapada a la antigua, pero encantadora, algo rellenita pero perfectamente proporcionada. Respecto a su mujer, mi amigo no permite la más ligera insinuación o comentario, lo que, visto le que me ha ocurrido con ella, me puede acarrear más de un problema. Claro que eso sólo si se entera, por lo que los nombres son lógicamente supuestos, ante el peligro de que pueda leer esto que escribo, porque tengo la necesidad de contarlo.

Resulta, que en una de nuestras charlas comentamos Mateos y yo, después de ver una serie bastante amplia de fotos de tías buenas bajadas de Internet, todas ellas con el chochete perfectamente recortadito, que, donde se ponga una mujer con el coño depilado, que se quite lo demás.

Ciertamente esto lo dijimos plenos de convencimiento porque, no sé si a todos los tíos, pero a nosotros dos, nos vuelven locos. Las mujeres deberían ser conscientes de la diferencia que hay de cuando abren sus piernas y nos enseñan la raja envuelta en una mata de pelos, que ocultan lo más caliente de su anatomía, a la visión espléndida de un chochito carnoso, brillante, sin un solo pelo, que parece estar diciendo ¡CÓMEME!. De veras, he tenido la fortuna de probarlo y la diferencia es abismal, en un caso estaba deseando terminar para escupir los pelos de la individua que se me quedaron en la garganta y que en alguna ocasión me han hecho incluso vomitar (¡qué apropiado para un momento así!) y en el otro, la misma tía pero esta vez “afeitadita”, me tuvo que separar la cabeza de entre sus piernas después de media hora y tres orgasmos sin cansarme de su almeja, que pese a conocerla como la palma de mi mano, parecía aquel día una desconocida para mí.

Pues bien, retomando el hilo de la historia, de aquella conversación sobre los chochetes afeitados, surgió otra más pícara con la que pretendí hacerle un favor a mi amigo. Él me había dicho que su mujer era totalmente contraria a afeitarse los bajos fondos y que él nunca se lo propondría, pero yo pretendía darle una alegría, así que una noche que habíamos cenado y nos habíamos tomado algunas copas (no sé si de más), fui poco a poco subiendo el tono de la charla entre los cuatro -mis amigos, mi mujer y yo- hasta llevarla al lugar que yo pretendía. Mi mujer sin saberlo colaboró mejor de lo que yo esperaba ya que estaba totalmente sin avisar de mis intenciones.

El caso es que planteé la idea que ya he dicho de que las partes nobles tanto del hombre como de la mujer debían ser objeto de atentos cuidados, especialmente cuando se trata de mantener la pasión, a lo que mi mujer repuso, un tanto alegre por lo que había bebido, que tanto ella como yo nos afeitábamos periódicamente los genitales, pero que en ambos casos yo era el ejecutor de la depilación tanto de ella como la mía, además matizó casi entrando en detalles que yo tenía un pequeño cortapelos que era magnífico y no irritaba nada, dejando el pubis perfectamente delimitado y recortado, afeitando por completo el resto de los pelos hasta el final de la raja del culo. Ni que decir tiene que aquel día, entre la conversación y las copas todos nos pusimos tan cachondos que a punto estuve de enseñarles la polla entera, porque me obligaron ante la incredulidad de que yo estuviera afeitado a enseñarles algo y me quedé en el pubis y parte de un huevo por el lado de los calzoncillos. Cuando vieron el pubis rapado al 1,5 y perfectamente recortado, y el cuero de los cojones perfectamente afeitado, cambiaron la cara y lo que creían cachondeo, pasó a cachondez. La suerte estaba echada, quería sembrar en Victoria la idea de que aquello era una cosa normal y, conociéndola, no tardaría en llevarlo a cabo, con la consiguiente alegría para Mateos, sobre todo después de lo que había puesto yo en juego. Claro que aquella noche cayó un polvo de antología, con mi mujer, por supuesto.

Después de aquello suponía que pasaría algo, pero lo que no esperaba es que un día Victoria me llamara al móvil para que fuera a verla, con algo de urgencia. Por suerte o por desgracia yo estaba desocupado aquella mañana y sin intuir nada fui a verla en un salto. Tras entrar a su casa y saludarla con un par de besos en las mejillas, le pregunté sin ambages qué pasaba, a lo que, con mucho misterio, cerró la puerta y casi susurrando me dijo que necesitaba que le hiciera un favor.

– Lo que te haga falta, -le dije, no sin cierta preocupación por el tono de la petición.

– Sé que puedo confiar en ti y quiero darle una sorpresa a Mateos por su cumpleaños… -comenzó

Más tranquilo pensé que se trataba de buscarle o recomendarle algún regalo o prepararle una fiesta sorpresa, lo que justificaba en cierto modo el misterio. Pero…

– … así que quisiera que me ayudaras con cierta operación que no me atrevo a hacer, además como tú tienes más experiencia, querría que me ayudaras a depilarme.

Así de sopetón, se me tuvo que quedar una cara que no me atrevo a describir. Estúpidamente, dije:

– ¿Depilarte?, ¿¿¿el qué??? -como si a esas alturas no lo supiera, además el color de mi cara lo revelaba a las claras.

– Mira, Ramiro, sé que puedo confiar en ti y que, conociéndote como te conozco, no te aprovecharás de la situación. Me ha costado mucho decidirme, pero es que me gustaría darle una sorpresa a Mateos y tú sabes lo que le gusta, además me ha dicho Paula que tienes mucha habilidad, ya sabes a lo que me refiero, depilarme el Monte de Venus… ¿lo harás por mí?

Creo que el corazón se me salía por la boca en ese momento, ¿cómo iba a ser capaz de hacer eso con la mujer de mi mejor amigo?, además, con lo buena que estaba ¿cómo iba a mantener la sangre fría para no hacer algo que me costaría muy caro?, pero, con lo que me había dicho y tras el trabajo que le habría costado decidirse a pedírmelo, ¿cómo le iba a decir que no?

Esa fue mi respuesta: – ¿Cómo te voy a decir que no? -dije con voz temblorosa. – Pues vamos, no hay que perder el tiempo. Pero, una cosa: Nadie lo debe saber, ni tu mujer ni mi marido… ¿estamos? – Claro, claro…

Decidida se fue para el dormitorio y, haciendo caso a su indicación, la seguí. Lo tenía todo preparado, hasta se había comprado un pequeño cortapelos parecido al mío (supongo que le habría preguntado a mi mujer), una toalla encima de la cama, un barreño con agua caliente, espuma de afeitar, cuchillas nuevas, crema hidratante…

Mientras miraba todo aquello me di cuenta que ella estaba también muy nerviosa quieta delante mía sin saber qué decir o hacer…

– ¿Vamos?…

Haciendo un esfuerzo por dominar el temblor de mis manos, dije:

– Venga, lo primero es que te desnudes… (como si no lo supiera)

Hubiera bastado que se desnudara de cintura para abajo, pero me hizo caso literalmente y se quedó completamente desnuda, mostrándome un cuerpo precioso, pero prohibido. Me obligué a no mirarla con lujuria, pero era prácticamente imposible, tenía los pechos preciosos, con un tamaño grandote y rollizo, pero firmes y “desafiantes”, la exploración fue detenida por la cándida mirada de sus ojos color miel. No podía mirarla como lo estaba haciendo, se me encendió una luz en el cerebro. Después de haber doblado toda su ropa y dejarla delicadamente encima de una silla, volvía a quedarse mirándome con dulzura… Tenía que tomármelo como algo “profesional”.

– Vale, échate en la toalla…

Se tumbó suavemente y pude ver que había intentado cortarse el pelo ella misma antes de llamarme. Comprendí entonces por qué me llamó. Lo había hecho fatal, dejándose unas calvas que iban a ser difíciles de arreglar.

– Vaya, se ve que lo has intentado… -dije intentando dar un toque de serenidad al ambiente.

– Sí, pero ya ves lo mal que me ha quedado, lo que pasa es que me da más vergüenza ir a cualquier sitio de estética que decírtelo a ti, y no creas que no me da vergüenza estar así…

Esta frase la dijo acompañada de una apertura de las piernas que dejó al descubierto toda su intimidad. Tenía unos labios rosados y perfectos y a mí me iba a dar algo.

De pronto, me entró un arrebato de responsabilidad y le dije que aquello no podía ser, yo no podía estar allí de ese modo con la mujer de mi mejor amigo… todo había sido una equivocación. Pero no contaba con su talante. Era una mujer de las que cuando toma una decisión no hay en el mundo nadie que sea capaz de hacerla desistir y donde había llegado era una vía sin retorno. Así me lo hizo comprender.

– Mira, yo estoy tan nerviosa como tú, pero tómalo de esta forma. No estamos haciendo nada malo, aunque nunca deberán enterarse tu mujer ni mi marido. Además entre nosotros hay confianza, ¿no?, hay cosas más comprometedoras que hemos hecho y de las que hemos hablado y no ha pasado nada, así que manos a la obra que no tenemos todo el día.

Y tal como lo dijo me tomó la mano y la colocó en su vientre, dejándose caer hacia atrás, dándome a entender la única opción que tenía. Sin mediar más palabras, comencé a humedecerle toda la zona púbica y después separé sus piernas con mis manos para hacer lo mismo con el contorno de los labios y las ingles. Descubrí que tenía el sexo bellísimo, bastante hinchado, lo que revelaba la notoria excitación que le provocaba, igual que a mí, la situación, pero sobre todo, lo que consiguió enardecerme hasta un grado casi insostenible fue el aroma que emanaba y que llegó hasta mí nada más separarse mínimamente los labios de su coño.

Seguía sin creer que me estuviera pasando aquello, pero no cabían más discusiones. Así que me dispuse a hacerle un buen trabajo y, ¡qué coño!, disfrutar de él.

Me dediqué a seguir humedeciendo con agua templada toda la zona, por supuesto con la mano desnuda, lo que puede decirse que era acariciarle todo el vientre, con dulzura, y las ingles, rozando levemente los labios de su coño que para entonces estaba entreabierto por culpa un poco de la postura, las caricias, los nervios y sobre todo las dimensiones que estaba tomando su clítoris.

Recorté todo el contorno con el cortapelos para dejar el pelo con el tamaño deseado. Aquello empezaba a arreglarse, tomando forma y quedaba francamente bien. Después recorté con la cuchilla de afeitar, poniendo algo de espuma, rasurando lo que sobraba hasta quedar totalmente liso y definido el triángulo “redondeado” de pelillos que había pensado para ella.

Ahora venía lo difícil. Afeitar completamente los lados del coño, para lo que tenía que proteger las zonas más delicadas, así que con la mano entera tapé los labios del chochete, estirando la piel para poder afeitar la zona hasta la ingle.

Mientras lo hacía le miré a la cara. Todo este tiempo habíamos estado muy callados y tensos y hasta casi me asusté cuando la vi que me miraba con unos ojos de infinita comprensión, tranquilidad… el caso es que aquella mirada con la media sonrisa que la acompañó, me terminó de relajar y pude decirle

– “¿Todo bien?, ¿no te está molestando?”, a lo que ella contestó.

– No lo puedes hacer mejor, cualquiera diría que me estás acariciando y la cosa es que no me disgusta del todo, ¡voy a tener que contratarte!

– “Ni se te ocurra”, le dije y seguí afeitando. Con un lado había acabado y levanté la mano para ver cómo quedaba… Perfecto. No pude evitar contemplar el coño que mi mano había estado tapando y cuya fragancia se habría quedado allí. Mientras miraba el hilillo blanquecino que resbalaba hasta su ojete y que delataba su total excitación, me acerqué la mano a la cara simulando rascarme en la frente (porque ella, semi-incorporada, no dejaba de mirarme) y aspiré el aroma intenso del coño de Mª Victoria. Aquello era un pecado, pero había llegado casi a marearme y a esas alturas por mi cabeza ya pasaba de todo. – Terminé la obra, volviendo a tapar con la mano y rasurando la otra parte hasta que quedó verdaderamente perfecto y apetecible. Para terminar la hice ponerse en cuatro patas, con el culo muy abierto y le afeité todo el perímetro del ojete.

– Ahora, -le dije- te voy a dar con una crema hidratante para que no se te irrite -y, acto seguido, la empecé a acariciar con la mano pringada de crema (y con lujuria, debo reconocerlo) por todas las partes que le había afeitado, comprobando que la excitación de ella, lejos de extinguirse, había aumentado soltando líquido de su interior hasta formar un cerco en la toalla sobre la que se había efectuado toda la operación.

Al pasar poniéndole crema una de las veces por la ingle, con los sentidos ya trastornados, le rocé conscientemente el clítoris, notando un respingo y un audible aunque pequeño gemido de Mª Victoria (mentalmente la llamaba así para olvidar que era la mujer de mi mejor amigo).

Lo volví a pasar una y otra vez y al notar su “colaboración”, sabiendo lo que iba a pasar, le dije:

– Mira, después de esto los dos tenemos un calenturón tremendo. Yo me haré un pajote y tú otro, pero creo que me gustaría ayudarte con lo tuyo. Como, total, nadie se va a enterar, ¿verdad?, yo no puedo resistirme a probarlo…

Mientras le decía aquello y después de que se lo dije, no hacía falta que hablara, su mirada volvía a hacerlo por ella… así que me lancé y suavemente deposité la lengua en la entrada de su agujero, saboreando lentamente el líquido que emanaba. La excitación era tanta que tuve una pequeña eyaculación, un par de sacudidas, sólo lamiendo lentamente su chocho.

Ella se dejaba hacer y, suave pero firmemente, se abandonó a mis manos. Mientras, yo le levantaba las piernas y dejaba aún más al descubierto toda su parte íntima. Estaba completamente abierta y además exponiendo su depilado ojete, al que también comencé a prestar atención.

Las chupadas se hicieron más intensas penetrando con la lengua en sus dos orificios, hasta que cuando vi que comenzaba a estremecerse, me dirigí al clítoris, succionándolo frenéticamente, lo que la hizo terminar casi chillando. No había tardado mucho, pero la excitación del momento y el morbo, lo justificaba.

Al terminar, abrió los preciosos ojos que tanta confusión me causaban ese día y con ternura me dijo que me merecía un premio, por lo bien que lo había hecho todo (remarcando aquel “todo”)

Le dije que no quería penetrarla y que no hacía falta nada más, que me había gustado tanto como a ella y que podíamos dejarlo así, pero ella no quiso y me acarició por encima de los pantalones, soltando poco a poco la ropa hasta dejar mi nabo al descubierto.

Sin decir más nada, comenzó a chupármela muy despacio, tanto como yo lo había hecho con ella y sin dejar de mirarme a la cara. De vez en cuando la sacaba de su boca y la restregaba sobre su lengua, pasando a continuación la mano por todo el humedecido glande.

Al poco se introdujo todo lo que pudo en la boca y me agarró por los cachetes del culo, abriéndolos y cerrándolos al mismo compás que la metía y sacaba de su cavidad bucal. En una de las veces, con la misma suavidad me empezó a acariciar el ojo del culo con la yema de un dedo, y no sé si fue esa inesperada caricia, pero el caso es que noté que iba a explotar y se lo indiqué.

Ella me miró una vez más indicándome que no importaba, por lo que me dejé llevar y terminé soltando cinco chorros de leche blanca y espesa a su boca que seguía mamando con el mismo ritmo hasta que posando una mano en su mejilla le hice saber que debía parar.

Escupió en una servilleta de papel lo que tenía en la boca (no se lo había tragado, y eso me gustó, pues me indicó que lo dejó caer en su boca para que yo no parara de disfrutar la mamada, que ha sido una de las mejores que me han hecho en mi vida y así la recordaré).

Me vestí mientras ella miraba en el espejo cómo había quedado su depilado y precioso coño, mientras me decía que le quedaban ganas de que se la metiera.

– Pero esas ganas te las va a mitigar con creces Mateos cuando llegue después y prefiero que las cosas se queden así, porque esto no ha pasado…

– Sí que ha pasado, Ramiro, aunque nadie lo sepa nunca ni se repita jamás, quiero que sepas que recordaré lo que has hecho como si hubieras sido mi amor de juventud, como se recuerda a un novio de la adolescencia, eres un encanto.

Y me dio un suave beso en los labios.

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