Venganza en el culo de mi suegra

Una venganza no es perfecta si creas mayores rencores en tu enemigo. Según la sabiduría popular, lo ideal es tirar la piedra y esconder el brazo para que cuando el objeto de tus odios reciba la pedrada nunca sepa que fuiste tú quien la lanzó. Así fue como castigué a la hija de puta que tengo por suegra, habiéndola pillado en una infidelidad, maniobré de tal forma que le obligué a satisfacer mis deseos sin que supiera que yo era el chantajista.

Para los que no hayáis leído la primera parte de este relato, Almudena, la madre de mi mujer, es una rubia de casi cincuenta años que desde que me conoció se dedicó a hacerme la vida imposible. Acostumbrado a sus desdenes y menosprecios, la casualidad hizo que me enterara que esa zorra tenía un amante. Decidido a castigarla, contrato a una antigua novia de instituto y gracias a ella, consigo pruebas irrefutables de la cornamenta de mi suegro.

Lo fácil hubiera sido hacerle llegar a su marido esos videos pero teniéndolos en mi poder, llegué a la conclusión que primero iba a abusar de ella. Un idiota la hubiese llamado y mostrándole las películas, hubiera aprovechado para follársela, pero ese no fue mi caso:

“Quería humillar a esa guarra y que se tuviese que rebajar intentando seducir al marido de su hija al que odiaba”.

Por eso y actuando como un vulgar chantajista, le di una semana para probar que se había tirado a su yerno.

Esa misma tarde recibí vía email, la confirmación de que esa puta había claudicado. A través del correo electrónico, mi suegra me pidió únicamente más tiempo aduciendo lo complicado que le iba a resultar seducir a un tipo que despreciaba y que estaba seguro que era recíproco.

“Suegrita, ¡No lo sabe Usted bien!”, pensé disfrutando de antemano y dando por sentado que no tenía ninguna prisa, amplié el plazo a un mes.

La mujer recibió con agrado dicha ampliación y segura de sí misma, respondió escribiendo:

-En menos de un mes, ese inútil estará babeando por mí.

Al leerlo, os tengo que reconocer que no me cabreó sino que afianzó mi determinación de ponerle las cosas difíciles y que tendría que esmerarse para obtener las pruebas que ese chantajista anónimo le exigía. Pensando en ella, esa noche me acosté con su hija mientras me imaginaba que era esa madura la que gemía cada vez que mi miembro la penetraba.

Almudena acepta el precio del chantaje.

Ese domingo supuse que de alguna forma daría inicio a su acoso y ¡No me equivoque!…

Estaba en la cancha, calentando con mi equipo antes del partido cuando la vi llegar acompañada de mi esposa y de mis hijos. Comprendí su estratagema aún antes de que me saludara. Esa arpía iba a intentar hacerse la simpática antes de lanzar todas sus dotes de seducción.

Poniendo cara de sorpresa, me acerqué a mi familia y tras darle un beso a mi mujer, la saludé con la mano diciendo:

-Almudena, ¡No me puedo creer que te hayas dignado a perder tu valioso tiempo con un grupo de cafres en camiseta corriendo tras una pelota!

Lo normal es que hubiese contestado mi misil con otra impertinencia pero buscando un acercamiento, contestó luciendo una sonrisa:

-Llevas tantos años hablando de la belleza de este deporte que he pensado comprobar si tienes razón. Cuéntame ¿En qué consiste?

Estaba a punto de soltarle otra fresca cuando interviniendo mi mujer le empezó a explicar las normas básicas. Cómo tenía que ocuparme de mis chavales, las acompañé hasta las gradas para acto seguido volver a la pista a seguir con mi labor de entrenador. Interiormente estaba descojonado al conocer los motivos de ese cambio, pero nadie hubiera podido leer en mi rostro algo que no fuera desprecio por su presencia.

“Ya ha dado el primer paso”, sentencié mientras daba el quinteto de inicio a los muchachos.

Mi suegra ni siquiera esperó a que empezara el partido para comportarse como una auténtica hooligan. Uniéndose a un grupo de críos comenzó a cantar y a vitorear haciendo las delicias de los padres de mi equipo, no en vano Almudena es una mujer de muy buen ver y ninguno de ellos era maricón. Fue tanto el énfasis que le dio a su recién descubierta adoración por el baloncesto que aunque no fuera su intención consiguió llevar a mis jugadores en volandas hacia la victoria.

No contenta con ello al terminar el último cuarto, entró en la pista y antes que me diera cuenta se lanzó a mis brazos para felicitarme. Cogiéndome de sorpresa, buscó mi abrazo sin importarle nuestra diferencia de tamaño por lo que de pronto, me vi alzando sus ciento sesenta centímetros y sus cincuenta kilos entre mis brazos. Me sorprendió su poco peso pero aún más que sin darle importancia la presencia de su hija, pegara su cuerpo a mis dos metros mientras me daba un beso en la mejilla.

Reconozco que aunque fue tan casto que nadie pudo malinterpretarlo, al saber sus verdaderas motivaciones, esa breve caricia me calentó. Lo que no me esperaba es que admitiendo que su actuación fue determinante en el resultado, una vez fuera del polideportivo los propios padres insistieran en invitarla a nuestro tradicional aperitivo. Mi suegra no se cortó un pelo en aceptar y desenvolviéndose como una más, acudió con toda mi familia al bar.

Una vez allí y ante la mirada incrédula de María su hija, ese mal bicho empezó a explicar a los presentes lo bien que había planteado el partido al elegir la defensa en zona.

-Los contrarios eran tan rápidos que hubiese sido un error plantear la defensa al hombre.

Mi esposa sin llegárselo a creer le preguntó cómo sabía tanto de tácticas, fue entonces cuando esa perra soltando una carcajada, le confesó:

-Hija cuando era una niña, ¡Jugaba de base!

“¡Será cabrona! ¡Toda la vida metiéndose con el baloncesto y ahora resulta que le gusta!”, exclamé en silencio. Sus siguientes comentarios no hicieron más que confirmar ese extremo porque hablando de tú a tú con todos, se permitió valorar con acierto las rotaciones de mis muchachos.

El éxito de mi suegra con los padres fue total y llevándoselos a su terreno, les prometió que a partir de ese día iría a ver los entrenamientos. Incluso María se creyó que una vez había vuelto a ver un partido, había renacido en ella el gusanillo por este deporte. De tal forma que ya en casa, me hizo prometerla que no menospreciaría a mi suegra si aparecía por el polideportivo.

-Te lo juro- respondí sabiendo que no me metería con ella sino que llegado el momento: ¡Se la metería!

Primer asalto.

Cumpliendo su promesa, ese lunes Almudena llegó con diez minutos de adelanto al entreno. Si ya de por sí eso era un cambio, más lo fue verla llevando una bolsa de deporte. Supe para que la traía cuando poniendo un tono dulce, me preguntó:

-¿Te importa que lance unas canastas?

Al decirle que me daba lo mismo, sonriendo me pidió permiso para usar mi vestuario. No queriendo parecer un maleducado ante mis chavales, le di mis llaves y comenzamos el calentamiento. Diez minutos más tarde y mientras seguía desde mi silla el entrenamiento, la vi aparecer vestida con la típica equipación de baloncesto, camiseta holgada de tirantes y pantalón corto.

“Definitivamente no parece de cuarenta y nueve”, concluí al admirar el estupendo culo y los duros pechos que esa arpía escondía tras la ropa.

En cuanto cogió el balón y dio un par de botes, comprendí que no había mentido respecto a lo de haber jugado en su juventud, porque aunque un poco oxidada demostró tener técnica. Para colmo al cabo de cinco minutos de práctica, esa zorra se puso a lanzar una serie de triples tan alucinantes que consiguió sacar de la grada un sonoro aplauso. Hasta yo me quedé alucinado de su maestría y por eso no pude más que reconocérselo cuando acercándose a mí, me preguntó cómo lo hacía:

-Muy bien, se nota que eres una “vieja” gloria- respondí reiterando lo de vieja.

Mi suegra no pudo reprimir una mueca de desprecio al oír mis palabras pero recuperándose al instante, llevó su mano hasta mi cara y acariciándola contestó:

-Mira que eres malo-, y dando por terminado el enfrentamiento, me pidió mi opinión respecto sobre cómo debería de ponerse en forma.

-Si quieres ejercitarte bien primero tienes que mover el culo- y decidido a no facilitarle las cosas, llamé a uno de mis jugadores para que la acompañara a dar vueltas alrededor de la pista.

Almudena no protestó y comportándose como si fuera ella una alumna y yo su profesor, aceptó de buen grado mis órdenes y comenzó a correr. Sabiendo que aunque esa mujer hacía ejercicio a diario no iba a poder seguir el ritmo del muchacho, azuzé al crio para incrementar su velocidad. La rubia decidida a no darse por vencida tan fácilmente aguantó las tres primeras vueltas antes de dejarse caer sobre mi silla reconociendo su derrota.

Reconozco que me encantó verla sudada y exhausta pero aún más al comprobar que la camiseta mojada por el sudor se le pegaba dejándome admirar el volumen de sus tetas.

“¡Tiene un buen par!”, confirmé lo que ya sabía y apiadándome de ella, la mandé a ducharse.

Agradecida se acercó a mí y dándome otro suave beso en la mejilla, se dirigió hacia el vestuario. Estaba tratando de asimilar todavía el olor a hembra que dejó impregnado en mis papilas cuando me percaté del sensual movimiento de su trasero. Entonces comprendí su plan:

“¡Quiere seducirme para que sea yo quien dé el primer paso!”

Al analizarlo, caí en la cuenta que si era yo el que iniciaba el acercamiento, ella habría ganado porque siempre podría acusarme a mí de haberla forzado.

“¡Sera puta!”, exclamé al comprender que ese era su propósito, si me denunciaba por violación, esa sería la prueba que daría al chantajista y encima como efecto colateral habría conseguido su objetivo desde hace años: ¡Desembarazarse de mí!

Mis negros augurios se vieron confirmados al cabo de una hora cuando habiendo terminado el entreno, mi suegra no había salido. Conociendo de antemano su plan, llamé a otra entrenadora y le pedí que me acompañara al vestuario. Tal y como había previsto, no respondió cuando toqué en la puerta para entrar y por eso, hice que ella fuera la que pasase a ver si estaba bien. No llevaba ni cinco segundos dentro cuando vi salir totalmente colorada a mi compañera.

Al preguntarle qué había ocurrido, muerta de risa, me contestó:

-La he pillado masturbándose.

Me quedé de piedra al escucharla y sabiendo que no solo había desbaratado su ataque sino que había reducido a la nada el riesgo que me acusara de una supuesta agresión porque siempre podría llamar a declarar a mi conocida para que ella ratificara que había sido testigo de que esa zorra me había esperado haciéndose una paja, esperé que saliera.

Cinco minutos más tarde, Almudena apareció como si nada pero entonces elevando mi voz, la llamé irresponsable al echarle en cara que si en vez de esa mujer hubiera sido uno de los chavales quien entrara, me hubiera dejado a la altura del betún al tener una puta como suegra.

-No soy ninguna puta- respondió con mi trato.

Soltando una carcajada, le espeté:

-Y como llamaría a una mujer que se hace un “dedito” en un lugar público.

Indignada, no pudo contestar y cogiendo su bolso, salió huyendo de allí…

Segundo asalto.

Tengo que reconocer que mi suegra puede ser una puta infiel y una arpía pero lo que nunca podré dejar de admitir es que es una mujer con carácter y que tiene los arrestos suficientes para rehacerse ante las derrotas. La muestra más palpable fue su llamada esa misma noche, en la que me rogó que le diera una oportunidad de explicar su comportamiento. Su supuesto arrepentimiento fue tal que no me quedó más remedio que quedar con ella a desayunar al día siguiente. A lo que si me negué fue a que fuera en su casa porque preveía otro ataque y por eso la cité en un VIPS, ya que al amparo del público que frecuenta ese restaurant sería imposible que intentara seducirme.

Nuevamente la minusvaloré porque en cuanto entré en el local, supe que iba a intentarlo por otra vía. La mujer que nunca salía de casa sino iba perfectamente maquillada y vestida a la última, estaba sentada en una mesa apartada despeinada y ataviada con un descolorido chándal.

“¿Qué me tendrá preparado?”, me pregunté al ver sus ojos enmarcados por unas profundas ojeras.

Conociendo su carácter ruin, me senté frente a ella sin saludarla. Almudena se sobresaltó al verme y echándose a llorar, nuevamente me pidió perdón por lo que había hecho la tarde anterior.

-Está olvidado- contesté secamente.

Fue entonces cuando sin dejar de llorar, cogió mi mano y me dijo:

-Sé que tú y yo siempre nos hemos llevado mal pero necesito explicarme…

-A eso he venido- con tono frío respondí.

Almudena al notar que no había hecho ningún intento por separarme de ella, creyó que había ganado la primera escaramuza y haciéndose la víctima, comenzó diciendo que ella misma no comprendía porque se había comportado así, tras lo cual, me rogó que su hija no debía de enterarse de nada de lo que me contara.

-Te lo prometo- solté contestándola.

Mi promesa le dio alas y con todo lujo de detalle, me explicó que su marido hacía años que no la tocaba y que aunque llevaba con resignación su olvido, el baloncesto había hecho renacer en ellas sensaciones que tenía olvidadas.

-No te comprendo- escuetamente la informé.

Reanudando sus lloriqueos, mi suegra dijo con su voz entrecortada:

-Te parecerá una tontería, pero recordé lo que sentía cuando era niña y deseé ser la cría de quince años que jugaba en un equipo…

-Y por eso, ¡Te masturbaste!- hipócritamente la interrumpí.

Enfadada levantó su mirada y olvidándose que podían oírla, me respondió:

-¡Pues sí! ¡Para ti seré una vieja pero me considero una mujer joven con sus necesidades!- y recalcando sus palabras, prosiguió casi gritando: ¿Te parece normal que ya no me acuerde de cuándo fue la última vez que alguien me haya acariciado los pechos?

Si no llega a ser porque conocía su infidelidad y que esa puta tenía un amante, la hubiese creído con semejante actuación. Pero como tenía en mi poder las pruebas que echaban por tierra esa versión no me sentí conmovido cuando tratando de que me compadeciera de ella, llevó mi mano hasta una de sus tetas y me dijo llorando a moco tendido:

-Fíjate lo desesperada que estoy, que aunque sé que eres mi yerno y que me detestas, te ruego que me hagas sentir mujer.

Durante unos segundos dejé que mis dedos recorrieran su seno y localizando su pezón, le pegué un pellizco antes de contestarla:

-¡Estás loca!, amo a tu hija y ¡Nunca le seré infiel!

Tras lo cual, salí del restaurante dejándola sola. Al irme y a través del espejo, vi que esa zorra sonreía al creer que era cuestión de tiempo que me tuviera babeando de su mano.

“¡Menuda sorpresa se va a llevar!”, sentencié alegremente mientras encendía mi coche y sacando una pequeña grabadora de mi bolsillo, escondí la cinta entre mis papeles.

Esa noche al llegar a casa, mi esposa me contó preocupada que su madre estaba deprimida. Por lo visto, la había llamado para que fuera a verla y ya en su casa, le había reconocido que su vida la angustiaba y que no veía ninguna salida.

-Pobrecilla- mascullé entre dientes- ¡Deben haber cerrado una de sus tiendas favoritas!

Mi sarcasmo la sacó de las casillas y de muy mala leche me pidió que por una vez me olvidara de rencillas y la tomara en serio:

-Está muy mal y creo que es nuestro deber el ayudarla…- asumiendo que me iría como en feria si me seguía metiendo con mi suegra, me mantuve en silencio mientras ella seguía explicando que el problema es que quería irse de viaje a una playa y que por los negocios su padre y ella se veían imposibilitados de acompañarla.

Con la mosca detrás de la oreja, pregunté:

-¿Y por qué me cuentas esto? ¿Qué tengo que ver yo con este asunto?

Fue entonces cuando poniéndose en plan tierna, mi mujer respondió:

-Aprovechando que en la liga hay dos semanas de descanso, ¿No podrías hacer un esfuerzo y acompañarla?

-¡Ni de coña!

María que se esperaba mi respuesta, bajando su mano hasta mi entrepierna me la empezó a acariciar y cuando sintió que mi pene había reaccionado, cogió mis huevos entre sus dedos y apretándolos con una sonrisa me amenazó diciendo:

-Tú decides, o me haces ese favor y te lo agradezco con una de mis mamadas, o te niegas y te dejo eunuco.

Valoro mi virilidad ante todo y por eso ni que decir tiene que acepté, aunque eso supusiera tener la “desgracia” de saber que durante ese viajecito, la zorra de mi suegra sería mía.

Tercer asalto durante el viaje a las islas Seychelles.

Lo creáis o no, esa zorra estaba tan desesperada por el riesgo de que su vida se desmoronara que planeó con detalle sus siguiente pasos y buscó el lugar más apartado del mundo, creyendo que así nadie ni nada podría evitar mi tropiezo. Como ya había levantado parcialmente sus cartas al pedirme que la tomara aduciendo el supuesto abandono al que su marido la tenía sometida, durante la escasa semana que transcurrió hasta que me vi en el aeropuerto, siguió con su papel de mujer afligida ante todos.

Por eso y buscando incrementar su desasosiego, me permití mandarle un mail bajo el amparo del Nick de su supuesto chantajista. En él, le exigí que me informara de sus avances porque de lo contrario, haría llegar a su marido las pruebas de su relación con su amante. Su respuesta no tardó en llegar. Con un tono de súplica, aseguró a su interlocutor que a la vuelta de su viaje, tendría la prueba de haber follado con su yerno.

Al leerlo, mandándole otro mensaje, le pregunté porque estaba tan segura. Fue entonces cuando por enésima vez Almudena me sorprendió al contestar:

-No sé quién eres pero si lo dudas, ¡Mira otra vez los videos que tienes en tu poder!

Confieso que me costó parar de reír al comprender que como buena tigresa y aunque estaba contra la pared, esa mujer tenía todavía garras con las que dar uno que otro zarpazo.

El día de nuestra partida, toda la familia acudió a despedirnos. María, los niños y mi suegro mostraron con su presencia que apoyaban a Almudena y que le deseaban que se recuperara. Mi suegra vestida con un triste vestido gris parecía desconsolada y por eso al despedirnos, mi esposa me rogó que la hiciera caso.

-No te preocupes- respondí sabiendo que todo era una pose y que esa guarra no estaba en absoluto deprimida.

En cuanto pasamos el control de pasaportes, la teóricamente afligida me confirmó que estaba actuando al pedirme que me hiciera cargo de su equipaje de mano ya que necesitaba ir al baño. Al salir apareció cambiada, no solo se había puesto un vaporoso traje con un gran escote sino que aprovechando el espejo se había maquillado.

“Empieza el ataque”, me dije nada mas verla y haciéndome el sorprendido, le pregunté a que se debía esa transformación.

La muy puta con descaro me respondió:

-Ya que vamos a ser pareja durante una semana, no quiero que piensen que vas con una vieja.

Reconozco que pude haber permanecido callado pero la tentación de lanzarle una pulla fue tan fuerte que soltando una carcajada, le solte:

-Almudena, te recuerdo que me llevas veinte años.

La rubia, conteniéndose, contestó quitando hierro:

-Sí, pero no se nota-, tras lo cual cogiendo sus bolsas, se dirigió hacia la puerta de embarque del primer vuelo que ese día tomaríamos rumbo a nuestro destino, “Las Seychelles”. Para llegar hasta ese lugar desde Madrid, hay que ir primero a Paris y desde allí tomar el que va hasta Mahe, la capital de esa pequeña república. En total unas quince horas de trayecto.

Nada relevante ocurrió en el primer trayecto, al contrario del segundo donde nada más despegar, mi suegra llamó a la azafata y aprovechando que éramos los únicos pasajeros en primera clase, le pidió que bajara las luces porque quería echarse una siesta. Desde que la oí dar esa orden, creí que se traía algo entre manos pero contrariamente a lo que esperaba, lo único que hizo fue tumbar su asiento y tapándose con la manta, echarse a dormir.

“Curioso”, pensé extrañado.

Cómo no tenía otra cosa que hacer, sacando un “best-seller” me puse a leer. Llevaba mas de una hora gozando de tranquilidad, cuando la oí removerse y que dejaba caer la franela que la cubria. Al mirarla, me percaté que se le había desabrochado un par de botones del traje, dejando al aire el coqueto sujetador rojo que llevaba.

“Lo está haciendo a propósito” recapacité al observar que su “involuntario” destape incluía la falda que arremangada hasta arriba, me permitía disfrutar también de su tanga.

Interesado en ver que me tenía preparado, de reojo, me puse a admirar su entrepierna, llegando a la conclusión que llevaba el coño rasurado porque era tan pequeña la tela que lo cubría que de tener pelo, se le vería. En ese momento, la mujer dejó caer la mano por su cuerpo y haciéndose la dormida, se empezó a acariciar. Confieso que al observar que metiéndola por debajo de sus bragas, mi suegra comenzaba a pajearse, esa escena me calentó.

-Umm- aulló, lo suficientemente alto para que yo lo oyera pero lo suficientemente bajo para que la azafata no fuera consciente.

Lentamente, dio inicio a un concierto de gemidos mientras entre sus muslos, daba rienda cuenta a su placer torturando su clítoris. La maestría que demostró al hacerlo, me anticipó lo mucho que iba a disfrutar de esa guarra y dejando el libro sobre mis rodillas, ya sin disimulo me puse a disfrutar del sensual modo en que se masturbaba. Al ver su cara descompuesta, mi polla se había puesto como una piedra mientras maldecía mi poca fuerza de voluntad al excitarme.

Cabreado por el bulto de mi pantalón, comprendí que de seguir sentado terminaría follándomela, decidí levantarme e ir al baño a desfogarme. Una vez en la seguridad de ese estrecho habitáculo, saqué mi pene y cogiéndolo entre mis dedos, me puse a pajearme con rapidez anticipando de alguna manera el placer que obtendría con esa puta.

Ya de vuelta a mi asiento, mi suegra estaba despierta y sonriendo me soltó:

-Ves como no estoy tan vieja- y por si eso no fuera suficiente, mirando mi entrepierna la acarició mientras seguía diciendo:- Pobrecito, ¿Se te puso muy dura viendo a tu suegra?

Su breve toqueteo recuperó de golpe mi erección y tratando de mantener la cordura, retiré su mano diciendo:

-Compórtate, ¡Eres la madre de mi mujer!

Almudena viendo que había ganado ese asalto, llamó a la azafata y le pidió un café. Os juro que creí que me iba a dejar en paz al menos hasta el hotel pero aprovechó que la muchacha le trajo también unas madalenas para lamerlas con gran erotismo mientras me miraba….

Cuarto y definitivo asalto en el hotel.

“¡Menuda zorra!, exclamé mentalmente al llegar a la habitación que había reservado al observar que en realidad era un pequeño bungalow con piscina y playa privada. No tuve que ser un genio para comprender que esa zorra había elegido a propósito ese tipo de cuarto porque al estar ocultos a miradas indiscretas, mi suegra podría pasar directamente al ataque.

Todavía no se había ido el botones, cuando la certeza de que era una encerrona se incrementó al percatarme que solamente disponía de una única cama. No deseando montar un espectáculo, esperé a que el empleado desapareciera para preguntarle como pensaba que durmiéramos.

Muerta de risa, la rubia me respondió:

-No seas tan pudoroso. Es enorme y si no quieres, no tienes por qué tocarme.

La determinación que leí en su rostro así como la ausencia de remordimientos por intentar seducir al marido de su hija con el objetivo de salvar su culo, me cabreó pero no deseando que se me notara, cambiando de tema, le pregunté que deseaba hacer:

-Me apetece darme un baño- contestó y antes de que me diera tiempo de reaccionar, dejó caer su vestido quedándose en ropa interior.

-¡Qué haces!- furioso exclamé al ver que no satisfecha con ello, Almudena se estaba despojando del sujetador.

-Bañarme desnuda- respondió con tono alegre, tras lo cual quitándose el tanga se quedó en pelotas frente a mí.

Reconozco que no pude dejar de admirar la belleza de su cuerpo maduro. Dotada de un pedazo de ubres que serían la envidia de una jovencita, esa cuarentona estaba para mojar pan. Si sus tetas eran cojonudas, su duro trasero no le iba a la zaga. Con forma de corazón parecía diseñado para el disfrute de los hombres. Mi suegra al advertir el efecto que su desnudez provocaba en mí, se acercó y llevando sus manos a mi cinturón, comenzó a desabrocharlo. Bajo mi pantalón, mi verga se alzó traicionándome y por eso cuando me la sacó, ya lucía una impresionante erección.

-Reconoce que me deseas- susurró mientras se arrodillaba y lentamente se la metía hasta el fondo de la garganta.

Me quedé paralizado al notar sus labios abriéndose y recorriendo la piel de mi extensión. Aunque había visto en video una de sus mamadas, nunca pensé que al ser yo objeto de las mismas, iba a comprobar que era toda una diosa. Mi falta de reacción permitió que se la sacara tras lo cual usando su lengua, embadurnó de saliva mi tallo antes de volvérselo a embutir como posesa. Dejándome llevar por su maestría, permití que la madre de mi mujer imprimiera un pausado ritmo sin quejarme. Ardiendo en mi interior, me mantuve impasible mirando como devoraba mi sexo con fruición.

Con mis venas inflamadas por la lujuria, sentí su lengua recorrer los pliegues de mi capullo. Cuando la excitación me dominó por completo, ya sin recato alguno, la agarré de la cabeza y presionándola contra mí, le introduje todo mi falo en su garganta. Mi suegra lo absorbió sin dificultad y e incrementando el compás de su mamada buscó mi placer. Mi semen tardó poco en salir expulsado en su interior. Almudena al notarlo se lo tragó sin quejarse sin dejarme de ordeñar hasta que consiguió extraer hasta la última gota. Entonces alegremente, me soltó:

-¿Qué esperas para follarme?

Su pregunta me devolvió a la realidad y levantándola del suelo, le solté una bofetada mientras le llamaba puta. No debió esperarse esa violenta reacción porque cayendo al suelo, me rogó que no la pegara. Viendo una grieta en la coraza de esa mujer, la cogí de la melena y llevándola hasta el sofá, la obligué a sentarse. Almudena escuchó aterrorizada como le amenazaba con llamar a su hija y contarle acababa de ocurrir. Viéndose perdida, cayó de rodillas y me imploró que no lo hiciera.

-No tengo ningún motivo para no hacerlo- respondí con tono duro.

Entonces llorando me reconoció que si se había comportado como una puta, era porque era víctima de un vil chantaje.

-¡No entiendo!- exclamé sin dejar traslucir mi satisfacción por tenerla donde yo quería.

Mi sequedad la hizo continuar y como si llevara tiempo deseando confesarlo, me explicó que un desalmado había obtenido pruebas de que tenía un amante y que la estaba extorsionando.

-¿Qué tengo que ver yo en ello?- pregunté duramente sin apiadarme de ella.

Descompuesta reconoció que ese tipo la había ordenado acostarse conmigo y que de no recibir un video mostrando que lo había conseguido, haría llegar a su marido las películas de su infidelidad.

-¿Me estás diciendo que has preferido acostarte con tu yerno y traicionar a tu hija, a perder los lujos que te regala su padre?

Avergonzada e incapaz de mirarme a la cara, ratificó su deslealtad diciendo:

-No podría soportar ser pobre.

Incrementando su zozobra y mientras salía por la puerta, contesté:

-¡Lo pensaré!

Almudena claudica y se convierte en mi zorra.

Encantado con el curso de los acontecimientos, la dejé sola y acercándome hasta el bar del hotel, me pedí un par de copas mientras planeaba mis siguientes pasos. Hasta ese momento, mi suegra había actuado de acuerdo con su carácter egoísta pero no era suficiente, mi venganza no sería total hasta que de algún modo hiciera desaparecer al supuesto descubridor de su infidelidad y lo sustituyera por mí.

Esa zorra debía depositar su vida en mis manos sin acritud y que al final convencida de que toda mi actuación en este asunto se circunscribía a hacerle un favor, no se diera cuenta que solamente había cambiado de dueño pero que su destino no era otro más que servirme.

El alcohol extrañamente me relajó y con ello, permitió que mi mente analizara el problema desde un punto de vista pausado. Por eso al cabo de una hora y con la solución en mi poder volví al bungalow. Al retornar me encontré a la madura rubia totalmente desesperada y disfrutando de ello le pedí que me pusiera un whisky.

Mi suegra vio en esa orden un signo de debilidad y moviendo su trasero de forma descarada, acató mis deseos creyendo que me había compadecido de sus lamentos. ¡Qué equivocada estaba!

Esperé a que me lo trajera para decirle:

-¡Siéntate!

Me reí mentalmente al observar que esa arpía al oír mi tono seco, me había obedecido con premura. Con ella a escasos centímetros de mí, le dije:

-Voy ayudarte- mis palabras le hicieron sonreír pero entonces proseguí diciendo- pero comprenderás que no me fie de ti y por eso te exijo dos condiciones: La primera es que mientras te grabo, reconozcas tu infidelidad y confirmes que has sido tú quien me lo ha pedido….

-Lo haré- dijo interrumpiéndome.

-… La segunda es que ya que voy a tener que traicionar a mi esposa no sea solo por un polvo. Si quieres mi ayuda, durante esta semana, harás todo lo que yo diga sin rechistar.

-¿Nada más?- respondió la muy puta y para certificar su ignominia, cogió mi móvil y grabó su confesión sin guardarse ningún detalle.

Tranquilamente aguardé a que acabara y recogiendo mi teléfono, mandé ese archivo a un lugar seguro. Habiendo obtenido de esa forma, las evidencias de su culpabilidad y de mi inocencia, me tumbé en la cama diciendo:

-Demuéstrame que tengo una zorra por suegra- Almudena se quedó helada al no comprender por lo que soltando una carcajada, le solté: -¡Quiero que te toques mientras bailas!

Curiosamente, se mostró alegre con mi aclaración y poniendo música, comenzó a menear su pandero mientras seguía el son de la canción. Dotando a sus movimientos de un exquisito erotismo, llevó sus manos hasta los pechos y cogiendo sus negros pezones entre los dedos, los pellizcó suavemente. Como por arte de magia, esa caricia hizo que se le pusieran duros mientras su dueña modelaba su impudicia ante mí.

Olvidando que el hombre que la observaba era el padre de sus nietos, esa joven abuela se fue calentando con el paso del tiempo y ya desbocada, se acercó hasta la cama y separando sus piernas, me informó que para entonces su coño estaba encharcado.

-¡Con razón tienes un amante! ¡No eres más que una puta!- solté y recalcando mis palabras, llevé uno de mis dedos hasta su clítoris.

La mujer gimió al sentir su interior hoyado por mi yema y en vez de escandalizarse, berreó como en celo pidiéndome que no parara. Aplacando su ardor comencé un lento mete-saca mientras le decía:

-¿No te da vergüenza comportarte como una fulana ante quien te robó a tu preciosa hija?

Ese insulto que una semana antes la hubiese indignado, la enervó y buscando aún más mi contacto, hizo que sus caderas colaboraran con su agresor mientras gemía en voz alta su placer.

-¡Tienes un buen par de tetas!- exclamé al comprobar admirado el movimiento de sus pechos que esa madura hacía al respirar entrecortadamente- ¡Guarra!

Mi enésimo improperio, fue el acicate que necesitaba para llegar hasta el orgasmo y pegando un aullido, su sexo licuó sobre mi mano poniendo de manifiesto su deshonra. Forzando su entrega, cambiándole de posición le ordené que se separara las nalgas y me mostrara su ojete. Imbuida por la pasión no se lo pensó dos veces y solo cuando notó una de mis falanges dentro de su entrada trasera, cayó en la cuenta de mis intenciones y con cara angustiada, me preguntó escandalizada:

-¿Qué vas a hacer?

Soltando una carcajada, respondí:

-Lo que llevo años deseando. ¡Darle por culo a mi suegra!

Quitándome la ropa no permití que reaccionara y con mi pene totalmente erecto, presioné con él la hendidura de sus cachetes. Espantada por el tamaño del miembro que rozaba la raja de su culo, mi “querida” Almudena empezó a rogarme que no la sodomizara pero obviando sus lamentos, separando sus dos nalgas, escupí sobre su esfínter.

La rubia intentó zafarse al sentir la saliva pero reteniéndola, puse mi glande en su entrada. Su cara de terror de la mujer me confirmó que si no era virgen por ese agujero poco uso le había dado y recreándome en ese descubrimiento, le espeté:

-Grita todo lo que quieras. ¡Nadie va a oírte!

Tal y como había anticipado, mi suegrita al sentir mi verga rompiendo la resistencia de su ano, ¡Gritó!

-Por favor, ¡Para! ¡Me duele!- exclamó adolorida por mi intrusión.

Decidido a que esa maldita me pagara con carne sus múltiples desplantes, centímetro a centímetro, fui incrustando mi hierro en su trasero. Mi pausada penetración demolió sus últimas defensas y cerrando sus puños de dolor, me rogó que terminara.

Su entrega me envalentonó y soltando un sonoro azote en su trasero, presioné con todas mis fuerzas mis caderas y se la enterré hasta el fondo.

-¡¡¡Ahhhhhh!!

Su berrido debió de oírse en todo el hotel y con muy mala leche, susurré a su oído:

-Se nota que te gusta tanto que es una pena que tu hija no vea como lo bien que te cuido, ¡Amada suegra!

Que mencionara a mi esposa lejos de cortarla, la excitó y demostrando su falta de principios, gimiendo me respondió:

-¡Soy toda tuya pero no pares!

Profundizando su humillación, comencé a cabalgarla con denuedo alternando azotes en cada una de sus nalgas mientras le decía:

-Es injusto que tu marido nunca vaya a saber ¡Lo fácil que entregas el culo!

La infiel madura sintió que el dolor iba disminuyendo y que el placer lo sustituía con cada ataque por lo que dejándose caer sobre la almohada, mostrando su entrega me imploró que me vaciara dentro de ella. La nueva postura me permitió agarrarla de las caderas y comenzar una serie de penetraciones tan furiosas y rápidas que le hicieron rebotar contra el colchón. El intenso meneo desgraciadamente y aunque me apetecía seguir sodomizando a esa mujer, me hizo llegar al orgasmo con demasiada rapidez.

Por eso al sentir que estaba a punto de correrme, la cogí de los hombros y descargué mi simiente dentro de sus intestinos. El berrido de placer que salió de su garganta al notar como se iba llenando su conducto, me hizo sonreír y siguiendo con mi galope, descargué toda la munición de mi arma dentro del culo de la mujer que dio a luz a mi esposa.

Una vez había terminado de eyacular, me dejé caer exhausto sobre las sabanas y fue entonces cuando mi suegra nuevamente me impresionó porque acunándose entre mis brazos, con gran descaro, me comentó:

-Nunca esperé que un baloncestista anotara una canasta en mi trasero pero ahora que lo he probado, ¡Me gustaría que se marcara un triple!

Solté una carcajada al escuchar su insinuación y creyendo que lo que quería era repetir, casi llorando de risa, le pregunté si tenía algo pensado. La muy zorra me sacó de mi error al contestar mientras se bajaba a tratar de reanimar mi verga con la boca:

-He visto cómo la azafata te miraba y aprovechando que está hospedada en este hotel, ¡Me gustaría que la invitaras a nuestra cama!

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